Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Durante toda su vida, Donald Trump se dedicó a hacer negocios con buena puntería. Con mucho éxito. Él mismo ha dicho que su padre le regaló un millón de dólares para iniciarse en esas actividades y de construir viviendas a bajo costo, pasó a construir torres en Nueva York. Luego incursionó en múltiples empresas, como la construcción de hoteles, renovación de rascacielos, construcción de campos de golf, el concurso Míss Universo y en otros.
Con muchos años de edad, cuando nadie hubiera pensado en su deseo de explorar en las actividades políticas, lanzó su candidatura nada menos que a la Presidencia del país más poderoso del mundo y logró su cometido, entre otras estrategias, usando a México en calidad de blanco de sus ataques inmisericordes, al decir en su campaña que su país estaba invadido por nuestros connacionales, delincuentes violadores, asesinos, ladrones y todos los adjetivos denigrantes.
Esta parte de su discurso hizo lo suyo. Le funcionó y logró imponerse a los aspirantes del partido Republicano y de la candidata Demócrata, Hilary Clinton, a quien derrotó porque las elecciones en la Unión Americana se miden de diferente manera a las que aquí estamos acostumbrados.
Una vez en la Presidencia, de inmediato comenzó a sufrir la embriaguez que produce el poder. Como cualquier político, pensó de inmediato en la reelección cuatro años más tarde, para lo cual utilizó el mismo método de denuestos a granel. Pero se le adelantó el demócrata Joe Biden y lo venció.
El magnate no fue capaz de digerir la derrota e hizo una rabieta con una invasión al Capitolio, que por poco le cuesta la libertad.
El pasado 20 de enero volvió a la Casa Blanca, cuatro años después. Otra vez con la investidura presidencial, pero cargado del mismo elíxir que emborracha y apenas tres días después de tomar posesión, un republicano propuso su reelección por tercera vez, para garantizar que su partido ’pueda mantener el liderazgo. Hasta se parece a una de las declaraciones que estila fabricar y decir sin pena, nuestro senador Gerardo Fernández Carroña. ¿No le copiaría?
El supuesto autor fue el congresista republicano Andy Ogles, de Tennessee. Argumenta que ningún Presidente podrá ser reelegido más de tres veces para un período adicional. Esto operaría en casos similares al de Trump, o después de no haberse reelegido der manera consecutiva. Pero si como en su caso, pierde en el primer intento, el segundo podrá hacerlo y así completar tres períodos. Todo a la medida del gran jefe.
Pocos podrían asegurar que la propuesta no fue ideada por el mismo Trump y encargada a ese señor, como medida de exploración o destinada a tantear las reacciones de sus seguidores y de la misma población estadounidense. Tal vez en espera de apoyos conocidos y, sobre todo, desconocidos.
Pero la enmienda 22 de mediados del siglo pasado es muy clara al señalar que ningún Presidente puede relegirse más de dos veces. Además, existen inclusive congresistas republicanos que se opondrían a que la propuesta de reelección por tercera vez tenga éxito.
También sería necesaria la participación completa de este partido en el congreso, para aprobar la iniciativa y aunque es mayoría, no es nada robusta. Hay algunos correligionarios que ya han manifestado desacuerdos en diferentes propuestas e inclusive se han sumado a los demócratas. Las intenciones ya son mal vistas en el seno mismo de ese organismo político.
Estados Unidos es un país que ha demostrado históricamente su apego lo Mejor posible a las reglas que rigen la democracia.
En donde no se utiliza esta palabra paga engañar a la ciudadanía.
En donde se ha establecido una observancia más rigurosa, lo mismo que a las leyes.
Por lo tanto, Trump ya puede usar su pañuelo de lágrimas, salvo que esté dispuesto a iniciar una especie de revolución, que de todas formas no prosperaría, porque las mismas leyes, el Ejército y otras instancias la aplastarían.