’Catón’

¿Lágrimas o risas?

¿Lágrimas o risas?
Periodismo
Julio 11, 2019 20:00 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

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Este señor tiene sus años. Todos tenemos los nuestros, pero él tiene más. ¿Cuántos años tiene este señor? Tratemos de adivinar. Yo digo que 70. Puede ser.


Este señor ha conocido a una muchacha. La muchacha le dice que siempre ha querido visitar una casona vieja con zaguán, alcobas de altos techos y fuente en el jardín. El señor tiene una casona vieja con zaguán, alcobas de altos techos y fuente en el jardín.

Aquí hago un alto obligatorio. Porque sucede que yo tengo una casa con zaguán, altas alcobas y jardín con fuente. En ella está Radio Concierto. Es menester, entonces, asegurar a ustedes que yo no soy el señor de mi relato. Me gustaría haberlo sido, por lo menos hasta antes del final de la historia; pero no, no soy ese señor.

Los dioses -espíritus chocarreros a veces- empiezan a tejer los hilos de la trama. O a hilar la trama del tejido. O a tramar el tejido de los hilos. Todo es lo mismo cuando los dioses se proponen joder a un humano.

-Señorita -ofrece con gran cortesanía el señor-. Yo vivo en una casa como ésa que usted quiere conocer, de zaguán, alcobas de altos techos y fuente en el jardín. Gustosamente la invito a conocerla.

-Y yo gustosamente acepto su invitación -replica la muchacha esbozando una sonrisa de coquetería.

-Vaya usted con alguna amiga -sugiere el de la casa-. Mis vecinas son muy dadas al chisme, y mis vecinos más, y no quiero ponerla en trance de que sufra desdoro su buen nombre, o mengua su reputación.

-Ni una cosa ni la otra me preocupan -contesta ella-. Iré sola.

-En ese caso -le advierte el señor- debo decirle algo. Es usted tan bella, que si estamos a solas en mi casa no respondo.

-Me arriesgo -declara con una sonrisa aún más amplia la muchacha.

-Fíjese bien en lo que digo -insiste el señor, muy serio-. No respondo.

-Y yo no me preocupo -reitera ella. Y así diciendo vuelve a sonreír.

Van los dos a la casa con zaguán y etcétera. Ahora dejemos que el señor siga la historia.

’Llegamos y le mostré la casa. Ella paseó por las habitaciones. Luego fue al jardín, se descalzó y entró en la fuente alzándose el vestido. Al hacerlo mostró, provocativa, las hermosas piernas, fuertes y torneadas, y los muslos, blanquísimos.

-No respondo ¿eh? -le dije.

Ella reía, y no se cuidaba de cubrir lo que había descubierto.

Fuimos a la recámara. La muchacha, con el pretexto de que se había mojado el vestido, se lo quitó.

-No respondo -volví a decirle.

Ella, sonriendo, se tendió en la cama. Estaba cubierta ahora únicamente por su ropa interior.

-No respondo -le dije una vez más.

Aquí entro yo de nuevo, porque es a mí a quien el señor está contando la historia.

-Y ¿qué sucedió? -pregunto con interés ansioso.

Contesta él, mohíno:

-Sucedió exactamente lo que yo le había dicho a la muchacha. No respondí.

La vida tiene historias cómicas, y tiene también historias tristes. No sé si la que acabo de contar es triste o cómica.

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