’Catón’
Armando Fuentes Aguirre
El general don Jesús Dávila Sánchez tenía una hermosa barba, una luenga barba blanca de patricio o profeta que le cubría el pecho y que más blanca aún se veía sobre el severo fondo del traje negro que solía usar.
Erguido siempre, su elegante porte era seña de sus pasadas glorias. En sus claros ojos brillaban quién sabe qué recuerdos, y en sus manos el bastón cobraba forma de sable o de silbante látigo para excitar los bríos del bridón.
Pero lo más señero de aquel señor tan señorial era su profusa barba tan profusa, su caudalosa barba de armiño, su patricia barba.
Cierto día, una vivaracha muchachilla le preguntó llena de curiosidad:
-Perdone, señor: cuando se va a acostar ¿duerme con la barba arriba o abajo de las cobijas?
Al general le divirtió primero la pregunta, pero luego se puso pensativo porque no supo qué contestar. En vano trató de recordar aquello: cuando se metía a la cama ¿dejaba la barba afuera o la cubría con las cobijas? Le prometió a la chiquilla que esa noche se fijaría bien para contestarle al día siguiente. Toda la tarde lo trajo preocupado el asunto, y cuando llegó la hora de dormir se dispuso a observar bien lo que hacía, a fin de poder dar respuesta a la cuestión.
Al acostarse se tapó hasta el cuello, dejado la barba por fuera de las cobijas. Se sintió incómodo. ’Vaya –se dijo–, seguramente entonces acostumbro tapar también la barba’. Y así lo hizo: la tapó. Pero así se sintió peor. Volvió a sacarla, y nada. La sensación de molestia no desaparecía. La cubrió otra vez, y lo mismo: no la sentía bien.
Y cuentan las gentes de aquel tiempo que mi general se pasó la noche de claro en claro y de turbio en turbio, y que no pudo pegar los ojos ni un minuto.
Metiendo y sacando la barba lo sorprendió el canto de los gallos y no supo jamás qué hacía con su barba a la hora de dormir. Cuando la niña lo buscó para pedirle la respuesta, el general no dijo nada. Irguió más todavía su porte señorial, empuñó en alto su bastón y se fue caminando calle abajo con mucha dignidad.