Como percibían en el exterior los acontecimientos en México hace 150 años


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Como percibían en el exterior los acontecimientos en México hace 150 años
Política
Mayo 26, 2017 21:13 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com

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Continuamos inmersos en el silencio oficialista, mientras algunos estudiosos de la historia tratan de vendernos la imagen de un Maximiliano bondadoso y Carlotita la virtud envuelta en huevo. Eran tan buenos que amaban muchísimo a los indios. Como muestra de ello, el 3 de octubre de 1865, Maximiliano promulgó la ley para declaraba fuera de la ley a los guerrilleros, quienes sin duda por el color oscuro del cabello y la piel denotaban su origen nórdico, que seguían combatiendo al imperio. En ese contexto, todo hombre sorprendido con armas sería remitido a las cortes marciales. Acto seguido, sería fusilado dentro de las 24 horas posteriores a su aprehensión. Una muestra de cuanto era el amor profesado por el barbirrubio austriaco hacia los aborígenes mexicanos. Algo equivalente a lo que, casi un siglo más tarde, John Wayne dijera: ’el indio bueno es el indio muerto.’ Pero vayamos a lo que la prensa en el mundo mencionaba durante los meses de marzo y abril de 1867 acerca de las acciones que en nuestro país se desarrollaban en torno a esos visitantes de entonces que los maxhincados de hoy perciben como seres misericordiosos.
Para finales de febrero, la prensa estadounidense reportaba, con un mes de retraso, que para finales de enero Maximiliano subastaría una cantidad considerable de sus cachivaches. Al respecto, más tarde, el 25 de abril, se informaba que, dado el rechazo de los mexicanos por adquirirlos, algunos de los caballos propiedad de Maximiliano fueron vendidos a un circo manejado por un tal José Chiarini. No hay duda, los pencos tenían su destino marcado, lo de ellos era vivir en medio de actos circenses. A la par, retornando a febrero, se informaba que las tropas francesas iban ya rumbo a Veracruz de donde zarparían hacia Europa. En el viaje los acompañarían los adalides de la derecha, el arzobispo de México, cuatro obispos, cuyos nombres no se mencionaban, y varios de quienes actuaron como ministros de Maximiliano. Eran fieles a sus costumbres, al ver el barco hundirse saltaban hacia otro para emigrar a sitios más seguros. Acabarían por arribar a La Habana como escala primaria.
Asimismo, eran señalados los actos que los apoyadores del barbirrubio emprendían en contra de la prensa. A Bazaine le dio por clausurar un órgano de difusión denominado Patria, a cuyo editor lo envió a prisión acusándolo de insultos y difamación.
A principios de marzo, en Europa, se aseguraba que Maximiliano, por temor a que cayeran en manos de los liberales, había prohibido el envío de despachos informando sobre el estado que guardaba la situación en México.
Para mediados del tercer mes del año, desde New Orleans, se anunciaba que el Estadista Juárez García estaba en San Luis Potosí. Maximiliano al frente de 10 mil hombres ocupaba Querétaro junto con sus lugartenientes Miguel Miramón, Tomás Mejía y Leonardo Márquez. En ese contexto, el austriaco decía vivir algo que por mucho tiempo había esperado, estar libre de amarras y poder él directamente encargarse de sus tropas. Por fin, podría dar rienda suelta a sus sentimientos sin tener los obstáculos de la milicia francesa. Mientras Max gozaba su dicha soñada, a 18 leguas (86.9 km) estaban quienes terminarían por romperle los sueños, eran las fuerzas comandadas por el general Mariano Escobedo De La Peña a la espera del arribo de los genérales Nicolás De Regules Cano y Ramón Corona Madrigal quienes traían cuatro y ocho mil hombres respectivamente bajo su mando. Para acabar de estropear las quimeras maximilianistas, el general Porfirio Díaz Mori, encabezando un ejército de ocho mil hombres, estaba estacionado en Huamantla mientras se le incorporaban cuatro mil refuerzos con los cuales habría de cargar sobre la Ciudad de México. Desde esa ciudad, los representantes de gobiernos extranjeros lanzaban un reclamo a Maximiliano por los asesinatos y robos que cometieron sus muchachitos en contra de ciudadanos de otros países. Esto no podía ser menos encontrándose al frente de las fuerzas maximilianistas el chacal Márquez.
Como se empezaba a vislumbrar una victoria de la República, hizo su asomo el quince uñas, Antonio López de Santa Anna y Pérez de Lebrón quien, por intermedio de un ciudadano de Memphis, Tennessee, un tal A.G. Reteham, preguntaba al embajador mexicano en Washington, Matías Romero Avendaño si el gobierno juarista no tenía objeción en que un grupo comandado por el lotero se incorporara a defender la Republica. La respuesta de Romero fue negativa al tiempo que apuntaba como ese sujeto, a pesar de haberse manifestado partidario de la intervención, había ofrecido sus servicios a Juárez quien los rechazó.
Pero la anterior no era la preocupación única que se generaba en los EUA acerca de nuestro país. El 12 de marzo, en el Congreso se discutía si, mediante una resolución, le ordenaban a Maximiliano que se regresara a Europa. Los legisladores estadounidenses expresaban su inconformidad porque el austriaco no había aprovechado el momento y, acompañando a las tropas francesas que partieron el 10 de marzo, se había despedido. Buscaban evitar un baño de sangre. Aun cuando el hecho ya había sido reportado, desconocían al detalle lo acontecido el 1 de febrero.
En esa fecha, las fuerzas de la Republica al mando de Mariano Escobedo De La Peña y Jerónimo Treviño Leal, en la llamada Batalla de San Jacinto, próximo a Zacatecas, derrotaron a las fuerzas maximilianistas. De los cerca de 800 prisioneros capturados por los triunfadores, 123 eran de origen francés. Vía New Orleans, el 20 de marzo, la noticia empezó a dispersarse y alarmó a los diarios y congresistas estadounidenses. Tan pronto terminó la lucha, Escobedo ordenó que esos franceses fueran pasados por las armas. Simplemente utilizó la misma medicina que Maximiliano había recomendado administrar en octubre de 1865. En ese contexto, el Coronel Palacios informaba que el 3 de febrero a las 7 de la noche había terminado de cumplir la tarea. El 26 de marzo, en un editorial titulado ’Savages in Mexico’ (Salvajes en México), The New York Times (NYT), que en nada criticó la disposición maximilianista, calificaba el acto como algo que nunca había ocurrido antes en ninguna guerra. Calificaba de monstruos al Presidente de México y a la causa republicana. Era algo, decían, que ningún cristiano o persona con instintos humanos podía tolerar ya que violaba todos los principios de la guerra. Demandaban que el gobierno estadounidense elevara una protesta enérgica en contra de ese crimen abominable. Lo que olvidaba, o no sabía, el redactor estadounidense era acerca de todo el rencor acumulado en las tropas republicanas, así como la crueldad y el pillaje exhibido por las fuerzas de Miguel Miramón y Tarelo apenas unos días antes al tomar la capital zacatecana en donde por poco y toma prisionero al estadista Juárez. Pero volviendo al Times, el artículo concluía mencionando como la Cámara de Representantes emitió una resolución convocando a las partes en el conflicto mexicano a observar las reglas de humanidad durante la guerra. Al respecto, invocaba llevar eso a algo más que palabras ya que ellos, los estadounidenses, ayudaron a expulsar a los franceses [para inicios de abril, la cifra rebasaba los 30 mil] y no podían permitir que México cayera en manos de hombres que eran una desgracia para la humanidad y la causa que decían defender. En términos similares habría de expresarse Miramón. El 22 de febrero, en Querétaro, arengaba a sus tropas.
Tras de imputar a las fuerzas republicanas actuar como salvajes y cometer actos de rapiña, Miramón les acusó de haber vendido el territorio a los ’Yankees a cambio del honor de las familias y la independencia de México.’ Este es el guion seguido por los maxhincados desde entonces hasta nuestros días. Para el 11 de abril, el NYT ya oteaba que el fin de la aventura maximilianista estaba por concluir. Mientras adjudicaba a los estadounidenses toda la gloria de habernos salvado de los franceses, estimaba que en caso de que el austriaco cayera prisionero en manos de las fuerzas mexicanas le esperaban cosas nada agradables. Eso sí, reconocía las desgracias que trajo la invasión francesa, y que actos como las atrocidades cometidas por algunos de ellos, como Dupin, alimentaban la sed de revancha. Por ello, pedía la intersección del gobierno estadounidense ante Juárez para que permitiera a Maximiliano marcharse sin someterlo a daño alguno. Sin embargo, las clemencias no entraban en el esquema de otros, los mercenarios franceses, belgas y austriacos quienes formaron parte el ejército imperial y se ofrecían a Miramón para incorporarse a sus filas y vengar la ’afrenta’ que sufrieron aquellos que, como ellos, andaban aquí de intrusos y a quienes Escobedo les aplicó la receta de su emperador de opereta al pie de la letra.
Mientras tanto, desde los EUA, seguían cada vez más preocupados por la suerte de las tropas maximilianistas atrapadas en Querétaro, inquietud que llegaba hasta Europa en donde el emperador de Austria temía por la suerte de su hermano. Sin embargo, aun contaban con la esperanza de que el cerco sobre esa ciudad no estaba cerrado, la comunicación con la capital del país persistía y los invasores con la ayuda de traidores mantenían en su poder algunas ciudades. Además, el ejército de la Republica, estimaban los estadounidenses, no contaba con suficientes pertrechos de guerra y carecían de disciplina. Aunado, decían ellos, si Miramón y Márquez continúan cooperando con Maximiliano son capaces de poner a prueba la capacidad militar de Escobedo. Sin reconocer cual sería la suerte de Maximiliano, creían que aun poseía recursos para prolongar la guerra hasta convertirla en ’un negocio poco rentable para Juárez.’ Apostaba el editorialista neoyorkino que el ’imperio mexicano’ no caería tan rápido como se esperaba, pero que de suceder ello, Juárez debería de comportarse como un estadista y ofrecer una amnistía general, al tiempo que negociaba con Maximiliano en términos ventajosos para los dos.
Apenas pasada la mitad de abril, a La Habana llegaban noticias provenientes de Veracruz puerto en manos de imperialistas que continuaban soportando el asedio de las tropas republicanas. La Península de Yucatán seguia en poder de los maximilianistas, aun cuando cada vez sufrían de más defecciones y el futuro no les prometía nada bueno. En Tampico arribaba el vapor McCulloch a bordo del cual venia un embarque de armas y municiones para el ejército de las República. Mientras tanto, se comentaba que, en Querétaro, el sitio prevalecía y tras de un intento fallido por romperlo, Maximiliano envió un mensajero para negociar la capitulación. Esto obviamente no tuvo éxito, el Estadista Juárez solamente aceptaba la rendición incondicional y que se llevara al austriaco como prisionero de guerra, con todas las consideraciones del caso, a San Luis Potosí sitio en donde se encontraba instalado el gobierno de la República. De acuerdo a esa misma información, cuando Maximiliano se enteró de eso, ordenó que no se fusilara a ningún miembro del ejército republicano que se atrapara, eso solamente debería hacerse previa autorización del cuartel general. Mientras tanto, las fuerzas maximilianistas buscaban mantener viva la comunicación con la Ciudad de México. Sin embargo, cada vez era más frecuente que los correos fueran interceptados. De los varios documentos capturados, en uno de ellos, Maximiliano expresaba desconfianza hacia su ministro de finanzas Mariano Campos. Otro, era una carta que le enviaba el gallero de Manga de Clavo quien, cual mercenario que era, ofrecía su servicios al imperio.
Asimismo, en un despacho de la Associated Press, se informaba que desde el 2 de abril, el general Porfirio Díaz Mori tenía bajo su posesión la ciudad de Puebla. Antes de iniciar el ataque final, Díaz prometía dar un tratamiento considerado a los defensores de la ciudad, para lo cual demandó un par de condiciones, las cuales no se mencionan. Como respuesta recibió una negativa acompañada de insultos de todo tipo. Ante eso, lanzó el ataque en donde perdió dos mil hombres por mil de los imperialistas. No obstante la ciudad cayó en poder del Ejercito de la Republica. A los 140 oficiales que defendieron los fuertes de Loreto y Guadalupe, a quienes se les permitió rendirse a discreción, les perdonaron la vida. Otros no tuvieron esa gracia y Díaz procedió a fusilarlos. Las cifras manejadas caían en un rango entre veintinueve y ciento nueve, entre los que se encontraban seis generales y sesenta y uno de rango menor. A toda costa, la prensa estadounidense insistía en presentar a los miembros del ejército de la república como auténticos carniceros, ¿en dónde hemos escuchado eso?
Dado que al norte del Bravo cada día veían más cercano el fin de la aventura europea en México. El día veinte de abril se propuso una resolución alternativa indicando que ’en el caso de que, algún día, Maximiliano decidiera abdicar y se rindiera él y sus tropas para sí concluir con la guerra civil, el Senado estaría muy complacido si el presidente ofreciera los buenos oficios de nuestro gobierno para asegurar que el gobierno de México otorgara, a los nativos partidarios de Maximiliano, un trato humanitario acorde con las reglas de la guerra. Como alternativa, el Senador Demócrata por Maryland, Reverdy Johnson solicitaba en el pleno de esa Cámara que el gobierno estadounidense actuara como mediador en el conflicto mexicano. Sin embargo, la mayoría de los senadores se opusieron y desecharon la moción. A la par de Europa llegaban otras noticias.
El anuncio era que la salud mental de Carlota iba de mal en peor y pocas esperanzas existían que recobrara la cordura. Enfatizaban que la princesa belga no tenía ningún problema físico. Posteriormente, en algo que los maxhincados de hoy firmarían con gusto, se comentaba que esa información, la perdida de la razón, provocaba una pena genuina entre la población mexicana ya que si bien rechazaban a su esposo, ella dio muestras amplias de la bondad de su corazón y su caridad magnificente. Mientras tanto, en Veracruz, sus antiguos aliados quienes nunca mostraron poseer tales virtudes supuestas, seguían aferrados a mantener la plaza en donde todo era escasez y los especuladores con todo tipo de mercancías querían obtener el provecho máximo. A la par, las noticias falsas circulaban. Algunos aseguraban que Maximiliano había regresado a México. Sin embargo, en la realidad continuaba encerrado en Querétaro en donde si bien los miembros de la aristocracia seguían apoyándolo, el pueblo no estaba muy emocionado con seguir aguantando las consecuencias de tener ahí de huésped a un sujeto con el cual no se identificaban. Pero abril terminaba y, cual letra de ’My Way,’ el final estaba cerca. Sobre lo acontecido en mayo de 1867, les comentaremos desde la perspectiva con que los acontecimientos eran observados desde fuera de México. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (1) Esos cuatro tweets, adornados con un cielo azul invocado como lo prevaleciente, debieron sacar de dudas a quienes se cuestionaban acerca de los daños neurológicos generados por la contaminación. Quienes aún viven en la realidad, observaban un panorama cubierto por una nata que sin distinción de edad, género, condición socioeconómica o cargo importantísimo que se tenga, fríe el cerebro a todos por igual.
Añadido (2) Ni quien lo dude, a pesar del paso del tiempo, muestran sus facultades. Eso es lo suyo, los tres nos enseñan cómo debe de ejercerse el control…del balón. Justo lo que la patria necesita en estos momentos.
Añadido (3) Solamente para recordar el significado del vocablo, Maxhincados: Mexicanos que anhelan ser como los europeos, príncipe incluido

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