En un IMSS que opera bajo presión, 11 años de margen financiero


El secretario general explica el horizonte actuarial de once años

En un IMSS que opera bajo presión, 11 años de margen financiero
Salud
Noviembre 24, 2025 00:34 hrs.
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Alberto Carbot › tabloiderevista.com

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Gaviño Ambriz describe un IMSS que mantiene once años de estabilidad, protocolos de urgencias que responden minuto a minuto y desafíos estructurales que definen el futuro de la seguridad social en México, en un entorno donde cada decisión pesa sobre millones de vidas ONCE AÑOS DE MARGEN FINANCIERO EN UN IMSS QUE OPERA BAJO PRESIÓN El encuentro de Jorge Gaviño Ambriz con integrantes del Club de Comunicadores y Periodistas de México A.C. (COPAC), revela un panorama completo del IMSS: estabilidad financiera, presión operativa constante y avances técnicos que conviven con rezagos estructurales.

El secretario general explica el horizonte actuarial de once años, la saturación hospitalaria, los protocolos de urgencias que han salvado miles de vidas y los programas de afiliación que buscan atender la precariedad del gremio periodístico.

Con cifras verificables y una visión institucional clara, describe los límites y alcances reales del sistema de salud más grande del país Alberto Carbot.
El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) vive una etapa compleja, definida por su tamaño gigantesco, por la presión de sus obligaciones financieras y por las expectativas públicas que lo rodean.

Esa combinación coloca al instituto en el centro de la discusión nacional y convierte cada cifra en un indicador de futuro.

En este escenario, Jorge Gaviño Ambriz, su secretario general, asume el papel de quien debe explicar con claridad cómo funciona una institución que atiende a más de 77 millones de personas. Lo hace con un tono firme, consciente de que la honestidad técnica es la única forma de entender un sistema de esta magnitud. Desde el inicio, Gaviño expone un punto que no admite ambigüedades: el IMSS logró estabilizar su horizonte financiero.

’Hoy tenemos aproximadamente once años de margen para sostener el sistema sin presiones críticas’, resume. Lo dice sin dramatismos, pero también sin falsa euforia. La afirmación se sostiene en cálculos actuariales recientes que evalúan el comportamiento de ingresos y egresos.

Ese margen, explica, no surgió por azar. En 2018 el panorama era mucho más oscuro. El instituto estaba a tres años de entrar en una zona de riesgo que habría afectado el pago de pensiones y las obligaciones médicas. Era un escenario delicado, fruto de una estructura laboral que aportaba menos recursos mientras la población envejecía. Los números anunciaban tensión —reconoce en un encuentro con los integrantes del Club de Comunicadores y Periodistas de México A.C. (COPAC), encabezado por su presidenta Judith Álamo, el secretario general Arnulfo Domínguez y el tesorero Alejandro Álvarez Manilla, durante una reunión de trabajo realizada en la Casa Coahuila. Se le pregunta entonces qué cambió para modificar esa tendencia.
Gaviño responde que el incremento del salario mínimo fue decisivo. Las aportaciones de trabajadores, patrones y gobierno aumentaron en proporción directa, y ese ajuste convirtió un déficit en una base más sólida. Aunque el avance no resuelve todo —dice—, sí permite recuperar estabilidad y planear con un poco más de holgura. Sin embargo, Gaviño matiza: ’Once años no significan que podamos relajarnos’.
El horizonte actuarial está condicionado a que ingresos y egresos mantengan sus proporciones actuales. Cualquier alteración —crecimiento acelerado de enfermedades crónicas, cambios en los patrones de cotización, disminución de empleo formal—, puede modificar ese cálculo. De ahí que la advertencia no sea apocalíptica, pero sí prudente.
A lo largo de su carrera política, Gaviño ha ocupado puestos legislativos y directivos que lo colocaron en el centro de debates relevantes sobre movilidad, desarrollo urbano y gobernanza institucional.
Fue director del Sistema de Transporte Colectivo Metro, diputado local y miembro de comisiones estratégicas en el Congreso capitalino. Esa experiencia parlamentaria y administrativa le ha permitido conocer de primera mano los retos de las grandes estructuras públicas, un conocimiento que ahora aplica en su labor dentro del IMSS.
La conversación transita naturalmente hacia la operación cotidiana del instituto. Gaviño recuerda que el IMSS no es sólo un sistema financiero, sino una maquinaria clínica que debe atender a millones de pacientes cada semana.
Esa magnitud explica la presión constante sobre sus hospitales y clínicas. ’No se trata de falta de voluntad, sino de un volumen que ningún otro servicio público enfrenta en América’, señala.
El primer síntoma de esa presión aparece en los diferimientos de citas médicas.
En unidades de primer nivel, una consulta puede tardar hasta quince días. Es un tiempo que, para Gaviño, no refleja negligencia, sino saturación. La población derechohabiente creció más rápido que la infraestructura disponible, y aunque se han hecho esfuerzos, el desfase persiste. Para reducir ese desfase, el IMSS ha optado por una estrategia que aprovecha al máximo su infraestructura existente: abrir horarios adicionales. Ya existen unidades que atienden sábados y domingos, y otras han incorporado turnos nocturnos. ’No podemos esperar a que se construyan clínicas nuevas’, comenta; es necesario extender la capacidad operativa con los recursos disponibles.
El caso de Ciudad Juárez es uno de los más representativos.
En esa zona, las clínicas permiten atención después de medianoche para trabajadores que salen de turnos prolongados. La decisión responde a la realidad laboral local, donde miles de personas terminan sus jornadas en horarios incompatibles con un sistema tradicional. Ajustar la operación fue la única alternativa viable.
En medio de esta saturación estructural, hay áreas donde el IMSS ha logrado desarrollar protocolos que marcan diferencia. El más emblemático es el denominado Código Cerebro, un sistema de atención para accidentes cerebrovasculares.
Gaviño lo presenta como un ejemplo de coordinación clínico-administrativa que salva vidas si se aplica con rapidez. Interrogado cómo funciona exactamente este protocolo, el secretario general explica que fue diseñado por una neurocientífica del IMSS que ha dedicado su vida profesional al estudio del daño neurológico. ’La clave es llegar antes de las primeras cuatro horas’, dice.
En ese intervalo, la probabilidad de que un paciente se recupere sin secuelas puede alcanzar el 80 por ciento. A partir de la sexta hora, esas posibilidades disminuyen de manera drástica.

Y después de doce, prácticamente se extinguen.
Por eso, insiste, reconocer los síntomas es fundamental.
La intervención médica no sólo depende de los hospitales, sino del tiempo que tarda el paciente en acudir.

Gaviño enumera los signos de alarma: desviación de la boca, dificultad para articular palabras, babeo inesperado, pérdida súbita de visión, ojos desalineados, sensación de confusión o dolor de cabeza fulminante.
’Son señales que no deben ignorarse’, afirma. Identificarlas puede marcar la frontera entre la vida independiente y una discapacidad permanente. El protocolo establece que cualquier paciente con estos síntomas debe ingresar de inmediato al área de urgencias.
Los urgenciólogos del IMSS han sido capacitados para activar el proceso sin burocracia. ’Ahí no esperamos estudios preliminares: actuamos’, resume. La prioridad absoluta es el tiempo. Para sostener ese ritmo, la comunicación entre ambulancias y hospitales se realiza por radio. Cuando un paramédico detecta signos compatibles con un evento cerebrovascular, lanza el aviso: ’Código Cerebro en traslado’. Eso permite que el personal hospitalario esté listo antes de que el paciente llegue, eliminando retrasos y evitando trámites innecesarios. El secretario general lo dice con claridad: ’No importa de dónde venga el paciente o quién sea: ingresa directo’.
Es una afirmación que busca combatir la idea de privilegios o diferenciaciones dentro del sistema. En estos protocolos, explica, la única jerarquía es la urgencia clínica. El Código Infarto funciona bajo un principio similar.
Si un paciente presenta síntomas compatibles con un evento coronario, el procedimiento inicia al instante. Se administra aspirina, se aplican dilatadores arteriales y se evalúa si es necesario trasladarlo a una unidad con hemodinamia. No hay espera: la prioridad es abrir la arteria lo antes posible. Si el hospital que recibe al paciente no tiene sala de hemodinamia, el protocolo indica estabilizarlo y trasladarlo sin demoras. Gaviño subraya que esta cadena de respuesta se ha perfeccionado con los años. La coordinación entre ambulancias, centros de salud y hospitales especializados se ejecuta como un circuito continuo. Al preguntarle por la diferencia entre estos protocolos y la práctica de clínicas privadas pequeñas, Gaviño es directo: ’Los consultorios privados de urgencia nocturna no están preparados para manejar emergencias reales’. Muchas veces, afirma, sólo cobran la consulta y envían al paciente al IMSS cuando la situación se complica. Este contraste, señala, demuestra que el instituto sigue siendo el último bastión de atención para emergencias complejas. Y recuerda algo fundamental: en el IMSS no existe cobro por atención vital. ’En un infarto o un evento cerebrovascular, lo único que cuenta es actuar rápido’, insiste. La conversación se desplaza hacia otro tema que Gaviño menciona con orgullo: la atención oncológica infantil. Considera que este programa representa una de las mayores fortalezas del instituto y un ejemplo del avance logrado en algunas áreas altamente especializadas. En los últimos años, la tasa de supervivencia de niñas y niños con cáncer ha ascendido a cerca del 70 por ciento. ’Hace años estábamos muy por debajo’, comenta. El avance se explica por una combinación de infraestructura adecuada, equipos multidisciplinarios y protocolos precisos de tratamiento. Los hospitales especializados han conseguido desarrollar un sistema de acompañamiento emocional que complementa la atención médica. Cuando un niño concluye su tratamiento, toca una campana que simboliza la victoria sobre la enfermedad. Es un gesto sencillo, pero poderoso para los pacientes y sus familias. También subraya que los médicos especialistas se han convertido en un recurso estratégico para cualquier sistema de salud. Explica que su formación requiere años de entrenamiento y que la demanda nacional supera, desde hace tiempo, la capacidad de graduación. Esa escasez incrementa su valor profesional y vuelve indispensable no sólo atraerlos, sino ofrecer condiciones que les permitan permanecer dentro del IMSS. ’Cada especialista que ingresa al instituto representa una ampliación real de la capacidad operativa’, señala. El secretario general reconoce que el país enfrenta un déficit estructural de especialistas en áreas críticas como urgencias, cardiología, anestesiología y pediatría. Por ello, insiste en la importancia de fortalecer los programas de residencia, facilitar procesos de contratación y mejorar incentivos laborales para evitar migración hacia el sector privado o al extranjero. Incorporar más especialistas —dice—, no es un lujo, sino un requisito para sostener la atención de tercer nivel y mantener funcionando los protocolos de alta complejidad que distinguen al IMSS. La conversación retoma su curso financiero. Gaviño menciona la estructura tripartita que sostiene al instituto: trabajadores, patrones y gobierno financian los seguros activos. Este modelo ha funcionado durante décadas, pero enfrenta retos derivados de cambios demográficos y laborales. El seguro de enfermedades y maternidad, el de riesgos de trabajo, el de invalidez y vida, y el de retiro y cesantía requieren equilibrio permanente entre aportaciones y erogaciones. El margen de once años no es una garantía absoluta, sino un respiro que debe aprovecharse para planear. Gaviño es consciente de que la población envejece más rápido de lo que crece la base de contribuyentes jóvenes. Esa tendencia presionará el sistema en el futuro. ’No es inmediato, pero es inevitable’, comenta. Por eso insiste en la necesidad de reformas graduales que aseguren sustentabilidad a largo plazo. Periodistas, precariedad y la búsqueda de una seguridad social real En este contexto aparece un tema socialmente delicado: la seguridad social de los periodistas. La precariedad laboral del gremio obliga a miles a trabajar sin contrato, sin patrón formal y sin prestaciones. Esa informalidad los deja expuestos ante cualquier enfermedad o accidente. Según cifras del INEGI, alrededor de 30 mil 800 personas ejercen actividades periodísticas en México. Su salario promedio ronda los ocho mil pesos al mes. En la práctica, eso significa ingresos insuficientes para adquirir seguros privados o para sostener gastos médicos inesperados. Interrogado sobre si el IMSS reconoce esa vulnerabilidad y si ha desarrollado mecanismos específicos para atenderla, Gaviño asiente: ’Por eso existe el Programa para Personas Trabajadoras Independientes (PTI), un mecanismo formal del IMSS que permite que cualquier persona sin patrón —es decir, que trabaja por cuenta propia—, pueda afiliarse voluntariamente al régimen obligatorio y recibir exactamente los mismos beneficios que un trabajador asalariado’, explica. Los Trabajadores Independientes pueden afiliarse voluntariamente al régimen obligatorio y acceder a los cinco seguros del instituto. El programa ha crecido con rapidez. Actualmente suma más de 365 mil afiliados en todo el país. Representa, según Gaviño, un reflejo del cambio estructural del mercado laboral. Cada vez más personas trabajan por cuenta propia, fuera de los esquemas tradicionales de empleo formal. Sin embargo, para los periodistas existe un programa aún más relevante: la Secretaría de Gobernación cubre la cuota mensual de quienes se registran como periodistas independientes. El trámite exige que el solicitante presente dos publicaciones recientes y pase por una revisión en Presidencia. Hasta ahora, ninguno ha sido rechazado cuando cumple los requisitos. El programa ha permitido afiliar a 960 periodistas en el bloque federal y a 110 más en Oaxaca. Gaviño aclara que el registro sigue abierto, pese a rumores en contrario. ’No se ha cerrado’, insiste. Es un mecanismo vigente que podría beneficiar a miles más. Asociaciones como COPAC —reitera—, pueden afiliarse colectivamente mediante convenios mixtos. En esos casos, una parte de la cuota la cubre la organización y otra los afiliados. Es un mecanismo flexible que se adapta a distintos gremios. Gaviño explica que esta modalidad ya la han utilizado sindicatos, asociaciones culturales, productores y colectivos de trabajadores independientes. El diseño del esquema permite que grupos vulnerables encuentren vías realistas de acceso a la seguridad social. Se le pregunta si el IMSS percibe esta falta de cobertura como un problema histórico del país. Gaviño no duda: ’Sí, el periodismo siempre ha estado expuesto’. Narra incluso casos donde, ante la falta de seguridad social, colegas enfermos no pudieron recibir atención adecuada o incluso murieron en condiciones indignas.
Esos casos, admite, demuestran la urgencia de ampliar el alcance del programa. La prensa, añade, cumple una función social que no puede ejercerse con plena libertad si sus integrantes viven al límite económico y sin protección médica. Saturación, operación interna y la lógica clínica del triage El análisis vuelve a la operación interna del IMSS. La saturación en consultas de primer nivel y en urgencias se ha intensificado en zonas urbanas.
La población derechohabiente ha crecido más rápido que la capacidad instalada. En estados con menor población, los tiempos de espera son menores. Pero la variación regional refleja la desigual distribución de recursos y de personal médico. Gaviño reconoce que no existe homogeneidad en el sistema, aunque se trabaja para lograrla. Describe también cómo la carga poblacional incide en el triage, término que en medicina se refiere al proceso de clasificación inmediata de los pacientes según la gravedad de su condición, para determinar quién debe recibir atención primero. En emergencias, la clasificación permite priorizar casos graves sin perder tiempo en trámites administrativos. ’El orden clínico siempre está por encima del administrativo’, explica. En el caso de los protocolos de infarto y de accidente cerebrovascular, la prioridad es absoluta. Esos pacientes no esperan turno; ingresan y reciben atención inmediata. El tiempo es demasiado valioso para perderlo en procesos secundarios. —¿Existe suficiente personal para sostener esa operación en todo el país? —se le pregunta. Gaviño reconoce que la demanda es alta y que las plantillas no crecen al ritmo ideal. Sin embargo, afirma que la capacitación constante permite compensar parcialmente esa limitación. La coordinación nacional mediante radio también permite distribuir mejor los recursos. Cuando una unidad está saturada, otra puede recibir pacientes en traslado, evitando sobrecarga y retrasos. El secretario general insiste en que el IMSS sigue siendo, pese a sus limitaciones, la institución con mayor capacidad técnica para atender emergencias complejas. Ningún sistema privado, afirma, puede absorber la magnitud de casos que enfrenta el instituto diariamente. La conversación toca un punto sensible: el discurso político que prometió convertir el sistema de salud mexicano en uno ’como el de Dinamarca’. Le pregunto a Gaviño si esa afirmación se acerca a la realidad que él observa en los hospitales. Responde con cautela técnica. No afirma ni niega, pero direcciona su explicación hacia la complejidad poblacional. ’Nuestro reto es atender a nuestra población real, con nuestras condiciones laborales, demográficas y económicas’, comenta. La comparación con países nórdicos, concluye, no refleja la situación mexicana. Su respuesta evidencia un enfoque pragmático: el IMSS no puede medir su éxito en términos retóricos ajenos a su propia estructura. Debe evaluarse en función de lo que logra, de lo que puede mejorar y de lo que requiere para sostenerse en el futuro. Dentro de esos requisitos, la sostenibilidad financiera ocupa el primer lugar. Los once años de margen actuarial representan un respiro, pero también una advertencia. El sistema necesita ajustes constantes para evitar que el desgaste se acelere. Gaviño menciona que el crecimiento del empleo formal es esencial. A mayor número de trabajadores cotizando, mayor estabilidad para los seguros del IMSS. Pero esa variable depende de factores económicos que trascienden a la institución. También es necesario vigilar el crecimiento de enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión —dice—. Estas patologías consumen recursos significativos y tienden a aumentar con la edad de la población. Vuelvo a comentarle si existe un plan integral para enfrentar esa presión futura. Gaviño responde que se trabaja en modelos preventivos, pero reconoce que la cultura de salud en México aún es débil. La prevención, dice, siempre avanza más lento que la demanda inmediata. La infraestructura hospitalaria también juega un papel crucial. Las unidades más antiguas requieren mantenimiento y actualización constante. Pero los costos de expandir físicamente el sistema son altos y requieren planeación multianual, menciona. Por eso, explica, han optado por estrategias de reorganización interna que permitan aprovechar mejor los recursos ya existentes. De ahí la apertura de horarios ampliados y la redistribución de turnos en algunas clínicas. Gaviño refiere entonces el caso de su hermana, hospitalizada junto a un trabajador minero. Ese episodio sirve para ilustrar un principio que él considera central: ’Aquí no hay distinciones’. Es un ejemplo que utiliza para subrayar la equidad en la atención, incluso si el sistema enfrenta saturación. Ese tipo de episodios busca demostrar que el acceso al IMSS está determinado por la condición médica, no por la posición social. Y, aunque hay que reconocer que la realidad puede variar en algunos casos, su argumento se sostiene en el diseño institucional. Al preguntarle si el Instituto ha tenido que enfrentar críticas por estos tiempos de espera, Gaviño reconoce que sí, pero insiste en que la demanda excede lo que cualquier sistema puede absorber sin presión. Por eso se requiere honestidad al explicar la situación. Protocolos de excelencia en un sistema bajo presión La narrativa sobre los programas avanzados del IMSS contrasta con la percepción pública de un sistema saturado. Pero para Gaviño, ambas realidades pueden coexistir. Un servicio puede enfrentar presión estructural y al mismo tiempo desarrollar protocolos de excelencia. El caso del Código Cerebro es un ejemplo. Agrega que la creación de un protocolo nacional para eventos cerebrovasculares coloca al IMSS en un nivel técnico de alto rendimiento. Sin embargo, eso no elimina los problemas en áreas de primer contacto. Lo mismo ocurre con el Código Infarto. La eficiencia en las etapas críticas no garantiza que las consultas generales tengan la misma rapidez. La estructura es demasiado grande para que todos los procesos avancen al mismo ritmo. La reflexión conduce a un punto clave: el IMSS no puede ser evaluado con un solo criterio. Es un sistema con niveles de complejidad distintos, donde fallas y aciertos conviven. Entender eso es esencial para analizarlo con rigor. Cuestionado sobre si el instituto ha logrado mejorar su comunicación pública para explicar estas diferencias, Gaviño comenta que la información está disponible, pero que muchas veces no llega a la población de forma clara. El desafío, reconoce, es traducir datos técnicos en mensajes comprensibles. Por ejemplo, pocos derechohabientes conocen el funcionamiento del Código Cerebro, a pesar de que puede salvarles la vida. Difundir esos signos de alarma debería ser una prioridad nacional. Pero comunicar salud pública es más difícil de lo que parece. La misma dificultad se observa en los programas de afiliación voluntaria. Aunque existen desde hace años, muchos trabajadores independientes desconocen los requisitos o creen que son inaccesibles. Lo mismo ocurre con el programa de periodistas financiado por Gobernación, programa —dice—, que es un ejemplo de política pública dirigida a un gremio vulnerable. Pero su impacto depende de que los periodistas lo conozcan y se registren. La falta de difusión ha limitado el alcance del beneficio. —¿Considera que la cifra de 960 periodistas inscritos es baja frente a los 30 mil 800 identificados por INEGI? Sí. La mayoría podría regularizarse si conociera el procedimiento —afirma—. Más bien es un desafío de información, no de capacidad. La narrativa vuelve a la visión de futuro. Gaviño señala que el IMSS debe adaptarse a un mundo laboral cada vez más fragmentado, donde millones de personas trabajan por cuenta propia sin patrón. El modelo tradicional de seguridad social no basta para cubrir esa realidad. El crecimiento del programa para Personas Trabajadoras Independientes (PTI), confirma esa transformación. Cada mes se registran nuevos trabajadores independientes que descubren que el costo de la cuota es menor que el de enfrentar una enfermedad sin protección. ’La seguridad social no puede seguir atada exclusivamente al empleo formal’, comenta. Es una afirmación que sintetiza el desafío central del IMSS para las próximas décadas. El problema no es médico, sino estructural. Las reformas futuras, por tanto, deberán contemplar mecanismos más amplios de incorporación. El Estado, dice Gaviño, tendrá que encontrar formas de financiar la protección de sectores que ya no encajan en la noción clásica de patrón-trabajador. Mientras tanto, la operación del instituto seguirá dependiendo de la eficiencia interna y de la capacidad de su personal. La presión no desaparecerá, pero puede administrarse. Los protocolos avanzados —Código Cerebro, Código Infarto y atención oncológica infantil—, muestran que, en ciertas áreas, el IMSS puede trabajar a niveles comparables con estándares internacionales. Eso no significa que todo el sistema esté en ese nivel, pero demuestra que el potencial existe. La explicación sobre el horizonte actuarial de once años vuelve a cobrar sentido. Es un margen que permite sostener la operación, pero también exige responsabilidad para evitar que el desgaste se acelere. ’La planificación debe ser constante’, reitera el secretario general del IMSS. Sostenibilidad, reformas y el futuro operativo del IMSS A lo largo de su carrera política, Gaviño ha ocupado puestos legislativos y directivos que lo colocaron en el centro de debates relevantes sobre movilidad, desarrollo urbano y gobernanza institucional. Fue director del Sistema de Transporte Colectivo Metro, diputado local y miembro de comisiones estratégicas en el Congreso capitalino. Esa experiencia parlamentaria y administrativa le ha permitido conocer de primera mano los retos de las grandes estructuras públicas, un conocimiento que ahora aplica en su labor dentro del IMSS. En la conversación señala que el instituto, a pesar de sus problemas, mantiene una estructura capaz de absorber emergencias masivas, epidemias y picos de demanda. Esa capacidad se construyó durante décadas y sería un error subestimar su importancia social. —¿El IMSS podría sostenerse sin reformas adicionales durante los próximos veinte años? —se le pregunta. Gaviño responde que no es posible afirmarlo, porque la realidad demográfica del país cambia con rapidez y las políticas públicas deben ajustarse. También menciona que las enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión y obesidad continúan siendo los principales factores de presión. Estos padecimientos encarecen la atención y requieren tratamientos prolongados. Sin una estrategia preventiva nacional sólida, advierte, ningún sistema de salud podrá sostenerse indefinidamente. El tema no es exclusivo del IMSS; es un desafío del país entero. La conversación se acerca a su cierre. Los periodistas del Club de Comunicadores y Periodistas de México A.C., le preguntan cómo resumiría la situación del IMSS hoy. Gaviño lo formula en términos directos: ’Tenemos un sistema fuerte, pero bajo presión. Hemos avanzado, pero no podemos confiarnos’. Esa síntesis describe bien la complejidad de la institución: estabilidad financiera temporal, saturación operativa permanente, avances técnicos indiscutibles y una función social que lo convierte en la columna vertebral de la salud pública mexicana. El análisis final no puede ser simplista. El IMSS —menciona—, no es perfecto ni está al borde del colapso. Es un sistema inmenso que opera entre tensiones, logros, rezagos y expectativas. Entender esa mezcla es esencial para evaluar su futuro con seriedad. Gaviño concluye la conversación con una idea que resume su visión institucional: ’Nuestro trabajo es sostener el IMSS para las generaciones que vienen’, una frase que, sin dramatismo, reconoce el peso real del sistema de seguridad social más grande del país y el desafío permanente de mantenerlo en movimiento.

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