Opinión

Doña Margarita y el estadista Juárez ante la hora final

Doña Margarita y el estadista Juárez ante la hora final
Periodismo
Julio 13, 2018 21:53 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com

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En medio del vertimiento de miel que inunda las páginas de los diarios, redes sociales y medios de comunicación electrónicos, aún quedamos quienes, dada nuestra formación personal y profesional, optamos por mantenernos al margen de aquellos que esparcen el producto apícola cual clérigo en época de bendiciones. Ante ello, preferimos seguir en lo nuestro que es la historia. En esta ocasión no es para narrar las hazañas de nadie, sino que habremos de ocuparnos de doña Margarita Eustaquia Maza Parada y el estadista Benito Pablo Juárez García en la hora de la despedida ultima.
A lo largo de un año, seis meses y dieciséis días, a partir del fallecimiento de doña Margarita, el estadista Juárez sabia que cada día vivía la cuenta regresiva. Y lo que se había iniciado el 2 de enero de 1870, llegó a su fin el 18 de julio de 1872. Pero antes de ir a esto último, vale comentar que, conforme a lo que apuntan las crónicas, el estadista mexicano resintió el golpe de la perdida la cual vino a gravar la enfermedad que desde octubre de 1870 ya había manifestado el grado de peligrosidad que representaba. Pero en enero de 1871, el fallecimiento de doña Margarita suscitó que, en medio del duelo, se emitieran opiniones laudatorias de todo tipo, al calor de las cuales, se generó una controversia entre lo expresado por dramaturgo, novelista, poeta, periodista, y político liberal, Juan Antonio Mateos Lozada y lo que escribió el escritor, periodista, maestro, político, militar y diplomático, Ignacio Manuel Altamirano Basilio. Antes de continuar, debemos de apuntar respecto a este último personaje que en ’Navidad en las Montañas’, junto con Nikolai Vasilievich Gogol en ’Taras Bulba’, son los dos únicos escritores cuya fuerza narrativa nos han hecho sentir durante la lectura el clima imperante durante el relato. Pero dejemos digresiones personales y volvamos a texto objeto de esta colaboración.
La controversia entre Mateos y Altamirano, reproducida en esa obra extraordinaria, recopilada por Jorge Leónides Tamayo Castillejos, ’Benito Juárez: Documentos, discursos y correspondencia,’ ocurre cuando, el 5 de enero de 1870, el primero publica un artículo fustigando al clero por su ausencia en los funerales de doña Margarita. Tras de ponderar las virtudes de la dama fallecida y resaltar como muchos de los liberales, en conflicto por aquellos días con el estadista, fueron capaces de dejr a un lado las diferencias y hacerse patentes en el duelo, hubo otros personajes que no pudieron imitarlos. Indicaba Mateos (nos abstenemos de utilizar comillas, pero la cita es textual) que ¡mientras la sociedad entera vestía sus ropas de duelo, el clero católico enmudecía y se ocultaba en la niebla impura de sus rencores, gozándose en el gran infortunio del pueblo que quebrantó sobre su frente osada al cetro de la usurpación y del fanatismo! Los bronces callaron, las lamparas se apagaron, y los ropajes luctuosos no cubrían las aras de los altares, ni una prez resonó en las bóvedas de las catedrales, ni se marcó el oficio de difuntos en los facístoles del coro. La Sra. Juárez había fallecido en el seno de la religión católica; pero el clero la rechazaba como esposa del Reformador, y no abriría las bóvedas sepulcrales del altar de los Reyes para recibirla.
¡Cuando un alto dignatario de esa secta paga el tributo a la naturaleza, el aparato es magnífico, entonces, del púlpito, tribuna del error y del fanatismo, se desprende un himno de alabanza, para el agitador revolucionario, para el impostor impío, para el profanador de las creencias, para el sacrílego que ha llevado a la muerte al pueblo y derramado su sangre en los campos de la liza, por sostener el auge soberbio del poder y de la Iglesia, combatiendo contra el siglo, contra la tradición, contra la historia y contra el porvenir!
¿Es acaso el clero de fray Bartolomé de las Casas, velando por las víctimas de la conquista, el de Motolinía levantando el Tecpan, o el de Higareda cuidando de los expósitos en la cuna? ¡El clero católico!, ¿Qué le debemos? ¡La ignorancia, la superstición y la tiranía! Nos ha combatido con las armas, nos ha declarado fuera del seno del catolicismo, ¿y qué nos importa, si nosotros ya le habíamos excomulgado del seno del cristianismo y de la civilización moderna?
¿Qué quiere decir esa abstención criminal? ¿Es acaso un signo de reprobación? ¿En nombre de qué Dios pretende ahora imponernos su voluntad imperiosa? ¿En nombre de qué culto cierra sus misales en los días de pesadumbre nacional? ¿Cree, por ventura, que iremos en demanda de su lengua muerta para hacer oír nuestras preces y nuestras oraciones? ¿Piensa acaso que en sus labios de donde han salido los anatemas que han ensangrentado el suelo de la patria, tienen más valor los salmos del alma en sus horas de recogimiento?
¿No sabe que si tiene templos es debido a nuestra condescendencia, que si vive es merced a nuestras instituciones que dan sombra tanto a la mezquita como a la sinagoga y a la basílica? ¿Por qué exigís de nosotros lo que no queremos hacer, vosotros los proclamadores de la libertad religiosa, nos diréis ahora? Pero nosotros os responderemos que siempre que vuestra conducta misteriosa tienda a una significación política, nos habéis de encontrar en el terreno.
Maldecidnos en la oscuridad de las sacristías, cruzad las ciudades y los campos con la frente inclinada y los brazos sobre el pecho haciéndose mártires de la fe, para despertar el odio contra nosotros, hablad en el confesionario, celebrad vuestras elucubraciones, amedrentad a los moribundos negándoles los sacramentos, todo, todo os lo permitimos, menos que rebajéis el valor de nuestras glorias, ni que os neguéis a rendir homenaje a lo que la humanidad venera.
Pero vosotros estáis ciegos; estos funerales proporcionaban un vasto campo a vuestras imposturas; los estandartes católicos entraban victoriosos al hogar del Presidente de la República; debíais haber hecho una fiesta religiosa, porque la esposa del hombre que ha proclamado la tolerancia, que os ha deshecho el monopolio de la superstición, que os ha vencido, ayer ha inclinado su frente y doblado su rodilla, cuando la moribunda recibía en la fe de su creencia el pan de la eucaristía; pero vosotros no sabéis olvidar, y os recogéis en las tinieblas en vuestra eterna protesta. Bien merecéis la suerte que os ha cabido, desde el huérfano infalible del Vaticano hasta a los prófugos del concilio ecuménico, y a vosotros, rebuscadores de reliquias entre las ruinas del Pompeya y Herculano del catolicismo.
El pueblo no os ha echado de menos en la fúnebre ceremonia, ni el toque mortuorio de vuestras campanas, ni el murmullo sordo de vuestras preces. La sencillez republicana no ha extrañado las detonaciones de la artillería, ni las armas a la funerala, ni las banderas a media asta, ni los pésames oficiales; le ha bastado la ovación espontánea del pueblo que ha seguido, triste y lleno de piedad religiosa, el féretro que deposita tan ilustres cenizas.
¡El signo de la redención será clavado por sus manos en esa tumba veneranda, sobre la cual se extiende el arco del cielo y esa bóveda inmensa donde brillan las centellas que forman la corona de Dios! Hasta aquí llegaba este escrito que mas que un reclamo era, en muchos sentidos, una pintura al desnudo de la institución que se ha auto investido como poseedora monopólica de la comunicación directa con el Gran Arquitecto. Sin embargo, la presencia demandada por Mateos no era considerada necesaria por Altamirano quien en ’El Federalista’ publicó una respuesta critica a las palabras de su correligionario.
En ella, apunta que su amigo el distinguido poeta y literato Juan A. Mateos, en un artículo que ha publicado en ’El Monitor’, extraña que el clero, tan adulador con los vetustos magnates del partido enemigo, y que hace un ruido escandaloso a la muerte del más inútil de sus canónigos, no haya hecho una demostración de duelo por el fallecimiento de una matrona digna por mil títulos de respeto, tanto más, cuanto que murió en el seno del catolicismo.
Tiene razón Mateos en extrañar la actitud del clero, según las costumbres antiguas; pero los que no creemos que el clero nos pueda servir para nada con el ser supremo, nos hubiéramos afligido con una manifestación que resucitaba repugnantes costumbres viejas, y que no podía ser sincera de parte de quienes deben aborrecer a muerte todo lo que es liberal.
Por lo demás, ¿para qué sirven esas preces en latín detestable, esa canturria desapacible que recuerda los gemidos mercenarios de las plañideras romanas, y ese doble que fastidia por lo impertinente y por lo inútil? ¿Qué tienen que hacer esos hombres negros y antipáticos, cargados con el peso de sus propias culpas junto a la tumba sagrada de las personas virtuosas? Sería absurdo suponer que necesita un ángel de la bendición de esa gente. No: Dios me libre de desear a las personas que estimo y venero, que tengan en su muerte semejante acompañamiento.
Que Juan Mateos retire su filípica contra el clero, y que la convierta en acción de gracias porque se abstuvo de mezclarse entre nosotros junto al sepulcro de la santa mujer republicana. En la modesta losa que cubrirá la tumba de la que fue esposa del presidente de la República, no habrá más que un nombre inscrito; pero ese nombre será cubierto con la corona de inmortales que colocará allí siempre el cariño filial, y será venerado por aquellos que adoran la virtud verdadera.
A esta controversia terciaria, muchos años mas tarde, Jorge L. Tamayo quien señalaba que Mateos no tenía razón. (Nuevamente recurrimos a la cita textual sin entrecomillarla). Precisamente la lealtad de Juárez a sus convicciones hizo que ni en la larga enfermedad, ni en la agonía, ni mucho menos en el funeral, participara ningún sacerdote. Es esta una de las tantas muestras de la grandeza de Juárez, de la lealtad a sus convicciones dentro y fuera de su casa. No tenía porque, si el clero había sido excluido de la vida de Margarita, participar de manera formal en el funeral y en los comentarios posteriores. Margarita vivió manteniendo firme su ideario cristiano, en particular católico, pero seguía a su esposo en su posición anticlerical. Tamayo calificaba el texto de Mateos de una intransigencia similar a la que atribuyó al clero. Para concluir, Tamayo indica que no tiene razón Juan A. Mateos; Juárez se hubiera sentido molesto de que las campanas doblaran a difunto; que el clero hubiera hecho acto de presencia aun en tono de cortesía, a la capilla ardiente de la mujer que le había acompañado en su lucha contra el fanatismo y que habían formado juntos a sus hijos dentro de esa actitud. Pasemos ahora al momento de la despedida eterna del estadista.
Según narran las crónicas, el mal cardiaco que afectaba al estadista se recrudeció ante la ausencia de doña Margarita y en julio de 1872 hizo crisis. Sin embargo, ello no evitó que aun el día 17 estuviera, desde sus oficinas, atendiendo asuntos y dictando acuerdos. Entre ellos dos llaman la atención. Uno era referente al indulto a un desgraciado que había sido sentenciado a muerte por el prefecto de Xochimilco por los delitos de asalto y robo. El otro, establecía que se dijera al gobernador de Durango que, en confirmación de las ordenes expedidas por el general Sostenes Rocha Fernández, que acogiera con benevolencia a todos los rebeldes que depusieran las armas y librara salvoconducto a los soldados, cabos y sargentos que se presentasen para que pudieran retirarse a sus casas. Tras de ello, por la noche, se dedicó a leer el que sería su último libro ’Cours d’histoire des législations comparées,’ escrito por un profesor del Colegio de Francia en Paris, Jean Louis Eugène Lerminier. Al día siguiente ya no abandonó sus habitaciones, pasando la mayor parte del tiempo bajo la supervisión de su médico, José Alvarado, a quien en un momento dado le preguntó: ’¿Es mortal mi enfermedad?’ El galeno respondió a ello: ’no es mortal en el sentido de que ya no tenga usted remedio. Agrega Alvarado que Juárez entendió que le quería decir: ’Tiene usted una enfermedad de la que pocos se escapan.’ Al pardear la tarde, alrededor de las seis, recibió al general Ignacio R. Alatorre quien solicitó hablarle para pedirle instrucciones pues estaba por salir a campaña. Lo recibió, discutió planes e hizo sugestiones para el buen éxito de su gestión. Tras de ello, durante las próximas cinco horas, aquello fue librar la ultima batalla. De nada valió el esfuerzo, el Gran Arquitecto lo tenia citado a las 23:30 horas y ni modo que fuera a llegar tarde. A la hora de los funerales, no se desato polémica literaria alguna, inclusive uno de quienes se le oponían, José María Vigil pronunció una pieza oratoria laudatoria en nombre de la Prensa Asociada. Así, el 23 de julio de 1872, en medio de una multitud que acudía a despedir a quien sostuvo la republica a bordo del carruaje para a partir de ahí convertir lo que era un conglomerado de feudos en una Nación, el orador oficial, José María Iglesias Inzáurraga pronunciaría la oración fúnebre, de la cual reproducimos algunos pasajes.
Las anticuadas ideas de siglos pasados seguían ejerciendo un dominio absoluto en nuestro modo de ser. La ignorancia, el fanatismo, la intolerancia, las preocupaciones de todo género reinaban en un país llamado, por irrisión, democrático, republicano y constituido bajo el sistema federal. Hasta 1855, lo repito, nuestra sociedad parecía condenada aún por mucho tiempo a lo que formaba entonces su estado normal. Las tinieblas en que se hallaba envuelta parecían de duración indefinida. La aurora de la gran regeneración social no asomaba todavía. Como dice Julieta a Romeo en el gran drama de Shakespeare, era el ruiseñor, no era la alondra el ave que cantaba en la enramada.
Triunfante la revolución de Ayutla, cupo a Juárez la insigne gloria de haber librado el primer combate y obtenido la primera victoria en el campo cerrado de la reforma. Su célebre ley sobre extinción de los fueros eclesiástico y militar abrió una nueva era de completa transfiguración. La igualdad legal de los ciudadanos de una República había sido hasta entonces sacrificada a la necesidad o a la conveniencia de transigir con las clases privilegiadas. La cuestión religiosa apareció también, desde aquel momento, con todo su vigor, queriendo presentar como de derecho divino las concesiones hechas al clero por la potestad regia en épocas en que estaba enteramente supeditada a la teocracia. La contienda fue larga y encarnizada, como sucede siempre en las guerras de religión.
Nacida de las primeras tentativas reformistas, vinieron a enardecerla más los célebres decretos expedidos en Veracruz, en cuyas resoluciones se comprendía una completa revolución social. La antigua legislación teocrática desaparecía, arrancada de cuajo por la hoz de la civilización moderna.
En aquellos días angustiosos: cuando el patriotismo parecía próximo a extinguirse; cuando el imperio se tenía ya por un hecho consumado con el que era forzoso conformarse; cuando de locura se calificaba desafiar el poderío inmenso del emperador de Francia, el desaliento cundió en las filas de los republicanos, y la resignación llegó a ser estimada por muchos como la última virtud. Los más animosos continuaban la lucha, no ya con la halagüeña esperanza del triunfo, sino con la firme decisión de sacrificarse noblemente en cumplimiento del deber. En medio de tanta desolación, nunca perdió Juárez la confianza en el porvenir. Animado también del heroico propósito de morir en la demanda, si tal suerte le deparaba el destino, sentíase a la vez lleno de esa fe entusiasta que a todo se sobrepone y de la que hacía partícipes a los demás, mediante el contagio que propagan siempre los grandes sentimientos.
Dos principios, sin embargo, sobrenadan en ese confuso piélago, como característicos de la política de Juárez; dos principios, sin cuya observancia no hay porvenir posible para este trabajado país: el respeto a la autoridad constituida; la transmisión del poder supremo, no al impulso maléfico de las revoluciones, sino por el ministerio santo y respetado de la ley…
No podemos cerrar esta colaboración sin trascribir lo que fue la ultima nota escrita por el estadista Juárez, en la cual se leía: ’Cuando la sociedad está amenazada por la guerra, la dictadura o la centralización del poder es una necesidad como remedio practico para salvar las instituciones, la libertad y la paz.’ Muy recomendable cavilar sobre esta treintena de palabras hoy que la miel escurre en las planas de los diarios, en as redes sociales y en los medios de comunicación electrónicos. vimarisch53@hotmail.com
Añadido: Este miércoles 18, se cumplirán dos años de que, sin aspavientos, ni quejas, con la dignidad y firmeza que caracterizó tu vida, enfrentaste la llegada de la hora final. Con respecto a la pregunta que me hacías constantemente durante los últimos tiempos, la respuesta ha llegado en este año. Como hubiera deseado trasmitírtela y escuchar la respuesta en tu voz siempre alegre DOÑA ESTELA RÍOS SCHROEDER.

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