Concatenaciones
Fernando Irala
Un largo temporal descargó cantidades inusuales de lluvia, que dejaron inundaciones en la mayoría de los estados del país, pero en particular en las entidades que comparten la región de la Huasteca.
El saldo, que como en toda tragedia de esta magnitud no tardará en crecer, es ya de medio centenar de muertos, decenas de desaparecidos y muchos miles de damnificados.
Ya sin el fondo que permitía atender de manera sistemática los desastres naturales que año con año ocurren en el vasto territorio de la República, la autoridad federal y cada uno de los gobiernos estatales y locales hacen lo que pueden y como pueden, dirían en mi tierra, lo que Dios les da a entender.
Desde luego, las pérdidas humanas son irremediables, y los daños en infraestructura, en carreteras y caminos, tardarán tal vez años en recuperarse. La dinámica económica, el horizonte de prosperidad, quién sabe cuándo se recobre.
Así ha ocurrido en Acapulco, donde los daños de dos huracanes de años pasados aún se notan, y el turismo demoró varias temporadas en reaparecer.
De prevención es de lo que tendríamos que hablar. Las tormentas catastróficas son uno más de los síntomas del cambio climático, fenómeno del que se viene hablando desde finales del siglo pasado, sin que los líderes mundiales se decidan a actuar de lleno. Entretanto, sus efectos en el planeta crecen día con día, lastiman a poblaciones inermes y sorprenden a gobiernos sin preparación ni planeación.
Desde siempre, el territorio mexicano vive una dicotomía conocida: por un lado las regiones del sur en donde el agua sobra y genera problemas por su exceso, y por otro el norte, donde la sequía es un fenómeno casi siempre presente y progresivo.
El clima está cambiando para mal, hacia el desorden y los extremos.
Pero en vez de esperar los aguaceros y los estiajes, un deber de Estado sería invertir en las obras que permitan prevenir y controlar las riadas, alimentar embalses, conservar y trasladar los aguas de donde sobran hacia donde hacen falta.
Eso se sabe y se estudia desde hace más de medio siglo, y si no se ha hecho, como siempre ocurre en México, es por falta de dinero, por lo costoso de los proyectos.
Pero en un país donde se ha tirado tanto dinero en obras inútiles, desde el Tren Maya al AIFA, por no hacer una lista larga, la inversión en infraestructura hidráulica aseguraría la tranquilidad, el abasto y otros muchos beneficios para la población, y para el progreso de la agricultura y la industria.
Si en materia de salud el pasado Presidente nos jugó la mala broma de compararnos con Dinamarca, no estaría de más estudiar el caso de los Países Bajos, la vieja Holanda, que por siglos ha luchado por dominar los embates del agua, hasta el grado de que una cuarta parte de su territorio es de espacios ganados al mar, y ha convertido al elemento hídrico en soporte de su desarrollo.
Mientras no invirtamos en los recursos hidráulicos en grande, seguiremos contando en un momento las muertes por agua, y en otro, los daños por sequía. -o0o-