Presente lo tengo yo

El Peza que no pesa

El Peza que no pesa
Periodismo
Enero 06, 2022 00:09 hrs.
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Armando FUENTES AGUIRRE › guerrerohabla.com

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Aunque parezca mentira todavía hay declamadores. Tampoco los oradores se han acabado, desgraciadamente. Hay quienes los consideran plaga, pero yo gusto de oír a quienes declaman o peroran, quizá porque pertenezco a tiempos del pasado.

Una noche, en cierta ciudad del Bajío, me invitaron a una especie de tertulia de personas mayores. Un señor se puso en pie y anunció que iba a declamar ’para la dilecta concurrencia’ el inmortal poema ’Reír llorando’, de Juan de Dios Peza. Eso bastó para que súbitamente toda la dilecta concurrencia sintiera ganas de ir al baño. Yo, que en verdad las sentía, me quedé en mi lugar, impávido como soldado valeroso ante el fuego enemigo, y me soplé completo el lacrimógeno poema. Lo peor es que en aquella ocasión ni siquiera pude recitar los versos elegíacos dedicados al infortunado perro Eneas y su desastrada muerte, versos que suelo decir en ciertas ocasiones para disipar la profunda emoción causada por la declamación de esos poemas de mucho sentimiento que dejan al público turulato y sumido en hondas cavilaciones.

Don Juan de Dios Peza era un espíritu amable. Sin embargo tendía a la tragedia, quizá por el hecho -conocido de todos en su tiempo- de que su esposa era bastante puta, si me es permitida la franqueza. De ese dolor secreto le salía la vena lamentosa. Pero hay un Peza que no pesa, y es el Peza en prosa. La semana que pasó me la pasé en el rancho. Arrellanado en mi sillón y dando pequeños sorbos a un té de yerbanís leí un bello libro de él titulado ’Memorias, reliquias y retratos’. Ese raro volumen de mi biblioteca, publicado en París el año de 1900 por la famosa librería de la viuda de Ch. Bouret, lo encontré en una librería de viejo en Querétaro, y pagué por él un precio vil.

La lectura de esa obra es deleitosa, pues contiene recuerdos de cosas que el poeta oyó decir a sus antepasados. Cuenta, por ejemplo, que en los últimos años de su vida don José María Morelos y Pavón había engordado en modo tan descomunal que no había caballo ni mula que pudiera con su peso. Morelos estaba tan panzón -dicho sea con el mayor respeto- que ya no se podía agachar para ponerse las medias. Un edecán debía ponérselos y calzarle las botas.

En ese libro hay varias referencias a Saltillo, hechas en relación con la persona de Manuel Acuña. Como se sabe, el autor del ’Nocturno’ tuvo amistad íntima con Peza. Ambos poetas se veían como hermanos; don Juan de Dios fue la última persona con quien habló el bardo saltillense antes de apurar el fatal tósigo que lo mató. Dice Peza: ’... En el Saltillo han honrado su memoria construyendo un precioso teatro que lleva su nombre y que tiene el patio en forma de lira...’.

El autor de ’Fusiles y muñecas’ aporta un curioso dato acerca de Acuña: ’... Desaliñado un poco en la ropa exterior, cifraba su orgullo en el irreprochable aseo de sus ropas interiores... Prefería encerrarse en su celda, poniéndose un paletó sobre la limpia camiseta, antes que salir a la calle con una camisa sospechosa...’. Quizá ese aseo interior se explica por el hecho de que Chole, la humilde amante de Acuña, era lavandera. Digo...

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