Presente lo tengo yo

Historia de un brassiére

Historia de un brassiére
Periodismo
Marzo 21, 2022 22:36 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

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La señora siente que la varilla del brassiére le causa irritación. Se lo quita en el baño; sale de la fiesta y mete la prenda entre los dos asientos delanteros del coche convertible de su esposo.

De esto que acabo de decir han pasado cinco años. Los años pasan muy rápidamente. Un hombre bebe su copa, solitario. El cantinero le pregunta la causa de su tristeza y soledad.

-Yo amaba a mi esposa –dice el hombre como si continuara el relato de una historia–. Cierta noche fuimos a una fiesta. Al terminar regresamos a la casa. Íbamos en mi auto convertible. Mi esposa dormitó en el trayecto. Cuando llegamos buscó algo entre los asientos del coche, y no lo halló. Me dijo que había dejado ahí su brassiére, y ya no estaba. La única explicación, añadió, era que yo lo había tirado en el camino a casa. Seguramente, dijo, yo había estado con otra mujer, y pensé que el brassiére era de ella. Por eso lo tiré cuando ella dormitó. Yo juré y perjuré que no había hecho tal cosa, pero desde ese día ella me perdió la confianza; se fueron enfriando nuestras relaciones y aquello terminó en divorcio. No he vuelto a ser feliz.

En un bar cercano otro bebedor solitario le contó su historia al
cantinero.

-Yo amaba a mi esposa. Cierta noche fuimos a una fiesta. Al terminar regresamos a la casa. Íbamos en mi auto convertible. Mi esposa dormitó en el trayecto. Cuando llegamos a la casa vio que había algo entre los dos asientos. Lo sacó. Era un brassiére. Me preguntó quién lo había puesto ahí. Yo no lo sabía. Me acusó de estarla engañando. Seguramente había estado en el coche con otra mujer, y ella olvidó la prenda. Yo juré y perjuré que no había hecho tal cosa, pero desde ese día ella me perdió la confianza; se fueron enfriando nuestras relaciones, y aquello terminó en divorcio. No he vuelto a ser feliz.

Nosotros podemos explicar lo que aquellos dos infelices no pueden entender. Los coches de ambos eran exactamente iguales: convertibles los dos, de igual modelo, de la misma marca, el mismo color y el mismo año. Como estaban en su club, los dueños de los coches dejaban las llaves en el auto. La señora, con la prisa de esconder el brassiére, fue al coche del otro señor en vez de ir hacia el de su marido, y ahí escondió la prenda. Por eso no la encontró en el auto de su esposo; por eso la otra señora halló el brassiére en el coche del suyo.

Nada de eso habría pasado si la muchacha que participó en la hechura de aquella prenda hubiera hecho bien su trabajo de modo que no hubiera lastimado a la señora que lo usó. Pero no hizo bien lo que debía hacer porque no estaba pensando en su tarea: soltera, acababa de saber que estaba embarazada.

¿Entonces el culpable fue el hombre que embarazó a la muchacha que no cosió bien la varilla del brassiére que irritó la piel de la señora que se lo quitó y lo escondió en un coche que no era el de su esposo? No digo eso. Lo que digo es que el destino –la anágke que decían los griegos– anduvo en esto y determinó el rumbo de las cosas. Y también el de las vidas: las de los dos hombres, las de las dos esposas, y las de los hijos de ambos matrimonios. Todo por un brassiére mal hecho. De cosas mayores −y menores− se vale la fatalidad.

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