Opinión

Con el presidente enfermo, casi nos invaden

Con el presidente enfermo, casi nos invaden
Periodismo
Octubre 09, 2020 21:02 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com

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Hace una semana, mientras nos enterábamos de que el presidente de los EUA, Donald John Trump, era victima del mal que vino de China, recordamos lo que aconteció, hace un siglo y un año exactamente, con otro mandatario de esa nación. Thomas Woodrow Wilson. Esto ultimo es poco recordado por nuestros expertos nacionales. Mucho menos, se ocupan de revisar las consecuencias que esa situación estuvo a punto de ocasionarnos. Bueno, hay uno que, si se ha ocupado del asunto, pero como no es miembro de cofradía alguna, pues se le ignora. Para quienes no terminan de reconocer quien fue Wilson, les recordaremos que, en 1914, decidió enviarnos las tropas para que nos vinieran a salvar y al final terminó fortaleciendo a un chacal que se fue gracias a que Venustiano Carranza Garza y los revolucionarios no claudicaron, pero esa es otra historia. De lo que habremos de ocuparnos es de como el presidente Wilson cayó enfermo y lo que sucedía mientras él se encontraba postrado en cama, pero antes no está de más dar un poco de contexto a todo ello porqué, recordemos, ningún evento sucede por generación espontánea.
Como es conocido, la Primera Guerra Mundial, con sus veinte millones de muertos detrás, concluyó el 11 de noviembre de 1918. Si bien Inglaterra, Francia y los EUA emergieron como los ganadores y Alemania como la derrotada, la nación que tomó el liderazgo entre los vencedores lo fue los EUA y su presidente Wilson quien a partir de esa victoria dio rienda suelta a su visión reformista de un mundo interrelacionado. En ese contexto, se quiso que la nación perdedora, Alemania pagara muy caro el haber provocado aquella carnicería humana. En ese contexto, fueron aprobados los Tratados de Versalles bajo los cuales se imponían castigos severos a los teutones, al grado de hacer inviable la reparación y pago de los daños. Cegados por el esplendor del triunfo, no pudieron percatarse de que al hacerlo estaban fecundando el huevo de la serpiente del cual nacería, años después, la bestia austriaca. Una lección intemporal para quienes ensoberbecidos por el triunfo creen que este es eterno, sin percatarse de que en su afán de destruir al caído inoculan aquello que puede generar situaciones de consecuencias terribles. Pero, en 1919, ni David Lloyd George (Inglaterra), ni Georges Benjamin Clemenceau (Francia), ni Thomas Woodrow Wilson (EUA) estaban para consideraciones, la borrachera de la victoria les impedía ver más allá del corto plazo, el mundo les pertenecía y habrían de moldearlo según sus deseos.
Dado que Wilson era el líder indiscutible del mundo en ese momento, fue capaz de imponer entre otras cosas, sus famosos catorce puntos que en enero de 1918 había delineado ante el Congreso de los EUA. En ellos, se mostraba a favor del libre comercio, la democracia, tratados abiertos, la auto determinación y para que todo ello pudiera concretarse en el último de esos enunciados, se anotaba: ’Debe formarse una asociación general de naciones en virtud de convenios específicos con el fin de brindar garantías mutuas de independencia política e integridad territorial tanto a los estados grandes como a los pequeños.’ A partir de aquí nacería lo que se conoce como la Sociedad o Liga de las Naciones, misma que se incorporó a los Trados mencionados. Wilson estaba convencido de que en su país todos habrían de aplaudir su decisión y le otorgarían el apoyo que requería para se incorporaran a dicha organización. Era cierto que millones lo respaldaban, pero olvidaba que alrededor de un cuarto del electorado no simpatizaba con su idea y no iban a resignarse a rendirle pleitesía sin antes rebatir su perspectiva.
Entre los políticos estadounidenses quien encabezaría la oposición sería el senador republicano por Massachussets, Henry Cabot Lodge, Sr., quien no estaba de acuerdo con el internacionalismo de Wilson ya que estaba convencido de que, si bien los EUA deberían de tener un papel preponderante en el concierto mundial, este debería de estar sustentado en el poderío naval y militar. Asimismo, Lodge consideraba que los principios que sostenían la Liga atentaban en contra de la soberanía estadounidense. En igual forma, era de la opinión de que los asuntos de política exterior deberían de ser controlados por el Senado y no por el titular del Ejecutivo. Aunado a ello, estaba la forma de ser de Wilson quien exhibía, algo que inclusive muchas veces sus aliados le criticaban, un comportamiento caracterizado por la cerrazón, la amargura y el despotismo. Todo lo anteriormente descrito, integraba un coctel que arrojaba por resultado una gran animadversión entre Wilson y Lodge, lo cual dejaba fuera de toda duda de que pudieran pactar algún acuerdo. La controversia sobre el ingreso de los EUA a la Liga de las Naciones se centró en el contenido del Articulo X de los estatutos de dicho organismo, en el cual se leía: ’Los miembros de la Liga se comprometen a respetar y preservar frente a agresiones externas la integridad territorial y la independencia política existente de todos los miembros de la Liga. En caso de tal agresión o de cualquier amenaza o peligro de tal agresión, el Consejo asesorará sobre los medios por los cuales se cumplirá esta obligación.’ Esto para Lodge y los Republicanos era un atentado en contra de la soberanía estadounidense y no estaban dispuestos a aceptarlo, a la vez que Wilson decidía que él personalmente habría de convencer a sus compatriotas de que su posición era la correcta. Para ello, decidió emprender el viaje hacia el medio oeste y el oeste del país.
No obstante que su médico personal, el almirante Cary Travers Grayson, conocedor de que Wilson no estaba en las mejores condiciones físicas dado su pasado con enfermedades diversas, le recomendó no realizar dicha gira. El presidente, sin embargo, animado por lo que le sugirieron los senadores demócratas de que para salvar el Tratado era necesario que viajara por el país para convencer a sus ciudadanos, consideró que realizaría la gira por las regiones señaladas. En ese contexto, indicó que estaba al final de su mandato, y dispuesto a realizar cualquier sacrificio para salvar el Tratado, el cual de no aprobarse ’solamente Dios sabe que le sucederá al mundo.’ Bajo esa premisa mesiánica, el 3 de septiembre de 1919, iniciaría un viaje que duró 22 días de ajetreo intenso. Fue tras el discurso que pronunció en Tacoma, Washington cuando el deterioro empezó a mostrarse con dolores de cabeza intensos y así hasta el final del recorrido En el inter, a mediados de septiembre se enteró de que William Christian. Bullit Jr., declaró durante una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, que el secretario de estado Robert Lansing había criticado fuertemente a la Liga de las Naciones. Al enterarse de esto, y tras de leer la justificación que le envió Lansing, Wilson decidió que, al regresar a Washington, cesaría a su secretario de estado. Sin embargo, eso no podría darse inmediatamente. El 26 de septiembre, Grayson encontró que Wilson estaba en muy mal estado, su brazo y su pierna izquierda estaban paralizados y hubo de suspenderse la gira para retornar a Washington.
El 2 de octubre, Wilson sufrió un infarto cerebral que lo postró en cama. Mientras enfermeras y médicos atendían al paciente, Lansing se presentó en la Casa Blanca y solicitó una entrevista privada con quien actuaba como lo que hoy es conocido jefe de asesores del presidente, Joseph Patrick Tumulty. Una vez frente a frente Lansing le indicó a Tumulty que ante la incapacidad del presidente era necesario recurrir a lo que decía la Constitución y llamar al vicepresidente, Thomas Riley Marshall, para que tomara las riendas del país. A ello, Tumulty replicó que era necesario que alguien declarara la incapacidad del presidente para poder proceder, a ello Lansing contestó que lo podrían hace el propio Tumulty o Grayson, algo que ninguno de los dos estuvo de acuerdo en hacer. Pero eso no era todo en lo que Lansing andaba involucrado a espaldas del presidente. En el Senado se hallaba aliado con Lodge y sus muchachos, y eso pasaba por ver que se iba a hacer con el rejego gobierno mexicano encabezado por el presidente Venustiano Carranza Garza.
Dado que desde el 2 de octubre nadie sabía a ciencia cierta el estado de salud de Wilson y el gobierno estadounidense había quedado, literalmente, en las manos de la segunda esposa de Wilson, Edith Bolling Galt Wilson, su médico personal, Cary Travers Grayson, y su asesor, Joseph Patrick Tumulty, las fuerzas de Lodge se apoderaron de la agenda externa en el Senado y hacían y deshacían aprovechando cualquier coyuntura.
En el caso de México, desde el verano, el senador Republicano por New Mexico, Albert Bacon Fall había iniciado el proceso para instituir un juicio en contra de México y el presidente Carranza Garza. En septiembre instaló una comisión que se encargaría de hacer realidad su propuesta, misma que a partir de entonces se puso en marcha. En ese entorno, ’coincidentemente,’ el 19 de octubre de 1919, se presentó el secuestro del cónsul estadounidense en Puebla, William Oscar Jenkins. Las versiones sobre cómo se dio este evento empezaron a ser variadas. La prensa estadounidense, específicamente ’The Washington Post’ y The New York Times,’ empezaban a dar color de lo que habrían de convertirse con el tiempo, propagaban versiones de oídas o bien convenientemente plantadas para mostrar que nuestro país era tierra sin ley, carente de gobierno y en donde se odiaba a los estadounidenses. Con esto en el ambiente, una vez más los miembros del Senado estadunidense no perdieron la oportunidad para buscar convertirse en juzgadores de México y el presidente Carranza Garza.
El 25 de octubre, en una muestra de que eso de los buenos y los malos que algunos en México adjudican a uno y otro partido es una soberana tontería, el senador Demócrata por Montana, Henry Lee Myers, presentó una iniciativa al Senado estadunidense en la cual indicaba que ’el presidente de los Estados Unidos y el secretario de Guerra deberían de actuar al unísono utilizando todas las fuerzas armadas y el poder de Estados Unidos para rescatar inmediatamente a Jenkins vivo y a sus secuestradores muertos’. Sin embargo, otro senador, Charles Spalding Thomas (Demócrata-Colorado), objetó la propuesta. Ante ello, Myers respondió que esperaría a la próxima sesión y retomaría el tema. El 27 de octubre, durante la primera sesión de la semana en el Senado, Myers solicitó que no se tomara ninguna acción respecto de la propuesta que presentó dos días antes, pero cuando el senador Miles Poindexter (Republicano-Washington) le cuestionó que, si eso significaba retirar su propuesta, Myers respondió que no deseaba hacerlo por el momento. Poindexter preguntó: ’¿No sería una buena idea revisar la iniciativa convirtiéndola en una propuesta conjunta del Congreso, asignando una cantidad de dinero que permitiera constituir un fondo con el cual de vez en vez pudieran pagarse los rescates de ciudadanos de los Estados Unidos por quienes se solicitara liberar al ser capturados en México?’ Myers no estuvo de acuerdo y señaló que él quería que la propuesta quedara sobre la mesa, pendiente del desarrollo de los acontecimientos. Mientras surgían versiones de que a los captores de Jenkins se les pagó lo que solicitaron y lo dejaron libre, Jenkins se internó en un hospital para recuperarse de reumatismo y las autoridades mexicanas continuaban la investigación, en el Senado estadunidense no se perdía la oportunidad para emitir juicios negativos sobre México.
El 11 de noviembre, el senador Demócrata por Utah, William Henry King, presentó una iniciativa demandando al Departamento de Estado que diera a conocer toda la información concerniente al asunto de Jenkins. King acusó al gobierno mexicano de no ser capaz de proporcionar seguridad a los estadunidenses que vivían en México. Tres días después, las autoridades mexicanas detuvieron a Jenkins para interrogarlo y el 19 de noviembre lo volvieron a capturar para mandarlo a la penitenciara de Puebla. Eso resultó un regalo para los enemigos de México en los EUA. El secretario Lansing instruyó al encargado de negocios estadounidenses en México, George Summerlin, para que enviara un comunicado al gobierno mexicano y denunciara el hecho como ’un acto arbitrario de la autoridad [que podría] tener efectos serios sobre las relaciones entre las dos naciones, cuya responsabilidad recaería únicamente en el gobierno mexicano.’ Mientras tanto el gobernador de Puebla, Alfonso Cabrera Lobato, acusaba a Jenkins de haberse auto secuestrado. Además, sucedió que cuando le informaron a Jenkins que podía optar por su libertad previo pago de mil pesos, se rehusó a hacerlo y desde la penitenciara se dedicó a atender sus negocios sin ser molestado. Mientras tanto, en los EUA, el congresista Ewin Lamar Davis (Demócrata-Tennessee), quien conocía a Jenkins desde la infancia y fue su condiscípulo durante la vida estudiantil, enfatizaba que ’Jenkins era una persona de honor, incapaz de cometer un agravio como el que le inculpaban.’
Al comunicado de Summerlin, el secretario de relaciones exteriores en funciones, Hilario Medina Gaona respondió que ’ni en los Estados Unidos, ni en México, es factible que un ciudadano sujeto a proceso pueda ser liberado mediante una orden emanada del Ejecutivo, y sería extraño que en México un ciudadano estadounidense tuviera mayores derechos que los que tiene en su propio país o muchos más que aquellos de los que goza un ciudadano mexicano en México.’ Por su parte el secretario de hacienda, Luis Cabrera Lobato acusó al gobierno estadounidense de amenazar a México por no dejar libre a Jenkins. Si bien el Post y el Times publicaron esas declaraciones, en una muestra mas de hacia donde iban, se abstuvieron de mencionar la otra parte de los dichos de Cabrera quien señalaba que de no darse ’la liberación de Jenkins, el gobierno de Estados Unidos tendría la excusa perfecta para enviar tropas o embarcaciones a Veracruz como una muestra de poderío.’
Inmersos en todo esto, El senador Albert Fall espetó que ’la actitud adoptada por Carranza con respecto al affaire Jenkins era simplemente una muestra de su política antiestadounidense, diferenciándose de atrocidades ocurridas en el pasado solamente en el hecho de que este conflicto era entre el gobierno estadounidense y el mexicano en lugar de entre dos personas’ Pero ahí no paraba todo, algunos, Fall entre ellos, estaban determinados a que las tropas estadounidenses nos visitaran.
El 1o. de diciembre de 1919, el secretario Lansing se entrevistó con Fall para entregarle copias de los documentos que daban cuenta del intercambio diplomático reciente con México, advirtiéndole que eso lo hacía a título personal, sin el conocimiento del presidente Wilson quien seguía resguardado por el trio que tomaba decisiones sin que él se enterara. Cuando aun no cesaba la crisis generada en trono al caso Jenkins, Lansing, el 28 de noviembre, le dijo al embajador mexicano, Ygnacio Bonillas Fraijo, que, si no ordenaban inmediatamente que Jenkins abandonara el cautiverio, una ola de indignación entre la población estadounidense podría obligar a dejar de lado cualquier discusión diplomática y forzar la ruptura de relaciones lo cual inevitablemente significaba la guerra. Ante el requerimiento de Lansing, Fall le indico que el Comité de Relaciones Exteriores del Senado ’elaboraría un reporte oficial sobre los asuntos mexicanos, el cual presentaría al pleno del Senado y que presentaría una propuesta en la que apoyaría las acciones que Lansing realizaba’ Si bien en principio este último no estuvo de acuerdo en que se retirara el reconocimiento diplomático a Carranza, algo sucedió y cambio de parecer.
Cuando Fall se entrevistó con el embajador Henry Fletcher, quien había sido designado como enlace entre el Departamento de Estado y el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, se le presentaron para su análisis un par de proyectos de una propuesta conjunta, de los cuales Fletcher seleccionó uno en el cual se leía: ’Las acciones realizadas por el Departamento de Estado con relación a la controversia pendiente entre este Gobierno [el de EUA] y el Gobierno de México debería de ser aprobada; y, además, por medio de la presente, se requiere al Presidente de los Estados Unidos retire el reconocimiento otorgado por los Estados Unidos a Venustiano Carranza como presidente de la República de México y suspender todas las relaciones diplomáticas existentes entre este gobierno [el de EUA] y el gobierno supuesto de Carranza.’ Como ya se mencionó Lansing había estado actuando por la libre. Por ello, se sorprendió al recibir una llamada de Tumulty indicándole que ’el Comité de Relaciones Exteriores del Senado había instruido a los senadores Fall y [Gilbert Monell] Hitchcock [Demócrata-Nebraska] para que solicitaran una entrevista con el presidente [Wilson] para tratar asuntos relacionados con México.’ La urgencia de Fall por ver a Wilson tenía dos vertientes. Por un lado, serían los primeros, fuera del trio controlador, quienes tuvieran acceso al presidente y así podrían comprobar si estaba en condiciones mentales óptimas. Por el otro, Fall había solicitado a sus colegas en el Comité de Relaciones Exteriores que pospusieran la discusión de la iniciativa presentada por él, bajo la premisa de que se daría la reunión con el presidente y lo convencería de que era necesario invadir México, y de esa manera se anotaría un triunfo doble. Con eso en mente, se presentaron, el 5 de diciembre los senadores ante el presidente,
Apenas entraron, apareció Grayson para infórmale a Wilson que Jenkins había sido liberado. Mal empezaba el partido para los visitantes quienes ignoraban que Lansing, tratando de salvar el cuello, ya le había informado a Wilson el motivo de la visita de los legisladores. Al final de la entrevista, Fall salió convencido de que el presidente estaba mentalmente lúcido y con la encomienda de que preparara un memorándum sobre la situación en México. Tras de que Fall remitió su informe, Wilson respondió, el 8 de diciembre, diciéndole: ’Estaría muy preocupado de ver que tal iniciativa [de romper relaciones con México] fuera aprobada por el Congreso. Esto constituiría un revés para nuestra práctica constitucional, la cual podría llevar a una confusión grave respecto a quien está a cargo de los asuntos externos […] la prerrogativa para dirigir las relaciones de nuestro gobierno con gobiernos extranjeros es asignada por la Constitución al Ejecutivo y solamente al Ejecutivo.’ La frase final era muy clara, el presidente no iba a apoyar ninguna iniciativa o recomendación para romper relaciones o invadir a México. A la vez, esas palabras resonaron en los pasillos del departamento de estado en donde todo indicaba que los días de Lansing al frente del mismo estaban numerados y llegarían hasta el 13 de febrero cuando fue removido del cargo. Había fracasado la intentona para que se diera la invasión a México, en esa ocasión promovida por los Republicanos quienes se aprovechaban de que el presidente enfrentaba un problema de salud. Al final, eso de buenos y malos es asunto para los crédulos al sur del Bravo. Pero, en aquella ocasión, Fall insistió en que deberíamos ser castigados y continuó con el desarrollo del juicio que ya había instrumentado. Si usted lector amable, se encuentra interesado en contar con la versión amplia de lo que aquí le hemos relatado sobre el caso Jenkins y ver en que terminaron las intenciones de Fall, le recomendamos la lectura de ’El Senado estadounidense enjuicia a México y el presidente Carranza,’ (INEHRM, 2017) de la autoría de un escribidor de nombre Rodolfo Villarreal Ríos, mismo que puede encontrar en la dirección electrónica: https://www.inehrm.gob.mx/recursos/Libros/El_senado_estadounindense.pdf. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (1) Como siempre, el ciudadano Bergoglio Sivori regala a sus seguidores una versión fresca sobre aquello de ’hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre.’ Ahora, la presenta en una encíclica de nombre ’Fratelli tutti.’ Sin embargo, aún está a tiempo de ir más allá de la predica. En caso de que se anime, en México, hay un instituto que se encarga de manejar asuntos relacionado con eso de devolver las cosas.
Añadido (2) A pesar de sus orígenes similares pertenecen, boxísticamente hablando, a establos distintos. Hoy, están inmersos en una refriega por llevarse el desprestigiado premio ’el pancho de lodo.’
Añadido (3) Difícil de entender el proceder de la líder de la Cámara Baja en los EUA, Nancy Patricia D’Alesandro Pelosi. Si como todas las encuestas publicas indican van a ganar la presidencia, ¿Por qué su afán de invocar la Enmienda Constitucional número 25 y buscar destituir al presidente Donald J. Trump ahora y no esperar 25 días a que en las urnas los declaren ganadores?? ¿Acaso hay encuestas, de esas que no son propaganda, cuyos resultados muestran una realidad distinta a la que se nos vende?
Añadido (4) La actriz estadunidense, Jane Fonda declaró que el coronavirus: ’es un regalo que Dios hizo a la izquierda [estadounidense] para que Biden pueda derrotar a Trump.’ Acorde con esa versión, se deduce que el Gran Arquitecto, en plan de vengador, decidió que en los EUA habrían de infectarse 7.64 millones individuos y exterminar a 213 mil personas todo para que gane el candidato demócrata quien, por cierto, es católico. O ¿Será que en las neuronas de ’Hanoi Jane’ ya se reflejan los excesos que cometió en los 1960s y 1970s?


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