La Crónica de hoy

De crudas y asesinatos

De crudas y asesinatos
Periodismo
Noviembre 28, 2017 22:10 hrs.
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Por Elino Villanueva González › guerrerohabla.com

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La broma inicial es cruel, insensible, imprudente: ’¡Pum, pum, pum! ¡Muere, perro!’ Así le suelta un vendedor de libros, con audífonos al oído, a su vecino, que recorta, pitea y despacha un par de cintos a sus clientes, vaya lógica de las autoridades municipales para separar los giros de los puestos en la feria previa al fin de año que ahora pueblan la Plaza Cívica Primer Congreso de Anáhuac.

No la oyen ni vendedores ni compradores de cháchara y media en pleno Zócalo de la capital del buen pozole y el mejor mezcal. Tampoco la escucha José María Morelos cuyo sueño de hace doscientos años por conseguir la igualdad entre los americanos, sin distinción de razas ni castas, a quienes únicamente habría de distinguir el vicio y la virtud, sólo está impreso en letras áureas en el enorme monumento que honra su nombre ahí al ladito.
Mucho menos la percibe el hombre que sonriente duerme la cruda justo al pie de la esquina del Museo de Historia Regional, en el que a punta de murales gigantes se grita todos los días desde las paredes la historia de Guerrero, envidiable fácilmente para cualquier otra entidad del país, de norte a sur.
’¡Orale, ojete! ¡Me espantaste! Ves cómo están las cosas y tú con tus pendejadas…’ Tampoco, se antoja obvio, escucha la broma ni tampoco la respuesta entre ambos comerciantes ya ni siquiera el recuerdo del hombre que hoy, entrando la noche, en el ajetreo del comercio, ha sido asesinado a balazos en uno de los pasillos principales, justo encima del paso a desnivel que discurre por debajo de la plancha.
Ya ni su recuerdo lo escucha porque los minutos de su olvido avanzan inexorables, cubiertos bajo la cal que seca su sangre para poder lavarla de volada y evitar que se apeste o contamine y así seguir la fiesta del dinero.
Lo que es más, el individuo que borracho hace la mona en la esquina, apenas a unos metros del crimen, con toda seguridad ni siquiera percibió los disparos que hicieron correr a decenas de asistentes a la romería, al menos por algunos momentos, mientras el tipo solitario se alejaba del sitio pistola en mano, con absoluta displicencia. Para nada.
Duerme la borrachera cuan largo es enfundado en su pantalón de mezclilla y su playera con el logotipo de una empresa norteña que promueve, anuncia y transmite carreras de caballos desde Tijuana a los bares y cantinas de cualquier parte del mundo. Sólo unos cuantos minutos dura el miedo, el temor, el pánico.
Al rato, la forma en que llegó el hombre y disparó a su víctima, cómo el otro cayó malherido, de qué forma se convulsionaba, la manera en que el agresor huyó, cumplida su misión, sin mucho recato, y la cercanía que uno y otro de los platicadores estaba del sitio cuando ocurrió el percance y pudo ser testigo del mismo se consolidan como la comidilla de la noche.
Ni siquiera la llegada prepotente y altanera de los agentes de una y otra corporación policíaca contiene el auge del morbo. Salen a relucir teléfonos celulares, unos modernos y otros no tanto, pero todos indispensables para dar cuenta y razón del detalle. El muerto sigue ahí, nadie lo puede tocar, es un delito, por tratarse de un hecho de sangre. Sólo se colocan sillas y cartones para aislar el cuerpo y conjurar que la gente interesada en informarse y dar detalles de la ejecución tome detalles del incidente lo vaya a pisar.
Mirones van y mirones vienen explicando lo que oyeron, lo que vieron, todo, sin asomo de equivocación, hasta los niños. ’¿Y dónde está el señor al que mataron, mamá?’, pregunta un pequeño con toda naturalidad. ’Ahí, donde ves el montón de señores’, se limita ella a contestar. La comunión plena, la cotidianidad apabullante, la insensibilidad humana en todo su apogeo. Ya no importa a quién mataron, lo que interesa es describir la forma en que ocurrió.
¿Qué propia cruda estamos pagando todos? El borracho tirado en el piso, de hecho, ni siquiera se enterará de lo que sucedió a su lado. Llegan los policías y aplican sus estrategias… para llevarse el cuerpo y colocar la cal y lavar en cuanto se pueda porque la venta tiene que continuar. Al lado prosigue la vendimia: churros en bolsitas de papel, gelatinas, bufandas, chales, chamarras, huipiles, libros, cadenas, gorros, viseras, nieves de garrafa, chapulines, celulares, cubiertas, ceniceros, pomadas, alhajeros, cintos, bolillos, prendas infantiles con caricaturas gringas en los dibujos, calcetas, billeteras, chácharas de todo tipo para preparar los regalos de la temporada y desearse mutuamente Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.
Ni el ruido ni el eco de motores y de cláxones circulando abajo, en el paso a desnivel, logran despertar al hombre tirado ebrio en el piso. Nada impide que sigan las compras de todo jaez, el regateo por los precios, el don de convencimiento por comprar tal o cual producto.
Ni el retiro del cuerpo ni la colocación de la cal desinfectante. La vida tiene que seguir. No sabemos ni quién fue el dueño de una cifra más que se agrega a la cadena de víctimas mortales de la inseguridad.
Todo es tan natural, tan normal, tan común, que incluso el vendedor de libros bromea, aquí, en pleno Zócalo histórico, en el auge del comercio de fin de año, con su vecino que comercia con los cintos simulando que lo mata.
Él no pudo ver los detalles del asesinato de esta noche en uno de los principales pasillos de la feria. Por eso le pregunta al otro: ’¿Y cuántos fueron los asesinos?’ ’¡Nomás uno, solito!’ ’¿Y lo detuvieron los policías?’ ’¡Ora! Esos cabrones nomás se dedican a limpiar, como siempre…’ Sí, pues…

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