Opinión

Hace calor. (Lo hacemos)

Hace calor. (Lo hacemos)
Periodismo
Julio 11, 2018 21:44 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

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Don Francisco Aguirre González estaba una tarde en la Alameda, meditando, cuando de pronto se sintió arrebatado por una fuerza extraña que lo subió allá arriba, muy arriba, tan alto que pudo ver el globo terráqueo del tamaño de una pelota de ping-pong.

En el curso de ese viaje estratosférico don Francisco, que vivía por la calle de Colón, pudo darse cuenta de muchos fenómenos que nunca los astrónomos habían podido contemplar. Uno de esos fenómenos universales era que las huertas de Saltillo se estaban acabando. La ruina de tales huertas, pensó el señor

Aguirre al regresar de su periplo por el universo, traería consigo una sensible alteración en el clima del planeta. Labor de humanidad, por tanto, sería volver a plantar en esta ciudad membrillares y árboles de perones, sin mengua de durazneros, manzanos, higueras y nogales, ya que eso contribuiría a salvar la Tierra, empresa de no poca consideración si se toma en cuenta que el planeta es la casa común de todos los hombres: pasados, presentes y futuros.

Nadie tomó en cuenta la sabia admonición de don Francisco. Los profetas nunca han corrido con buena suerte entre nosotros. Recuerdo al locutor de una emisora local, que instruía a Harry S. Truman sobre la inconveniencia de lanzar una segunda bomba atómica después del susto que la primera provocó.

-¡No lo haga usted, mister Truman! -clamaba aquel señor en el micrófono-. ¡Por su madrecita santa no aviente dicha bomba! Aquí en Saltillo ha estado tronando retefeo todas las noches. ¡Suspenda inmediatamente los bombardeos, por el bien de esta ciudad que ningún mal le ha hecho y que al contrario, recibe cada año con los brazos abiertos a cientos de sus conciudadanos! (Se refería el locutor a la escuela de Cuquita Galindo, que cada año recibía, en efecto, a muchachas y muchachos del sur de Texas y les enseñaba los rudimentos del español aunque no demostraran tener los del inglés).

Nadie le hizo caso a ese locutor. Nadie tampoco atendió el llamado de don Francisco Aguirre González en su libro ’El Mensajero Universal’. Se acabaron casi todas las huertas de Saltillo: las de San Lorenzo; las de los chinos; las del Ojo de Agua y Santa Anita; las de la calle de los Baños, que ahora se llama de Murguía, por la cual bajaba una acequia de aguas cantarinas que mojaba nuestros pies de niños y las raíces de los añosos árboles. Se acabó aquel verdor, herencia de nuestros padres tlaxcaltecas, y en su lugar se impuso el gris. El gris, siento decirlo, siempre acaba por imponerse en todo.

Me contaba mi padre que en sus años mozos los bosques de la sierra de Zapalinamé -altos encinos, pinos, oyameles- llegaban hasta las goteras de la ciudad. Una vez vio a un venado beber en una de las acequias de las calles. Los bosques se acabaron; se acabaron las huertas...

Y llegó el calor. Ya necesitamos aparatos de aire acondicionado. Esos artilugios eran objeto exótico para nosotros. A lo más con un abanico eléctrico o un ventilador teníamos. Otrora Saltillo fue ’La ciudad del aire acondicionado’. Ahora está en trance de ser ’La ciudad de los aires acondicionados’.

No nos quejemos, pues, del calor que llegó ya para quedarse. En buena parte nosotros mismos lo hemos provocado. Si la paga del pecado es la muerte, la paga del asfalto es el calor. Hace el calor que hacemos. Así anda el mundo y ni modo, como dijo el señor cura García Siller.

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