Catón

Una historia cierta

Una historia cierta
Periodismo
Julio 22, 2019 20:23 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

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Tengo un nuevo amigo viejo. Su nombre no lo digo. Los nombres nada importan. Los hombres sí... El hombre... Y mi amigo es uno de tantos hombres que en todas partes hay, lo mismo al pie del Everest que del Cerro del Pueblo. Tú podrías ser ese hombre, y él podría ser yo. Mi amigo es como todos... Mi amigo es todos.

Por causa que no viene al caso explicar mi nuevo amigo y yo nos tomamos unos tequilas después de perorar yo en una ciudad cuyo nombre no tiene caso decir. Un par de copas de tequila obra milagros. Y si en vez de ser un par son cinco o seis, si entre dos hombres, o dos mujeres, o un hombre y una mujer, se beben media botella de tequila, entonces el milagro se vuelve un río de milagros, y por el borde de la copa asoma –presencia inesperada- la verdad de la vida. Y la de la muerte, que es verdad aún más compleja.

No digo que para encontrar esa verdad haya que estar borracho. Pero sí un poco borracho. Borracho de sentimiento o de razón, que son cosas contrarias, pero igualmente útiles; borracho de penas o alegrías, que son cosas contrarias pero presentes por igual en nuestra vida. Por eso quien hoy me lea debería traer también algunas copas entre pecho y espalda, pues de otro modo pensará que lo que escribo es inventado, o cursi. Cursi posiblemente sí, pero inventado no.

Mi amigo estaba casado. Infelizmente casado, si me piden detalles. Esperó hasta que sus hijos crecieron, y antes de seguir decreciendo él se separó de su mujer. No se divorciaron, porque los dos son muy católicos. Se separaron, que eso sí lo permite la Iglesia. Divorciarse no.

Los hijos eran dos: una muchacha y un muchacho. Ya pasaban de los 20 años. Mi amigo se enteró de que su hija andaba en malas compañías. Quiero decir que salía con un sujeto con fama de galán barato, de esos que prometen matrimonio, pero primero dame una prueba de tu amor.

Habló él con su mujer y le advirtió el peligro. Ella dijo que la muchacha ya estaba grandecita y que sabría cuidarse sola. Un día él encontró en la calle al individuo. Lo echó contra la pared y apretándole el cuello le dijo que si algo le sucedía a su hija por su culpa lo iba a matar. El galán barato quiso reírse, pero no le salió la risa.

Un día mi amigo supo que la muchacha había decidido pasar algunos días en una playa, al fin del mes, con su galán. Otra vez buscó a su esposa y le pidió que disuadiera a la muchacha del propósito. Ella le dijo que no quería que la muchacha se quedara soltera. Aquella era una forma tan buena como cualquier otra de pescar marido.

Llamó él a su hija y trató de convencerla de que no hiciera el viaje. Ella le reprochó su abandono -cuyas causas no conocía- y le dijo que no se metiera en su vida. Después le dio la espalda y se marchó. (Continuará).

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