Opinión

Con el nombre de Pío y México

Con el nombre de Pío y México
Periodismo
Mayo 28, 2021 23:59 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com

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Si alguien imagina que comentaremos acerca de un personaje muy mentado en agosto del año anterior, sentimos decepcionarlo. Lo nuestro es la historia, los otros asuntos son para especialistas en materias que no dominamos. En ese contexto, nos ocuparemos de cómo se dieron las relaciones entre siete dirigentes de la organización trasnacional más antigua del mundo, la iglesia católica, quienes adoptaron el nombre de Pío y lo que hoy es nuestra patria, los Estados Unidos Mexicanos. Desde de nuestra perspectiva de no practicantes de religión alguna, pero respetuosos, ¿Quiénes somos para determinar si es correcta o no la forma en que cada uno lleve su muy personal relación con el Gran Arquitecto?, no habremos de inmiscuirnos en discutir temas teológicos. En asuntos terrenales, sin embargo, los ciudadanos que se acogieron al nombre mencionado antes no dejaron recuerdos gratos para nuestro país. Para sustentar nuestra aseveración, revisemos a cuatro de los siete personajes, dejaremos para la semana próxima los otros tres. Iniciemos.
El primero en la lista es Angelo Onofrio Melchiorre Natale Giovanni Antonio Braschi dei Bandi conocido como Pío VI quien inició el papado un 15 de febrero de 1775. Su intervención en asuntos políticos de la entonces Nueva España no fue más allá de sus acciones pastorales, entre las que destacaron la creación de dos nuevos obispados, Linares (1777) y Sonora (1779). Aun cuando sus acciones directas parecen ser inocuas, no podemos dejar de mencionar que entre los ocho obispos que nombró se encontraba el de Guadalajara, Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo (1795-1824) quien, en 1822, además de apoyar financieramente a Agustín Cosme Damián, se encargó de coronarlo como el primer emperador de opereta. En igual forma, don Angelo destacó a la hora de proveer indulgencias en México superando fácilmente a sus predecesores. El ciudadano Braschi dei Bandi terminó sus días, el 29 de agosto de 1799, en Francia como prisionero del ejército de ese país.
Una vez cubierto el ritual de elección, a más complicado, Barnaba Niccolò Maria Luigi Chiaramonti, fue escogido, el 14 de marzo de 1800, como el nuevo papa adoptando el nombre de Pío VII. Tras una relación muy compleja con Napoleón Bonaparte, quien lo mantuvo bajo arresto de 1809 a 1814, una vez ya establecido en Roma se ocupó de voltear hacia lo que hoy conocemos como América Latina que entonces andaba en pleno proceso independentista. En ese contexto, el 30 de enero de 1816, promulgó la encíclica ’Etsi longissimo’ dirigida ’A los venerables Arzobispos y Obispos, y a los queridos hijos del Clero de la América sujeta al Rey Católico de las Españas.’ Entre otras cosas, mencionaba: ’…Y como sea uno de sus hermosos y principales preceptos el que prescribe la sumisión a las autoridades superiores, no dudamos que, en las conmociones de esos países, que tan amargas han sido para nuestro corazón, no habéis cesado de inspirar a vuestra grey el firme y justo odio con que debe mirarlas.’ Vaya con un campeón de la piedad, recomendando el rencor para combatir lo que no se estuviera de acuerdo. Ahí no paraba, les indicaba que su propósito era ’excitaros más y más con esta Carta a no perdonar esfuerzo para desarraigar y destruir completamente la funesta cizaña de alborotos y sediciones que el hombre enemigo sembró en esos países. Fácilmente lograres tan santo objeto, si cada uno de vosotros demuestra a sus ovejas, con todo el celo que pueda, los terribles y gravísimos perjuicios de la rebelión…’ Acto seguido mostraba el objeto real de tal filípica cuando escribía: ’…si presenta las singulares virtudes de Nuestro Carísimo Hijo en Jesucristo, Fernando vuestro Rey Católico, para quien nada hay más precioso que la Religión y la felicidad de sus súbditos si le pone a la vista los sublimes e inmortales ejemplos que han dado a la Europa los españoles que despreciaron vidas y bienes para demostrar su invencible adhesión a la fe y su lealtad hacia el soberano.’ Les indicaba que procuraran recomendar ’con el mayor ahínco la fidelidad y obediencia debidas a vuestro Monarca, haced el mayor servicio a los pueblos que están a vuestro cuidado, acrecentad el afecto que nuestro Soberano y Nos os profesamos; y vuestros afanes y trabajos lograran por último en el Cielo la recompensa prometida por aquel que llama bienaventurados e hijos de Dios a los pacíficos.’ En otras palabras, nada como agachar la testuz para obtener el premio eterno. Además de esta recomendación, Pio VII tuvo otras acciones que repercutirían en la historia de México. Nombró dos arzobispos, uno de ellos el de México, Pedro Josef De Fonte (1815) y doce obispos, destacando el de Puebla, Antonio Joaquín Pérez (1814). Asimismo, quedó en el limbo la designación de Manuel Abad y Queipo como obispo de Michoacán, lo cual algunos lo atribuyen al hecho de que las comunicaciones con el papado eran difíciles al encontrase prisionero, otros arguyen que no se dio dado que el origen familiar de Abad no era claro. Ello, no impidió a este personaje perseguir a los Insurgentes y declararlos herejes. En otro orden de ideas, el ciudadano Chiaramonti restituyó, el 7 de agosto 7 de 1814, la Compañía de Jesús en todo el mundo. En Nueva España duraría hasta el 23 de enero de 1821 cuando el rey de España la suprimió. Barnaba finalizaría su encargo el 21 de agosto de 1823.
El tercero en la lista lo fue Francesco Saverio Maria Felice Castiglioni Ghisleri quien, el 31 de marzo, 1829, adoptó el nombre de Pío VIII. Dos meses después de tomar posesión, recibía las presiones del rey de España para que no hiciera nombramientos en México sin antes dar parte a él. En mayo de 1829, a través del secretario de estado, Giussepe Cardenal Albani, le respondió en positivo. Tras de alabar las virtudes católicas (¿?) de Fernando VII. Aquí, recordemos que eso de ensalzar al poderoso en turno quien les proporciona algo, hasta que deja de hacerlo, ha sido la norma perene de los líderes de la trasnacional y sus acólitos. Pero retornando al monarca ibérico, Castiglioni le comentó que nada de lo que se hiciese en ayuda de la iglesia en México se efectuarían sin antes dárselo a conocer.
Para entonces, desde 1825, ya andaba por Italia, encabezando una delegación de 14 personas, el canónigo de la catedral de Puebla, Francisco Javier Vázquez y Sánchez Vizcaino. Había sido nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario ante el papa por el presidente de México José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, a quien conocemos como Guadalupe Victoria. El objetivo de la misión era que el papa reconociera la independencia de México y la concesión del Patronato con la provisión de Obispados. Su labor no avanzó ante Annibale Francesco Clemente Melchiorre Girolamo Nicola della Genga, el papa León XII (1823-1829). Ya con Pío VIII al frente, Vázquez envió desde Florencia, en julio, una carta que Vicente Ramón Guerrero Saldana, remitía a León XII, desconociendo que para entonces ya había fallecido, comentándole haber sido electo el presidente de México. A esa misiva, Vázquez agregó dos de presentación. Recurriendo al texto de Roberto Gómez Ciriza en ’México ante la diplomacia vaticana’ (1977), encontramos que, diciembre de 1829, el líder de la trasnacional respondió a Guerrero indicándole: ’…nada esta más cerca de nuestro corazón que el deseo de acudir con prontitud, prudencia y la ternura de un amor paterno para remediar sus necesidades espirituales que según sabemos son urgentísimas y por si misma deben reclamar nuestra atención…’ Era tal la urgencia por atender a los católicos mexicanos que tardó cinco meses en dar respuesta. Para enero de 1830, Trinidad Anastasio de Sales Ruiz Bustamante y Oseguera desarrollaba las funciones de presidente de México. Eso vino a dar bríos nuevos a Vázquez quien había presentado su renuncia al encargo en Europa pues las ordenes que le enviaron estimaba que no eran las adecuadas ya que en ellas veía claramente la mano del embajador estadounidense en México, Joel Roberts Poinsett, aquel quien se llevó las plantas de nochebuena y las rebautizó, en los EUA, con el nombre de ’poinsettias.’ Pero dejemos evocaciones florales y volvamos a Italia en donde Vázquez se mostraba impaciente como lo muestra su comunicado, del 4 de junio, dirigido a Albani conminándolo a que le expidiera el pasaporte respectivo para ir a Roma y cumplir con la encomienda de regularizar los asuntos eclesiásticos de México. La nota tuvo los efectos deseados y el nuncio en Florencia, Giacomo Lugi Brignole, recibió instrucciones para expedirle el pasaporte respectivo, sin que ello implicara reconocerlo como representante del gobierno de México. Indicando que para cualquier cosa debería de dirigirse al cardenal Albani con quien Vázquez se entrevistó el 4 de julio de 1830. Le entregó una misiva, del 15 de febrero de 1830, firmada por el presidente Bustamante dirigida a Pío VIII y otra rubricada por Lucas Alamán y Escalada en su calidad de ministro de relaciones exteriores indicando que Vázquez era el agente diplomático del gobierno de México. La respuesta inmediata de Albani fue que las sometería a la consideración del papa.
Dos semanas mas tarde, Vázquez entregó una nota a Albani exponiéndole el peligro que se corría si no se apuraban a nombrar obispos. Al enterarse el gobierno español de la posibilidad de que Pío VIII nombrara prelados en México, se inconformó, sentía que el negocio del patronato se le iba si eso sucedía. Posteriormente, el 3 de agosto, se le comunicó a Vázquez que de ahora en adelante tendría que dirigirse directamente con el secretario de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos, monseñor Luiggi Frezza y con él habría de tener múltiples intercambios de opiniones, entre ellas la petición de que aprobara el nombramiento de seis obispos en México, incluido el del propio Vázquez. Finalmente, el 19 de septiembre, Albani le comunica a Vázquez que el papa lo recibiría sin especificarle la fecha la cual al final de cuentas fue el 22 de septiembre en donde Vásquez reiteró a Pío VIII sus peticiones. Nada concreto resultó. Sin embargo, el 11 de octubre, el enviado mexicano fue enterado de que el papa no habría de nombrar obispos titulares. En realidad, lo hacía porque efectuarlo implicaba reconocer la independencia de México y eso le generaba un conflicto con España. Entre intercambio de comunicados con Albani llega el 1 de diciembre de 1830 cuando Pío VIII fallece. No sería sino hasta que Bartolomeo Alberto Cappellari fue investido como Gregorio XVI cuando, en febrero de 1831, se logró obtener el nombramiento de los obispos y tiempo después, el 29 de septiembre de 1836, el Vaticano reconoce la independencia de México y un mes después lo hace España cuando Fernando VII ya no estaba. Pero vayamos a otro Pío quien resultó un enemigo acérrimo de México.
Tras del fallecimiento de Gregorio XVI, accede al cargo, el 16 de junio de 1846, Giovanni María Mastai-Ferretti bajo el nombre de Pío IX. En asuntos pastorales, fue quien se inventó aquello de la infalibilidad papal, aprobada en la cuarta sesión, celebrada el 18 de julio de 1870, del Concilio Vaticano I. Con una declaración dogmática decretó, el 8 de diciembre de 1854, que la Virgen María estuvo libre del pecado original en lo que se conoce como ’la Inmaculada Concepción de María Santísima,’ un asunto que queda al albedrio libre de cada uno o de los doctos en teología. Asimismo, diez años después emitió la encíclica ’Quanta cura’ y su apéndice ’Syllabus Errorum,’ documentos en los cuales lo mismo se pronunciaba, entre otros asuntos, en contra de la libertad de pensamiento, la educación laica, la separación del estado y la iglesia, atacaba al protestantismo y el matrimonio civil. Pero dejemos su actuación general y vayamos a ver los asuntos relacionados directamente con nuestro país.
Aun no queda claro si don Giovanni dio anuencia para que, durante la invasión estadounidense de 1847, los obispos de Puebla, Guadalupe y Michoacán ’desinteresadamente’ crearon una revuelta al gobierno mexicano y, conforme al reporte del agente estadounidense, Moses Y. Beach, obtuvieron cuarenta mil dólares. De lo que no hay duda es de que no recibieron, por parte de su jefe, amonestación por acto tan deleznable. En materia de asuntos pastorales, elevó, el 9 de febrero de 1862, a la categoría de Metrópolis a los obispados de Michoacán y de Guadalajara. Durante su gestión creó ocho obispados y a él se debe el encumbramiento al grado de arzobispos de seis personas que mucho dañarían a México al anteponer la obediencia a una entidad externa antes que ver por el futuro de la patria basado en la Constitución de 1857, las Leyes de Reforma y la oposición a la instalación de un extranjero para dirigir los destinos del país. Esos nombramientos recayeron, como arzobispos de México, en José Lázaro De La Garza y Ballesteros (1850-1862), vaya desperdicio de capacidad intelectual, y Pelagio Antonio De Labastida y Davalos (1863-1891), uno de los apátridas que fue a Roma para traer a Maximiliano. En cargo similar invistió en Michoacán, como su primer arzobispo, a Clemente de Jesús Munguía y Núñez (1850-1868) y José Ignacio Arciga y Ruiz de Chávez (1868-1900). En posición igual ungió como primer jerarca de la arquidiócesis de Guadalajara a Pedro Espinosa y Davalos (1854-1866) y Pedro José de Jesús Loza y Pardavé (1868-1898). Asimismo, en junio de 1868, beatificó a Felipe De Las Casas y Martínez conocido como San Felipe de Jesús.
Tras de la promulgación de la Ley Juárez sobre la prevalencia del poder civil y supresión de los fueros militares y eclesiásticos y la Ley Lerdo sobre desamortización de los bienes de la iglesia, en su alocución ’Nunquam fore,’ del 15 de diciembre de 1856, Pio IX criticó las reformas por oponerse a su autoridad y demandó fueran nulificadas, pero poco caso le hicieron. El 5 de febrero de 1857 fue promulgada la Constitución Política de la República Mexicana, estableciéndose la separación entre el estado y la iglesia, y la cancelación del monopolio del catolicismo prevaleciente en todas las constituciones entre 1824 y ese año. La alta jerarquía del clero demandó un retorno a la constitución de 1824, precisando que cualquier modificación requería la aprobación papal. Sin embargo, en mayo de 1857, Ignacio Comonfort De Los Ríos envío al ministro de justicia, Ezequiel Montes Ledezma a negociar un acuerdo con la Santa Sede. En julio, el secretario de estado papal le dijo a Montes que el papa estaba de acuerdo con las medidas impuestas bajo las Leyes Juárez y Lerdo pero demandaba restaurar los derechos de la iglesia para adquirir propiedades (como siempre interés espiritual por delante) así como los derechos políticos de los clérigos. Las pláticas continuaron hasta diciembre cuando una revuelta estalló en México y en enero de 1858, Comonfort fue depuesto. En 1859, Juárez proclamaría el resto de las Leyes de Reforma relacionadas con la Nacionalización de los Bienes del Clero, Matrimonio Civil, Estado Civil de las Personas, Secularización de Cementerios, y en 1860, la Libertad de Cultos. La jerarquía católica consideró estas medidas una violación del principio de la superioridad de la iglesia sobre cual cualquier otra institución. Para entonces ya andaban por Europa los conservadores huérfanos de quien los guiara. De Labastida y Davalos hacia el trabajo de convencimiento con el papa para que bendijera a un príncipe extranjero que viniera a poner orden en esta nuestra tierra de salvajes. Finalmente, persuadido de haber encontrado a la persona ideal para que le ayudara a recuperar sus bienes materiales en México, los espirituales eran secundarios, el 19 de abril de 1864, el ciudadano Mastai-Ferretti recibió en la Sala del Tronetto del Vaticano a Maximiliano y Carlota a quienes bendijo para que vinieran a causar destrucción y muerte, ya se veía recuperando su poder político y económico en México. Una vez instalada la pareja en nuestro país, sin embargo, no se veía que sus acciones se encaminaran por el sendero prometido. Ante ello, Pío IX envió a México como nuncio apostólico a Pier Francesco Meglia.
Cerca del fin del año 1864, las cosas empeorarían. Al entrevistarse Meglia, con Maximiliano, este propuso un Concordato. Dicho acuerdo fue rechazado por que, según dijo el enviado, carecía de facultades para dictaminarlo. A la par, el austriaco recibió una carta, fechada el 18 de octubre, en la cual Pío IX indicaba su descontento porque esperaba ’de día en día los primeros actos del nuevo Imperio, persuadidos de que se haría una reparación pronta y justa a la Iglesia…bien fuera revocando las leyes que la habían reducido a la opresión…o promulgando otras…’ Para el 30 de diciembre, Maximiliano había comprobado que las lisonjas eran a cambio de sometimiento. En una misiva dirigida a los arzobispos de México y Michoacán, así como a los obispos de Querétaro y Tulancingo, les refutaba que dijeran que la iglesia nunca había tomado en asuntos políticos, mientras les espetaba: ’! ¡Pluguiera a Dios que así fuese! Pero desgraciadamente tenemos testimonios irrecusables y en gran número, por cierto, que son prueba bien triste, pero evidente, de que los mismos dignatarios de la Iglesia se han lanzado a las revoluciones y que una parte considerable del clero ha desplegado una resistencia obstinada y activa contra los poderes legítimos del Estado… La Iglesia mexicana, por una lamentable fatalidad, se ha mezclado demasiado en política y en los asuntos de los bienes temporales…’ [Pareciera que las palabras del austriaco barbirrubio fueron pronunciadas ayer]. Tarde, se daba cuenta con qué clase de personajes estaba lidiando y la ’embarcada’ que le habían hecho objeto.
En septiembre de 1865, el papa rechazó la propuesta. De ahí en adelante, las relaciones del austriaco con la iglesia fueron de mal en peor y en la desesperación Maximiliano mandó a Carlota Amalia a tratar de salvar ’él imperio,’ Pio IX la ignoró. Al triunfar la Republica, en 1867, la miseria y la ignorancia predominaban, más de tres siglos de bendiciones papales no alcanzaron para construir un país. Una vez finiquitado Maximiliano, la Republica triunfante encabezada por el estadista Juárez García decidió iniciar el proceso de construcción de la Nación nueva y en ello iba resolver los problemas de todo tipo incluyendo los causados por la ambición. En ese contexto, los miembros de la curia y el gobierno mexicano encontraron la forma de conciliar intereses. Los adquirentes de bienes expropiados a la iglesia estaban inquietos por su excomunión y la curia católica alegaba no haber recibido un pago justo. Para sosegarlos, el gobierno decidió que los primeros pagarían un porcentaje sobre el valor de dichos bienes al arzobispo o al obispo de su diócesis quienes, invadidos de comprensión, levantarían la anatema referida. Ya con dineros, adquirieron bienes a trasmano y después, se diversificaron en el terreno financiero. Encarrilado en los arreglos, en mayo de 1871, el estadista Juárez autorizó el regreso del arzobispo De Labastida y Dávalos. De poco le valió al Benemérito volverse flexible, hasta nuestros días lo aborrecen. Su sucesor, Sebastián Lerdo de Tejada incorporó a la Constitución las Leyes de Reforma, pero tarde se le hacía a un demócrata anti reeleccionista, José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, para sentarse en la silla presidencial. Apenas la ocupó y, en enero de 1877, anunció una política conciliatoria hacia la iglesia, música celestial escuchada hasta el Vaticano en donde Pio IX continuaba como jerarca y lo haría por poco más de un año hasta el 7 de febrero de 1878.
Como hemos revisado, hasta ese momento, nada benéfico aportaron al progreso de la patria las acciones de estos cuatro personajes quienes adoptaron el nombre de Pio. Utilizaban la espiritualidad como una mascarada para mantener a la población en medio de la ignorancia, y así conservar el poder económico y político. Pero aun nos falta por revisar como se comportaron en sus relaciones con México otros tres ciudadanos quienes optaron por acogerse al apelativo de Pío para ejercer su cargo. Sobre ellos comentaremos la semana próxima. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (21.21.67) Lo que nos faltaba, la peste del antisemitismo recorre los EUA. Ante ello, en la Cámara de Representantes, el líder de la minoría Republicana, Kevin McCarthy (California) y David Kustoff (Tennessee) presentaron una iniciativa de ley para prevenir los crímenes perpetrados por el antisemitismo. En contraste, los Demócratas en el poder, a nivel federal y estatal, permanecen impávidos ante esos eventos. Claro que este tipo de noticias no se comentan en nuestro país, podrían causar molestias a los políticamente correctos orientados por el psiquiatra.
Añadido (21.21.68) Los mensajes llegan uno tras otro. Reviven el asunto sobre el ciudadano Bartlett. Días después, degradan al país a la categoría dos en materia de seguridad aérea. Luego, llegan los directivos de la CIA a preparar (¡!) la visita de la vicepresidenta. ¿Habrá alguien, en el círculo cercano, quien haya aprendido a leer en el silabario de la historia?
Añadido (21.21.69) Día a día, se hace más claro que el virus salió de un laboratorio chino y no fue causado por animal irracional alguno.
Añadido (21.21.70) El miércoles 26, un otrora chamaco aficionado ’panbolero’ de la década de los 1960s, no pudo sustraerse a recordar aquellas noches de domingo en que, a través de la XEX o la XEB, escuchaba, estática incluida, un programa conducido por el cronista ibérico, Cristino Lorenzo. Ahí, se enteró que en España había un equipo de ’panbol,’ cuyo nombre era similar al de su apellido paterno, militante de la segunda división ocupando sitios de media tabla para abajo. Eso era entonces, hoy es distinto.

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