Presente lo tengo yo

Cinismo y anexas

Cinismo y anexas
Periodismo
Agosto 31, 2020 21:14 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

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He conocido muchos cínicos, pero ninguno como aquél que me presentaron en cierto pueblo cuyo nombre no cito para no echar baldón sobre sus habitantes.

Era de oficio carnicero ese individuo. Y decía con orgullo:

- Mi carnicería me da para vivir muy bien. Me da para pagar mis gastos; me da para pagar mis vicios; me da para pagar mis viejas... para lo único que no me da es para pagarles a mis proveedores.

El cinismo –también llamado desvergüenza– es un rasgo que muy pocos pueden tener en forma plena. Yo digo que el cínico no se hace: nace. Seguramente el cinismo se lleva en los genes, como la política, dicho sea sin ánimo de establecer comparación. Nadie puede nacer pelirrojo si entre sus ancestros no ha habido un pelirrojo. Tampoco nadie es cínico si no ha nacido cínico. Para eso no se estudia: el cinismo no se puede aprender en un curso por correspondencia, ni haciendo un diplomado o una maestría. Solo se es cínico por nacimiento.

Una de las supremas habilidades de los cínicos es mostrar indiferencia o desdén ante la vida. A más de eso el cínico debe ser competente en el arte del fingimiento, de la simulación. Pero sobre todo ha de tener sangre fría. Me contaron de un cierto señor a quien su esposa vio en la calle con una morena de ésas cuya sola mirada incita a cometer pecado contra el sexto y noveno mandamientos. Cuando el sujeto regresó a su casa su airada cónyuge le reclamó con furia:

- ¡Ibas en plena calle con una mujerzuela de las de cuatro letras!

- Ah, replicó el tipo con desabrimiento. Ya te vinieron otra vez con chismes.

- ¡Nada de chismes!, bufó ella. ¡Te vi con mis propios ojos!

Respondió entonces el formidable cínico:

- ¿Y les vas a creer más a tus ojos que a mí?

En la definición de Wilde –la frase es muy famosa– un cínico es aquel que sabe el precio de todo y el valor de nada. En efecto, el cínico no tiene valores. No es que sea inmoral: sencillamente es amoral. Así como hay quienes no tienen oído para la música, y otros que son daltónicos y no distinguen los colores, así también hay hombres –y mujeres– que no poseen el sentido de la ética. Hacen el mal, digamos, sin darse cuenta de que están haciendo el mal. Quizá Napoleón era uno de esos hombres sin oído para la moral, un daltónico de la conciencia incapaz de distinguir entre el bien y el mal.

Dos amigos formaron una sociedad, y contrataron como su secretaria a una muchacha de buenas prendas físicas, pero de inteligencia módica, y muy cándida. Le dijo uno al otro:

- Tendremos que enseñarle a Dulcilí la diferencia entre el bien y el mal. Tú encárgate de enseñarle el bien. De enseñarle el mal me encargaré yo.

Ya se ve que de cínicos está lleno el mundo. Y qué bueno: lo hacen menos aburrido.


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