Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Todo mundo conoce la alevosa y artera estrategia empleada por Morena, para quedarse con una mayoría calificada insuperable en el Congreso, con representantes no populares, sino al servicio absoluto del que gobierna y que permite a quien detenta el máximo poder, como a diputados y senadores con cargos especiales, hacer prácticamente lo que les venga en gana.
Si el sexenio pasado estas actitudes se suscitaban cada vez que el Ejecutivo enviaba una iniciativa, con la orden de aprobarla ’sin cambiarle una coma’, la estrategia varió a enviarla horas antes de su discusión, para ser aprobada sin siquiera leerla y con la complicidad de la madrugada, por todos los legisladores del gremio, que ni siquiera tienen la más remota idea de su contenido.
Uno de estos personajes que más repudio ha acumulado se llama Gerardo Fernández Noroña, cuyo apellido ha sido sustituido por la gente con otros, como ’La Roña’, ’Carroña’, ’Llorona’, quien inclusive se valió del poder que le otorga el Senado para llevar a un hombre que le dijo sus verdades, a darle una disculpa pública mientras saboreaba un café. Así de enorme, el ego del patán.
A finales del mes pasado, días antes de entregar la Presidencia de la llamada Cámara Alta, se suscitó una discusión con Alito Moreno, presidente nacional del PRI, que era continuación de otra anterior, cuando el priista fue a encararlo hasta su asiento y se dijeron palabras injuriosas.
Pero el asunto no pasó a mayores. En esa ocasión, el campechano ofreció una disculpa desde su curul y todo quedó en aparente calma, pero con la sangre caliente por dentro.
Después, a escasos tres días de entregar la presidencia del Senado y luego de entonar el Himno Nacional, Alito reclamó al Noroña por qué no le había concedido el uso de la palabra. Se calentaron los ánimos y el primero lanzó golpes que no llegaron a su objetivo, sino como rozones que no hicieron ningún daño.
No obstante, Noroña ofreció una conferencia de prensa, en la que sostuvo que fue golpeado brutalmente y que interpondría una denuncia, casi casi porque había quedado moribundo por la golpiza recibida por un rijoso despiadado, por cierto, mucho menos pesado y corpulento que él.
También refirió que le pegaron a un anciano de 65 años y omitió que salió en estampida y con visible pánico.
Estas aseveraciones acabaron por descomponer su figura ante la población y quienes aún dudaban de aceptarlo o no, acabaron completamente convencidos de que se trata de un individuo, de esos que abusan de los desvalidos y se inclinan ante los poderosos. Como ante el ’compañero presidente’.
El rencor quedó alojado en sus entrañas, al grado de repetir casi todos los días, desde entonces, que Alito es el peor sujeto que haya parido este país, por pegarle a un viejito inválido y, como todos los de su clase o como todos los cobardes, con el acicate del recuerdo, para vengarse en cualquier momento.
No duró mucho ese sueño.
Apenas, por instrucción de la Junta de Coordinación Política, que preside en ínclito Adán Augusto López Hernández, Alito fue depuesto de la secretaría de la Comisión de Hacienda y sustituido por el senador Erik Iván Jaimes Archundia. Fue demasiado echar aire con los puños al viejito llorón, de 65 años en su haber, a quien le resulta imposible ocultar su cobardía.
Alito no es para nada santo de mi devoción.
Pero pongo los hechos en una balanza.
Anteriormente y seguramente como producto del primer encontronazo, también por instrucción del mismo Adán Augusto, hoy en entredicho por sus señalamientos como jefe auténtico de la organización criminal La Barredora, Alito fue destituido de la presidencia de la comisión de Marina y en su lugar, nombró al morenista Carlos Lomelí, multado por la DEA por tener negocios con el cártel de Sinaloa.
¡Imagínense nomás, que credenciales tan honrosas!
Mientras estas cosas pasan, los legisladores siguen instrucciones para dar todo su apoyo a los morenistas que hoy cargan el fardo demasiado pesado de sus presuntas ligas con los criminales más grandes de nuestra historia.
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