’Catón’
Armando Fuentes Aguirre
Un buen día le salieron al señor Guízar con la novedad de que Su Santidad el Papa lo había designado obispo de Veracruz. Era ésa, quizá, la diócesis más difícil entre todas las de México, pues el Estado tenía como gobernador a Adalberto Tejeda, el más furibundo anticatólico que había en el país. Este no tan santo señor ponía en sus tarjetas de presentación su nombre, y abajo de él, a manera de título profesional, la frase: ’Enemigo personal de Dios’’.
Corría el mes de julio de 1919. La sede episcopal veracruzana había quedado vacante por la muerte de don Joaquín Arcadio Pagaza, ilustre escritor y principesco jerarca de la Iglesia. Gustaba de rodearse de esplendores cardenalicios, vestía con lujo y era teatralmente piadoso en las funciones religiosas. Algún versificador anónimo hizo este punzante epigrama acerca de él:
¿Quién en la iglesia es torcaza
y en la calle es avestruz?
Joaquín Arcadio Pagaza,
obispo de Veracruz.
De su designación se enteró don Rafael en Cuba, a donde había ido a dar ejercicios espirituales a los sacerdotes habaneros. Recibió recado de ir a ver a monseñor Trochi, delegado apostólico.
-Padre -le dijo el nuncio-. El Santo Padre, Benedicto XV, ha tenido a bien designar a usted obispo de la diócesis de Veracruz. Desea saber por mi conducto si acepta usted esa designación.
-Monseñor, soy indigno de esa alta dignidad.
-Acéptela usted humildemente. Recuerde que, en nuestro caso, resistirse a la voluntad del Papa es un poco resistir la voluntad de Dios.
-Acepto, monseñor, rendidamente, pero deseo manifestar a usted que no soy más que un modesto cura misionero: no tengo el dinero necesario para dar la limosna que, entiendo, se acostumbra dar a la Santa Sede en estos casos.
-Desde ahora le digo que queda usted dispensado. Sabemos que es usted pobre, y su país más. Vaya usted a prepararse.
La consagración espiscopal se hizo ahí mismo, en La Habana. El primer día de enero el nuevo obispo se embarcó hacia Veracruz. Lo llenó de gozo una singular coincidencia que interpretó como excelente augurio: el barco en que iba a viajar se llamaba ’Esperanza’’, la advocación de la Virgen de Jacona, Michoacán: Nuestra Señora de la Esperanza.
Con malas nuevas, sin embargo, se encontró el obispo a su llegada a Veracruz. Un terremoto había asolado toda la región comprendida entre el Pico de Orizaba y el Cofre de Perote. Había miles de damnificados. La misma noche de su llegada el señor Guízar reunió a los católicos pudientes del puerto y les dijo:
-Señores: debemos acudir en ayuda de nuestros hermanos. Aquí están 500 pesos, y aquí están también mi anillo y mi pectoral de obispo. ¿Quién me ayuda con más?
En unos minutos se juntaron 20 mil pesos. Bien empezaba su labor el nuevo obispo.