Catón’

No es posible, pero se puede

No es posible, pero se puede
Periodismo
Abril 25, 2019 21:10 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

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El joven sacerdote se quedó turulato, sorprendido. Desde que llegó de Estados Unidos como misionero, desde que estaba en la parroquia de San Isidro Labrador, de Arteaga, no había visto cosa igual. Pero ahí estaba aquel hombre, alto, recio pese a no ser un joven ya, de tez rubicunda curtida por el sol, ojos claros y cabello entrecano asomándole por el sobrero de palma. Traía un enorme machete entre las manos, y le había pedido al sacerdote:

-Vengo a que me bendiga este machete, padre.

No salía de su asombro el misionero. Cosa de todos los días era que le llevaran a bendecir medallas y rosarios, imágenes, estampas; de vez en cuando le pedían bendecir a un animal: una vaca, un caballo, hasta algún cerdo gruñidor… Pero ¿un machete? ¿Iba él a bendecir un arma que, había leído en algún libro, usaban los mexicanos con habilidad mortal para quitar la vida a un prójimo?

-Ándele, padrecito -insistía el campesino-. Bendígame el machete.

El padre sólo acertó a preguntar:

-¿Para qué lo quieres?

-¿Cómo pa’ qué? -respondió el hombre-. ¿Pa’ qué va a ser? ¡Pos pa’ partir el cielo!

El sacerdote creyó no haber entendido bien. ¿Partir el cielo? Pensó que le estaba fallando su conocimiento del español. Confuso, sin saber qué hacer, le pidió al hombre que lo esperara un momento y pasó de la sacristía a la casa parroquial. Ahí estaban las señoras de la Acción Católica preparando algo de la fiesta patronal. Llamó a una de ellas y le contó la extraña solicitud del campesino. ¿Qué era eso de bendecir un machete? ¿Qué quería decir aquello de ’partir el cielo’?

La señora se rió muy divertida por la confusión del padre. Le explicó que los campesinos de la sierra de Arteaga tienen la creencia de que las nubes de granizo se pueden partir con un machete bendito. De ese modo se les disuelve, y así se evita que dejen caer su carga letal sobre sus huertos de manzanos, o sobre los trigales. Cuando el cielo amenaza pedrisca, el campesino saca su machete y lo pone con un crucifijo en la mano del niño más pequeño o del hombre más anciano de la casa. El del machete sale de la casa, y viendo hacia el cielo hace cruces con el machete y con el Cristo, como quien parte la nube amenazante, al tiempo que los demás rezan el Credo y unos Padres Nuestros, El ensalmo no falla: la nube se deshace o se aleja para soltar su granizo en otra parte, sobre el huerto de alguno sin machete.

-¡Pero eso no es posible! -exclamó incrédulo el sacerdote después de escuchar la explicación.

Contestó la señora:

-No es posible, pero se puede.

Sin decir más volvió el misionero a la sacristía y bendijo el machete. Sintió que no había incurrido en complacencia con la superstición, sino que había cumplido con su ministerio de impartir aquella bendición. Después de todo -iba pensando al caminar por el pequeño huerto parroquial- hay muchas cosas imposibles que se pueden cuando hay fe.

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