--Nelson Vargas Basáñez ’un loco’ del fomento del deporte mexicano
--Preferiría no tener nada a cambio de la vida de su hija, Silvia Vargas
--Propietario de 17 albercas, construirá la 18 en la Central de Abasto
--Como maestro de natación ganaba 700 pesos en el Seguro Social
Ciudad de México (Balón Cuadrado/Círculo Digital) .- Es producto de la cultura del esfuerzo. Nelson Fernando Vargas Basáñez tiene 75 años, convencido de que no es exitoso empresario del deporte.
’Soy un loco’, acepta con voz aguardentosa.
Entre su infancia y adolescencia cargó canastas en mercados, lavó coches, empacó de cajas con pasitas y vendió, reconoce --entre risas, sin rubor, en público-- ’artículos de importación’, eufemismo de fayuquero. Se tituló como profesor de educación física.
Sesenta años después es reconocido empresario --con 17 albercas y está por construir la 18, historia acuosa que comenzó en 1978—. Vargas Basáñez, apodado en el mundo del deporte como ’El Profe’, termina de manera impensable su discurso inaugural del 35 Congreso Internacional que organiza las Acuáticas NV, ante más de 700 asistentes e invitados especiales.
Trata de exorcizar sus propios demonios, cuando habla sereno, con el alma anegada de dolor y la impotencia contenida, mientras pasea su mirada, sobre las cabezas de los presentes, en el vacío de la nada:
’Todo esto me hubiera gustado no tenerlo si estuviera mi hija, Silvita Vargas Escalera’.
Suelta leve suspiro, voz quebrantada. Casi inaudible. Hay un momento de fugaz silencio eternizado. Pesa. Es denso. Podría cortarse con la navaja de una daga invisible.
La joven fue secuestrada hace más de 10 años, cuando se dirigía a la escuela, al sur de la Ciudad de México. Reciben había cruzado el dintel de la adolescencia, Días después apareció muerta. Fue un hecho que cimbró a la opinión pública.
Vargas, rostro granítico, mantiene a raya el llanto. Porque aquel el 10 de septiembre de 2007, cuando fue plagiada Silvita, se ha convertido en una lápida, que carga como una cruz. Hasta hace algún tiempo ese recuerdo se convertía en lágrima viva en su rostro.
Enfundado en camisa a rayas albiceleste, traje y corbata azul marino, cinturón y un hibrido entre tenis y zapatos, semejan alpargatas, negros. Un pin dorado con el logo de la ANV de la solapa izquierda del saco con botonadura áurea. Gafas, con cristales de aumento en delgados aros de carey oscuro, montan serenas su nariz.
Un penacho de nieve se extiende, sereno, en su cabeza. Pálidos destellos oscuros contrastan en sus cienes. A los 76 años de edad es, de manera natural, un anciano sabio, bromista, lépero.
Hace 40 años todo en su cabeza son pesos y centavos. Por la forma en que resume, para ’no cansar’ a los asistentes, cómo construyó cada una de sus albercas.
Cuando era instructor de alumnos del IMSS y viajaban a competir a Estados Unidos, las maletas de los pequeños estaban repletas de trajes de baño, que él introducía, con Silvia, su ex mujer, que revendía a precio de oro.
Comenzó a ser conocido cuando formó parte del equipo de entrenadores de Felipe Muñoz Kapamáz, medalla de oro en los juegos olímpicos México 1968. Pasó de ganar 700 pesos mensuales a ocho mil, en un santiamén.
’Moriré sin ver otro oro en natación’, suele decir Vargas, con palabras teñidas de decepción y rostro contrito.
Tres veces Premio Nacional del Deporte. Fue titular de la Conade. Columnista y comentaristas de televisión. Preside el Consejo de Administración de acuática Nelson Vargas y Nelson Vargas Family Fitness.
Las pareces del salón, mil metros cuadrados del Hotel Holliday Inn Coyoacán, son argentinos diques que contienen la emoción y pasión de los participantes.
Afuera, antes de las 9 de la mañana, sobre avenida Tlalpan, cerca del metro Ermita, grupos de jóvenes, hambrientos, enfundados en uniformes azul marino con el logo de las acuáticas de Vargas, hormiguean en los puestos ambulantes jugos de naranja, zanahoria.
Degustan las inconmensurables, deliciosas, guajolotas –tortas de tamal verde, rajas o mole—, acompañadas de atoles de arroz o chocolate para atemperar el frío matinal de invierno.
Debajo del uniforme se adivinan cuerpos esculturales, pulidos por el buril del agua de las albercas y la natación. Hombres y mujeres no padecen el sobre peso y obesidad que sufren más de 70 millones de mexicanos.
Parece deporte milagroso.
Vargas tiene sentimientos encontrados. Por un lado el asesinato de su hija y, del otro, la celebración cuatro décadas como próspero empresario del deporte nacional. Las cumplirá el próximo 5 de mayo. La sucursal de Lindavista, en esta capital, fue la primera construida.
El acto inaugural comienza con los honores a la bandera. La banda de guerra se escucha marcial en el sonido local. Pocos entonan el himno nacional voz en cuello. La mayoría, como suele suceder, sólo balbucean. Otros sólo mueven los labios.
Como invitados de honor están: Rubén Vargas Basáñez, arquitecto de la infraestructura Acuática Nelson Vargas; Alejandro Ortega San Vicente, secretario general del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos México 68; y Kiril Todorov, presidente de la Federación Mexicana de Natación
En esta ocasión, el congreso cuenta con la presencia de expertos que aportarán su conocimiento para comprender de mejor forma la manera en la que se mueve el mundo de la natación. Entre ellos, los entrenadores del nadador olímpico Michael Phelps, apodado el ’Tiburón de Baltimore’, ganador de 28 medallas: Frank Bush, Fernando Canales y Jon Urbanchek, húngaro de nacimiento.
La presentación del Congreso Internacional está a cargo de Nelson Vargas Escalera, director general de las acuáticas, quien tiene palabras de elogio para su padre.
Lo define como ’gran motivador, gran maestro y gran padre’.
’Me salió chingón mi muchacho’, corresponde ’El Profe’ a las palabras de su vástago, con voz rasposa, cuando toma el micrófono.
’No es bueno decir groserías’, se disculpa, ’pero me vale’, reitera durante su perorata, en referencia a que no había menores de edad entre el público.
Resume que ’me han hecho sentir vivo, por todo lo que hago’: los 40 años como empresario del deporte, que, aclara, ’se dicen fácil’.
Se refiere a Ronald Johnson, ’como el padre que no conocí’, quien encabezó el cuerpo de entrenadores del Tibio Muñoz, que lo llevaron a obtener la presea dorada en 1968. De él abrevó la base de su conocimiento como instructor de natación.
Nelson Vargas echa gasolina a la hoguera en la relación bilateral con los vecinos del norte.
Elogia cómo son recibidos él y sus hijos en Estados Unidos.
’Soy mejor tratado por los pinches gringos, que por los mexicanos’, dice en broma y serio.
Y remata provocador:
’Muchas gracias, amigos de (Donald) Trump’.
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