’El proceso interminable o el asesino en las calles’
Ana María Ponce
¿Qué podemos hacer como simples mortales reducidos a nuestros espacios íntimos?
Es una situación inusual que tal vez sólo han vivido aquellas personas que han estado presas, sujetas a un proceso penal que antojan interminable, en donde están a expensas de su abogado defensor y de la decisión del juzgador.
Ven pasar los días, escuchan noticias en donde les dicen que ya mero dictan la sentencia; que los testigos no se presentaron, que se volvió a reagendar la prueba; en suma, estamos en el vaivén de quienes constitucionalmente toman las decisiones, y que lo hacen sujetos a las determinaciones, nos dicen, de quienes no se quedan en sus casas.
Sí, es incierto el día que salgamos a la calle para reintegrarnos al día a día cotidiano. No sabemos si el juzgador nos va a dejar salir rápido o si nuestro proceso se va a alargar, a aletargar por pequeñas decisiones y múltiples acciones de la propia población, que hacen que se prolongue el tiempo…
Tal vez estamos en una situación mucho más grave que un proceso penal interminable…
Se antoja a que estamos reducidos en nuestras casas, porque allá afuera anda un asesino peligroso; que, si salimos a la calle y nos ve, irremediablemente nos matará. Así lo estamos comprobando por las vidas que está cobrando. ¡Todos los que lo pensaron más noble, se han arrepentido!
Es horrible el confinamiento, pero lo que nos corresponde es preservar la vida; la nuestra y la de nuestros seres queridos.
Al estar reducida en mi pequeño espacio, ¿qué me corresponde hacer? Tratar de imaginar que siempre he estado viviendo de esta manera; dormir el tiempo que debo, ocho horas; y estar atenta a las siete de la noche, para saber lo que mi abogado diga del proceso; igual veo las demás noticias, para enterarme lo que los reporteros dicen sobre la búsqueda y captura del asesino verde que anda asolando las calles. Estar alerta.
Tengo que alimentarme tres veces al día, volver esta situación inusual mi nueva vida. Mantener mi cuerpo en óptimas condiciones, por si el asesino entra a mi casa, para que lo pueda repeler con un ejército de anticuerpos y buena vibra; o, por si el juez me otorga la libertad, para que este encierro no haga mella en mi condición física y pueda seguir mi vida ’normal’ o en ’la nueva normalidad’ le llaman.
He transformado mi espacio para convertirlo en mi celda preferida. La sala replegada, el comedor también. Camino todos los días, tal vez los dos kilómetros que a diario recorría hasta mi centro de trabajo en este reducido espacio; también hago ejercicio, los viernes bailo y trato de que mi actitud no decaiga. En la computadora pongo una clase de baile con un buen maestro; de esos que te animan a que lo sigas; que te dice que te diviertas, que sonrías, que te muevas, que le eches ganas, que disfrutes…
No recibo ninguna visita, aunque me insistan; pues si el juez sabe que me sigo viendo con personas que no sé con quien se juntan, puede que me condene a la muerte; o, tampoco sé si los que me quieren visitar vienen como rehenes del asesino verde de la calle. ¡No! En eso soy muy enfática, yo sí quiero preservar la vida para volver a salir, para recobrar mi libertad, para poder convivir otra vez con mis seres amados.
El tiempo de encierro me ha ayudado a crecer en este tiempo tecnológico. He descubierto muchas herramientas de comunicación que me acercan con mis seres queridos y a su vez me han hecho conocer a personas, a las cuales, de no haberse dado esta prisión domiciliaria, no hubiera conocido.
Ahora tengo la oportunidad de conectarme de forma remota y platicar, escuchar, conocer el pensamiento, sentimiento y la forma en que conciben la vida infinidad de personas que viven en distintos puntos del planeta. Todos tenemos los mismos miedos y estamos viviendo la misma pandemia.
Es así como el tiempo va pasando lentamente, pero está siendo aprovechado de una forma realmente espectacular. Los proyectos que tenía guardados, una mesita antigua para reciclar, que por meses había estado postergando, por fin se ha visto otra vez restaurada y lista para brillar en el centro de la sala. También el torito de feria de papel maché, al que únicamente le faltaban los tendederos de papel picado. Ya podrá lucir su gallardía en alguna repisa.
Y así, todos los días he estado restaurando mi vida. Este tiempo sirve también para recapacitar sobre nuestro papel como agentes de cambio. Reflexionar sobre el consumismo y nuestras prácticas que dañan al planeta. Así, he sembrado varios árboles, que empiezan a estar listos para ocupar un espacio en algún campo.
El caso es que estoy aquí, viva, feliz, sí es cierto que es una época solitaria, fría y sola; pero al mismo tiempo sabiéndome acompañada por mucha gente, que en la computadora me saluda, sonríe y desea salud.
Si nos cuidamos volveremos a vernos y a abrazarnos. Caminaremos por las calles saludando a todas las personas que no hayan sido víctimas, ni del juez, ni del asesino; que hayan resistido la prisión domiciliaria.
Iré a la playa, veré el sol en el amanecer y en el atardecer, tendré todo el tiempo que quiera para mirar a las aves volar, me extasiaré observando sus formaciones con el sol al fondo, guardándose para dormir…
Hay tantas cosas por hacer que sí, seguiré cuidando mi cuerpo y mi mente de cualquier miedo que me insista a romper esta ochentena, que tal vez se extienda; pero seguiré firme aquí, en mi espacio amable y entrañable; porque la fortaleza de cada quién reside en saberse fuertes, inteligentes y con la sabiduría de pensar que el proceso y el asesino en las calles es una situación pasajera.