En las Nubes

El siglo de la filosofía (uno de dos)

El siglo de la filosofía (uno de dos)
Entretenimiento
Diciembre 13, 2017 18:59 hrs.
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Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

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El siglo XVIII, acaso porque no tuvo grandes y verdaderos filósofos, fue un siglo de filosofía. Todo el mundo se creyó con derecho a filosofar, propugnó grandes panaceas para el Estado. Con ellas se podrían remediar los grandes males económicos y acabar con las injusticias sociales. Las filosofías o pseudofilosofias de ese siglo tendrían muy poco de filosófico, pero trajeron la revolución.
La filosofía de la época pretendió basarse en estadísticas, en biología, en historia y en geografía. Las doctrinas sociales de ese siglo, despreciando los principios metafísicos, creían arrancar de la realidad de los hechos.
A veces se daba como científico y probado algo que era más problemático que los razonamientos teológicos. Un político filósofo dogmatizaba que los hombres eran potencialmente idénticos y buenos. Sus variedades de pensar provenían del clima, y sus maldades de la educación. Otro economista filósofo asombraba a los lectores con cifras que saneaban la renta pública en diez años.
Su enemigo, para defender otro programa milagroso, aseguraba que el primero se había equivocado en la mitad de sus cálculos. El público leía y reía sin cesar.
El médico Fernando Calderón Ramírez de Aguilar, interviene para ampliar nuestros conocimientos. Nos platicas que fue una época de folletos más bien que de grandes libros. Hasta los textos de esa época que han pasado a ser clásicos, como el contrato Social de Rousseau o las novelas de Voltaire son cortísimos. Pero en cambio la cantidad de escritos pseudofilosóficos del siglo XVIII es enorme más de 200 libros.
Asombra verlos reunidos en la salas de la bibliotecas destinadas a esta especialidad. Algunos se publicaron en el extranjero. Otros anónimos aparecieron con pie de imprenta falso para despistar a las autoridades.
Pero en lo general no hubo gran persecución del pensamiento ni se pusieron cortapisas a los editores. No se sospechaba que aquella erupción filosófica fuera la señal de una revolución política. Francia, o Paris, escuela de naciones por lo que toca a los abusos absolutistas, fue también escuela de naciones para la filosofía de la Revolución.
Luis XIV pensaba confiar la educación de su bisnieto y sucesor, Luis XV, al bastardo legitimado duque de Maine, hijo de la Montespan. Pero como la regencia del reino tenía que caer en un príncipe de sangre, tuvo que consentir en que el regente fuera el Duque de Orleans, de costumbres licenciosas y decididamente anticlericales.
Con todo permitió dos experimentos de la administración que deben consignarse por ser benéficos para el inicio de la revolución.
Los ministros fueron sustituidos por ocho consejos cada uno de diez miembros. Con este cambio el Estado cayó en mayor confusión. El segundo experimento, fue el ensayo con que permitió el Regente que el Gobierno se beneficiase de la especulación. Mientras el Estado se debatía en el déficit más espantoso algunas compañías y particulares se enriquecían como por arte de magia. Muchos negocios eran pompas de jabón. Gentes ambiciosas disfrutaban de monopolios concedidos por el Estado y se aprovechaban por primera vez de los territorios coloniales y hasta de inventos industriales.
Todo simulaba un aire de bonanza y era obligado que la nación participara de la misma, a lo cual inducia un escoces de nombre Law al regente. Quien propuso que se fundara un banco de emisión de billetes, cosa verdaderamente nueva en ese entonces y con el capital contante de los accionistas se resarciera en negocios provechosos.
En el siglo XVIII había negocios de banca y de colonización que producían ganancias fabulosas por lo que el Regente acepto la idea de un Banco Central de emisión de billetes y además la creación de una compañía para la explotación de las colonias francesas en América a la cual se le llamo Compañía de Occidente.
Para participar en estos negocios los accionistas debían comprar sus acciones al pagar una parte en dinero contante y otra en antiguos créditos contra el Estado o billetes de la Deuda con lo que muchos acreedores del Estado canjearon bonos que representaban positivos desembolsos en empréstitos o sea dinero que habían prestado particulares en el tiempo de Luis XIV por el papel del Banco General o de la Compañía de Occidente.
Esta participación del público causó la catástrofe. Los tenedores del papel de Law mejor dicho papel del Estado, especularon de una manera desaforad. Las acciones llegaron a valer diez veces más que el precio de emisión, pero se desvalorizaron rápidamente y ricos y pobres, nobles y burgueses perdieron su dinero rápidamente.
El regente murió en 1725 tras ocho malditos años de regencia.
Poco después Luis XV comenzó su reinado que parecía ser una repetición del de Luis XIV. Duro hasta 1774, casi medio siglo con varias amantes.
En 1742 se fijó en Madame de Pompadour amiga y protectora de los filósofos y del arte francés Rococó frente al Italiano. Le aconsejo durante 20 años y consiguió la expulsión de los Jesuitas, posteriormente en Madame Dubarry hasta su muerte.
Los métodos pedagógicos de los Ignacianos entonces ya eran anticuados. Solo enseñaban teología escolástica y a escribir versos en latí. Al ser expulsados de Francia tenían más de 100 casas o colegios de los cuales 38 estaban en los alrededores de Paris.
Dos años después fueron expulsados de España, de sus colonias y por fin de Nápoles.
El Papado creyó que los podía salvar de una total destrucción si se reformaban como pedían los gobiernos católicos pero su general dijo la famosa frase – sean como son o no sean – y el papa Clemente no tuvo más remedio que decretar la extinción canónica de la orden. Pero los jesuitas muy hábiles, unos sufrieron el destierro otros se refugiaron en países protestantes y en Rusia en espera de su restauración. El Interregnum como llaman ellos al periodo de su supresión que duro hasta 1814 cuando Pio VII autorizo el restablecimiento de la compañía.
Continuaremos.
craveloygalindo@gmail.com



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