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Campechanas (II). ¡Qué sabrosas!

Campechanas (II). ¡Qué sabrosas!
Periodismo
Mayo 05, 2019 22:10 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

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Concurso en Champotón, de Campeche, a ver quién cuenta la mayor mentira.

-Había en Champotón dos caballeros...

¡Premiado! En Champotón jamás ha habido caballero alguno.

¡Y eso lo cuentan los champotoneros!

Le fueron a decir a don Alfonso Durán que alguien andaba hablando muy mal de él.

-Qué bueno –respondió–. De los pendejos ni quien se acuerde.

En una sesión del Club de Leones alguien propuso hacer un baile de Sábado de Gloria. Sugirió alguien, preocupado:

-Pero cerciórense muy bien de que caiga en sábado, porque si el Sábado de Gloria cae entre semana no va a ir nadie al baile.

El Presidente del Patronato Pro Reconstrucción de Champotón pronunciaba un discurso muy fogoso:

-¡A Champotón hay que amarlo con todo el corazón! ¡Hay que llevarlo en la sangre, no como muchos que nomás se toman 40 tragos y empiezan a decir que Champotón esto, que Champotón lo otro...!

Pide la palabra el Chato Vargas, regidor del Ayuntamiento, y manifiesta su sentir:

-Dichosos aquellos que después de tomarse 40 tragos todavía pueden hablar. Yo con 40 tragos ya estoy bien pedo abajo de la mesa.

Un comerciante, hombre de avanzada edad, le puso a su camioncito en la defensa un letrero que decía: ’Viejo, pero puedo’. Los muchachillos de la calle le añadieron: ’... zurrar’.

El padre Cristóbal, franciscano, párroco de las Mercedes, instaba al profesor Ernesto Bárcenas a que se casara, pues era empedernido solterón. El maestro le contestaba siempre que eso del matrimonio no se había hecho para él. Pero un día conoció a una linda champotonera, se prendó de ella y finalmente la llevó al altar. Los casó el padre Cristóbal. Después de pronunciar los novios los votos matrimoniales el bondadoso sacerdote los declaró casados, y luego recitó con unción la fórmula ritual: ’Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre’. Se volvió enseguida hacia el maestro y le dijo:

-¿No que no, cabrón?

’Las cosas de Champotón hay que dejarlas como son, y las de Hecelchakán hay que dejarlas como están’.

El señor Zaragoza tenía pescadería en el mercado. Un día llegó con él don Félix Ramírez, dueño de una tlapalería, y vio sobre el mostrador un hermoso canguay, pez parecido al cazón.

-Póngamelo, por favor –dijo al pescadero.

Éste puso el canguay en la balanza, para pesarlo.

-¡Oiga no! –protestó con energía el comprador–. Pésemelo sin la cabeza y sin la cola.

-Don Félix –le contestó Zaragoza–. Supongamos que voy a su tlapalería a comprar un metro de alambre, pero le exijo que sea de la parte de enmedio del rollo. ¿Me lo vendería usted?

Y así diciendo le pesó todo el pescado y se lo cobró. Don Félix no atinó a contrariar aquel razonamiento, y pagó el precio sin chistar.

Un diputado a quien por flaco y estirado le decían ’Chileseco’ fue a visitar cierto poblado de su circunscripción. Nadie acudió a recibirlo.

-Ya no se acuerdan de mí estos ingratos –declaró con acento dolorido.

Con él iba su mamá. Al dirigirse al hotel vieron en una pared un letrero que decía: ’¡Tizne a su madre el Chileseco!’.

-¡Mira, hijito! –prorrumpió alegremente la señora–. ¡Sí se acuerdan!

Todas éstas anécdotas las narra con singular gracejo mi colega Cronista de Champotón, don Tomás Arnábar Gunam. Por sus sabrosos relatos le doy gracias.

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