Opinión

La captura de Maximiliano

La captura de Maximiliano
Periodismo
Mayo 14, 2021 23:36 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com

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Un día como hoy, 15 de mayo, de hace 154 años fue capturado en Querétaro un aventurero crédulo a quien le vendieron que, por estas tierras, los aborígenes estaban en espera del retorno de Quetzalcóatl. Este era un hombre blanco y barbado que llevó a los Toltecas a vivir sus días de esplendor, pero inconforme con que esta etnia practicara los sacrificios humanos marchó con rumbo a la región del este y cuyo regreso siempre fue esperado para volver a los tiempos de gloria. En el Siglo XIX, sin embargo, aun cuando las características fenotípicas de la persona quien arribaba por el oriente eran similares a las del personaje de la leyenda Tolteca, nada bueno habría de traer a estas tierras las cuales regaría con sangre. Se trataba de un austriaco de nombre Ferdinand Maximilian Joseph Maria von Habsburg-Lothringen, a quien todos identificamos simplemente como Maximiliano. En esta ocasión no abordaremos como fue su paso infame por estos lares, antes de revisar lo acontecido en el entorno de su captura, demos un repaso breve a su llegada.
Era ya el otoño de 1863 cuando a Miramar arribó una partida de mexicanos apátridas compuesta por José María Gutiérrez de Estrada, Juan Nepomuceno Almonte, José Pablo Martínez del Río, Antonio Escandón y Garmendia, Tomás Murphy y Alegría, Adrián Woll d′Obm, Ignacio Aguilar y Marocho, Joaquín Velázquez de León, Francisco Javier Miranda y Morfi, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar y Ángel Iglesias y Domínguez, cuya misión fue ofrecerle a Maximiliano el trono de México. A la par, en Roma, el arzobispo de México, Pelagio Antonio Labastida y Davalos, negociaba el apoyo de Giovanni Maria Mastai Ferretti, el papa Pío IX. A todo esto, se sumarian las ambiciones de Charles-Louis Napoléon Bonaparte, Napoleón III. Cada uno tenia agenda propia, los primeros cumplir sus sueños de vivir en un imperio bajo el yugo de un foráneo, anhelo enfermizo, pero pues ya sabemos que cada uno es según su esencia. Los segundos, la curia, recuperar las riquezas y el monopolio de los asuntos de la fe que LOS HOMBRES DE LA REFORMA les habían retirado. El tercero, buscaba establecer una cabeza de playa para atacar a los EUA y establecer un imperio francés en América Latina para recuperar lo que un día su tío, Napoleón Bonaparte, vendió por migajas decepcionado de que un grupo de zarrapastrosos, los haitianos, le dieran una lección y derrotaran a su ejército. No queda duda que escogieron, en Maximiliano, un crédulo-ambicioso quien sabía que nunca habría de ser monarca en Austria y cuya mujer, María Carlota Amelia Augusta Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia-Coburgo-Gotha y Orleans a quien conocemos como Carlota, vivía esa frustración, además de otras de índole personal derivadas de su relación con el barbirrubio. Ante todo, eso, México les parecía un bocado apetitoso fácil ser engullido. El pastel era lo suficientemente grande para satisfacer el hambre de poder de todos ellos. Sin embargo, las cosas no saldrían como lo esperaban.
Desde su llegada a nuestro país, el 28 de mayo de 1864, se percatarían de que lo prometido era humo. Los veracruzanos se mostraron indiferentes. Después en Puebla recobraron bríos cuando la sociedad de esa ciudad se les rindió. Para cuando arribaron a la Ciudad de México, ya tenían pruebas de que el idílico sitio que les vendieron no era precisamente tal. Nunca les dijeron que por estos rumbos había un grupo encabezado por un indígena testarudo, de nombre Benito Pablo Juárez García, quien encabezaba a LOS HOMBRES DE LA REFORMA quienes no ambicionaban a ser súbditos de nadie y tenían la firme intención de construir una nación así tuvieran que llevar la republica a cuestas por todo el territorio nacional mientras echaban fuera a los invasores. En medio de luchas trascurrirían los próximos tres años.
Durante ese lapso, el austriaco fue viendo como a sus aliados les salían las fauces. Primero, se enfrentó a su apoyador Pio IX quien deseaba, a la de ya, le fueran retornadas sus riquezas y el monopolio inmanente. Al no dárselo, como es costumbre entre los de esa ralea, le retiro su apoyo a quien antes había encampanado en la aventura. Sus aliados monarquistas querían más y no se conformaban con ser partícipes del segundo imperio de opereta, ellos querían ver que sus apoyo$ se transformaban en las fortunas que ambicionaban. Y, por último, al emperadorcito galo ya le salía muy caro mantener el apoyo, además de que los EUA ya habían terminado su Guerra Civil y estaban en posibilidades de voltear al sur para poner en practica los principios bajo los cuales la Doctrina Monroe fue planteada. Ante ese panorama Carlota ya andaba en Europa buscando que tanto Pío IX como Napoleón III cumplieran con lo prometido, pero al final la mandaron con cajas destempladas. Aunado a todo ello, las fuerzas militares de los Liberales mexicanos iban obteniendo triunfos y las arcas del imperio de opereta lucían cada vez más pletóricas, pero solamente de promesas, pues la fiducia (gobernador De Las Fuentes Rodríguez dixit) era cada vez más escasa. Este era el escenario bajo el cual arribó 1867 para Maximiliano y sus seguidores.
Sobre como se dieron los acontecimientos en el inicio de ese año, hemos decidido echar un vistazo a lo que Eugène Lefèvre recopilara en ’Documentos oficiales: Recogidos en la secretaria privada de Maximiliano. Historia de la intervención francesa en Méjico.’ Tomo Segundo, publicado en Bruselas en 1869. En esa pieza, se menciona como Maximiliano estaba dispuesto a recolectar fondos de donde fuera. Un ejemplo de ello se dio el 4 de febrero, cuando en el ’Diario del Imperio’ apareció un decreto que entraría en vigor el 10 de ese mes. En él, se establecía ’una contribución extraordinaria. del uno por ciento sobre las propiedades rusticas y urbanas, sobre los establecimientos industriales, y sobre todos los negocios comerciales y financieros cuyo capital fuese superior a mil pesos, con la condición onerosa para los interesados que vivían en la capital y en el valle, de que aun en el caso que sus propiedades se hallasen situadas en otros departamentos, debían satisfacer en la capital las contribuciones que, conforme a la economía del decreto, habían de ser pagadas en los lugares donde se hallaban situadas las propiedades.’ Tres días después de que esa disposición surtiera efecto, Maximiliano juntó a quienes pudo y salió con rumbo a Querétaro en donde esperaba recibir apoyo para evitar la caída de su carpa.
A partir del 19 de febrero habría de declarar a dicha ciudad como’ nueva capital del imperio [de opereta].’ En ese momento, las tropas ’maximilianistas’ alcanzaban los nueve mil hombres bajo el mando de Leonardo Márquez, Santiago Vidaurri Valdez, Julián Quiroga, el príncipe Felix de Salm-Salm y por supuesto Miguel Miramón y Tomas Mejía. El número de efectivos resultaba reducido y mucho es lo que se requería hacer para enfrentar a las fuerzas republicanas. Para resolverlo, recurramos nuevamente a lo que Lefèvre recopiló. Dada la premura para edificar las fortificaciones de la plaza, Maximiliano, a través de Manuel García Aguirre, ministro de la justicia, y del jefe del estado-mayor Severo Castillo, emitió un decreto mediante el cual impuso esa labor a todos los soldados de su ejercito y a todos los queretanos cuyas edades fluctuasen entre 16 y 60 años. Estos ’tenían 24 horas para presentarse voluntariamente al estado mayor de la plaza. y para eximir del trabajo á los que no podían ó no querían practicarlo, se les imponía una cuota semanaria desde 25 centavos hasta 14 pesos…’ Asimismo, se autorizaba a todos los agentes de la fuerza pública y aun a los simples ciudadanos, para exigir a los demás un justificante de inscripción en el estado mayor. Los que carecían de tal justificante ó que no se inscribieron en las 24 horas mencionadas, eran detenidos inmediatamente y para evitar errores se creó una comisión compuesta por tres personas para visitar todas las casas, y solicitar se les mostrasen los certificados de inscripción ó de excepción. ’En cuanto a los que no se había presentado en las 24 horas arriba mencionadas, se les condenaban a 2 años de trabajos forzados, pena equivalente casi á la de la muerte, pues. mientras durase la defensa de la plaza, estos infelices estaban obligados a trabajar en los puntos más avanzados del perímetro fortificado.’
No había trascurrido un día y, dado que la hambruna amenazaba a los invasores, emitieron otra disposición indicando que ’los víveres se tomarían de quien los tuviese y se pagarían con bonos de la misma clase de los que había expedido la comisaría para efectos ministrados al ejército; es decir, no se pagaban, sino que se robaban, porque dar papel en forma de recibos o de bonos cuando se tenía la conciencia de que no se había de pagar, era tanto como autorizar y sistematizar el robo.’ Como los ciudadanos no lucían muy entusiasmados para ir en ayudar de los ’maximinialistas’ y el dinero continuaba escaseando, apareció otro decreto sobre ’los ciudadanos que solicitaban exceptuarse del trabajo de las fortificaciones.’ Se especificaba que ’los artesanos sin taller, los jornaleros del campo, los domésticos y todos los individuos que carecían de capital o de establecimiento industrial, pagabarí25 centavos semanarios. Los dueños de establecimientos industriales, cuyo capital no pasaba de 500 pesos, los empleados del orden civil que no contasen más que con su sueldo, y los que tuviesen un capital de menos de 1,000 pesos, pagaban 50 centavos; 75 centavos los industriales y propietarios de más de 1,000 pesos; l peso los que no llegaban a 8,000 pesos, y todo él que contase con más valores, pagaba el máximo de la cuota de excepción.’ Al parecer esto no les alcanzó y entonces, como lo hiciera tiempo atrás el gallero de Manga de Clavo, determinaron que ’todos los propietarios de fincas urbanas ubicadas en la ciudad pagaban 1 peso por cada uno de los zaguanes, puertas, balcones ó ventanas que tuviesen sus casas en el frente que daba a las calles. Los que en e1 término de tres días no se apresuraban á satisfacer. la gabela, sufrían el recargo del doble de la cantidad que les correspondía pagar.’ Como siempre los tiranuelos terminan en hermanarse vía acciones desesperadas cuando ven que el final se acerca.
Lefèvre señala que ’los jefes del ejército imperial tenían una idea única, la. de recoger dinero, mucho dinero, para poder aprovecharse d ‘todas las eventualidades. Con este fin, no se detuvieron ante ningún medio que pudiera proporcionárselo. Nacionales y extranjeros fueron abandonados á las codicias de una soldadesca brutal y desesperada. Nadie escapó a los rigores de sus exacciones, ni los enfermos, ni los ancianos, ni las mujeres, ni los niños. Las casas fueron entregadas á un verdadero pillaje; los ciudadanos más honrables vieron a sus señoras e hijas insultadas, en su presencia; asistieron a la violación de las partes más secretas de sus hogares domésticos, y todo esto se hizo en nombre de un príncipe que pretendía haber adoptado por lema: la Equidad en la Justicia.’ Acto seguido pasa a proporcionar ejemplos de todas estas vejaciones con nombres, apellidos y que tipo de abusos sufrieron 44 personas a quienes les robaron, no hay otro calificativo, bienes y recursos por un monto de 253, 435 pesos. ’Esta situación duraba desde 70 días y, en una ciudad enteramente sometida á la influencia del clero, amenazaba de eternizarse, cuando un acontecimiento imprevisto vino á acelerar el desenlace y poner un término al régimen imperial.’
En ese entorno llegó el 14 de mayo, en la versión provista por Juan de Dios Arias, agregado al estado mayor del general l Mariano Antonio Guadalupe Escobedo de la Peña, para entonces Maximiliano ’había pedido un parte sobre la situación a los generales Castillo, Mejía y Miramón. En este documento, remitido la mañana de ese día por los tres, comenzaban por alabarse á si mismos; después acusaban al general Márquez de impericia y de traición y reconocían en fin que ya la plaza no podía defenderse más.’ Para entonces, Márquez y Vidaurri ya andaban en la ciudad de México en donde les preocupaba más su futuro que el del imperio de opereta. El primero había prometido volver con refuerzos y el segundo buscaba salvar la vida. Pero volvamos al análisis del día 14, ’en vez de aconsejar una capitulación honrosa de la cual la abdicación del príncipe debía ser la consecuencia natural; le inducían, por el contrario, a atacar a los liberales con 5,000 hombres que le quedaban, y, en caso de derrota, a evacuar la ciudad después de haber inutilizado la artillería, a fin de continuar en campo raso la guerra de partidarios.’ Tras de analizar el contenido de lo que sus subalternos le proponían, el barbirrubio crédulo se percató que también estos simplemente lo utilizaban. El circulo de engaños se cerraba y al percatarse ’que se sacrificaba inútilmente por unos hombres comprometidos al primer grado por su conducta anterior, y que lo sacrificaban a él para poder salvarse tras de su nombre, pero que lo abandonarían infaliblemente cuando creyeran poder hacerlo fructuosamente... Juzgó que haría bien de salvar su persona, abandonando a su suerte a estos tristes consejeros, y para entablar esta negociación enteramente de confianza, echó los ojos sobre uno de sus [más cercanos], el coronel Miguel López.’ Y aquí aparece una narrativa distinta a la que nos cuentan.
Acorde a esta, Maximiliano encomendó a López ir ante el general Escobedo y plantearle una alternativa para poder salir de Querétaro con vida. Proponía se le dejara partir ’con un solo escuadrón, bajo la promesa solemne de que este le serviría tan solo como escolta hasta llegar a un punto de la costa, donde poder embarcarse, y no volvería más a la República.’ Una vez frente a Escobedo, López le expuso la petición. Dado que el primero ya había recibido propuestas de extranjeros quienes a cambio de traicionar a Maximiliano le permitirían tomar la plaza, mismas que rechazó, procedió a interrogar a López sobre la verdadera situación de la plaza. La respuesta fue que la situación era angustiante para los imperialistas. De nada valieron las suplicas de López, Escobedo tenía instrucciones de no hacer concesión alguna, y se negó a aceptar la proposición. Tras de permitir que López regresara al Convento de la Cruz, Escobedo puso en marcha un plan para actuar esa noche. A las once de la noche todo estaba armado para que en la madrugada del 15 se diera la incursión en el convento. El general Francisco Antonio Vélez Gallardo. fue el encargado de la operación teniendo bajo sus órdenes los Batallones Supremos Poderes y Nuevo León.
’Vélez seguido del general Feliciano Chavarría, de los jóvenes coroneles José Rincón y Agustín Lozano, de otros dos ó tres jefes más, dispuso avanzar con el mayor sigilo en busca de un camino practicable. En silencioso paso pudieron llegar sin obstáculo hasta una tronera inútil, en que un cansado centinela fue sorprendido, sin que pudiera evitarlo. El incidente no podía ser más oportuno y favorable, Vélez hizo avanzar al teniente coronel Margain y al coronel Yepes con sus batallones, y al comandante general de artillería Francisco Paz, para cubrir la huerta del convento que casi estaba ya en su poder. Mientras se aproximaban, se adelantó Vélez con sus compañeros, practicando el reconocimiento de la huerta con la misma precaución y sigilo.’ Ahí encontraron al ’coronel López que la vigilaba, reconociéndolo, se halló repentinamente con grupo de estos jefes, que en el acto lo amenazaron de muerte si hacia el menor movimiento. Vélez con la pistola preparada y apuntándole a la cabeza, obligó al sorprendido coronel á que les condujese por camino seguro al interior del convento.’ La narrativa de como López logró avisar a Maximiliano para que huyera resulta muy confusa. Según este relato, ’López pudo aprovechar un instante, merced a las atenciones que iban multiplicándose y distrayendo a los jefes, para hacer llegar a Maximiliano la noticia de su inmediato peligro.’ Según esto, López se apercibió de la circunstancia favorable a Maximiliano de no ser conocido de los asaltantes, le proporcionó un caballo para que apresurase su marcha y se salvase. El archiduque que no sabía que discurrir ó que hacer, y que quizá esperaba alguna circunstancia favorable a su defensa, vaciló algunos instantes, y al fin montó en el caballo que se le ofrecía, ordenando todavía a López, a quien suponía libre, que las tropas que no hubiesen caído prisioneras marchasen violentamente al cerro de las Campanas, para donde se dirigió rápidamente.’ Aquello ya era el desastre para los seguidores del austriaco, ’las avenidas estaban cubiertas por los republicanos, y los batallones imperiales, que penetraban en las calles, al verse rodeados de sus enemigos, ó se desbandaban ó caían prisioneros. Algunos de ellos instintivamente se dirigieron al Cerro de las Campanas, donde Maximiliano, advirtiendo por todas partes el desorden consiguiente á su derrota, ya nada le era posible disponer. Veía en su derredor, grupos desconcertados de tropa, que no podían formalizar una resistencia contra las columnas sitiadoras, que avanzaban a paso veloz estrechando el cerro con un círculo de hierro y de fuego. Maximiliano se convenció de que todo había terminado: enarboló una bandera blanca: dio la orden de que cesaran los fuegos; hizo tocar parlamento, y envió a dos ó tres de sus ayudantes en busca del general en jefe del ejército vencedor, para avisarle de su rendición. Los parlamentarios, en sus respectivas direcciones, encontraron a los generales Ramon Corona Madrigal y Aureliano Rivera, quienes, instruidos de lo que se trataba, también mandaron suspender sus fuegos, y dar aviso al general Escobedo, que se hallaba recorriendo la extensa línea de ataque.’ Pronto, una fuerza imperialista se desplazó, en son de paz, hacia donde Corona estaba y un oficial le indicó que Maximiliano quería hablar con él. Una vez reunidos, ’Maximiliano le manifestó, que ya no era Emperador, cuyo título había abdicado ante su consejo de gobierno en Méjico. Corona le contestó sin aspereza, diciéndole que esa cuestión no podía tratarse por él en aquellos momentos, pero le aseguró que tanto el mismo Maximiliano como los individuos que lo rodeaban, tendrían las garantías suficientes para no ser molestados, esperando a que llegara el general en jefe.’
Al arribar Escobedo, Maximiliano le solicitó hablar a solas en donde le repitió ’la propuesta que había llevado López. ’¿Me permitirá V., dijo, que, custodiado por una escolta, marche yo hasta un punto de la costa donde pueda embarcarme para Europa, con la protesta que hago, bajo mi palabra de honor, de no volver a Méjico?’ La respuesta fue que aquello estaba fuera de su autoridad a lo cual el austriaco solicitó que se le tratase como prisionero de guerra. La réplica fue ’eso es’ Entonces Maximiliano entregó su espada ’y el general hizo que la recibiese el jefe de su estado mayor.’ El día 15 Escobedo informó al ministro de guerra, general Ignacio Luis Antonio Mejía Fernández de Arteaga, de la captura referida, y le solicitaba ’Sírvase vd. dar al ciudadano presidente mis felicitaciones por este importante triunfo de las armas nacionales.’ Dos días después Escobedo remitió a Mejía otro comunicado en el cual se leía: ’Al caer ayer preso Maximiliano, me ha suplicado le conceda lo que consta en los siguientes puntos: 1° He mandado mi abdicación en el mes de marzo, en, la primera mitad del mes. En el archivo que se me ha tomado en la Cruz, existe la copia certificada y contra signada por el ministro. El original fue enviado al presidente del consejo de Estado José M. Lacunza, con orden de que fuese publicado en. cuanto cayere ilegalmente prisionero. 2° Que, si es necesaria alguna víctima, lo sea la de mi persona. 3°’ Que sea bien tratado mi séquito y servidumbre por la lealtad con que me han acompañado en los peligros y vicisitudes. Me ha dicho también, que no desea otra cosa que salir de Méjico, y que, en consecuencia, espera que se le dé la custodia necesaria hasta embarcarse. Le he contestado que nada puedo concederle, y que lo que puedo hacer es darle cuenta al supremo gobierno como lo hago, al fin de que resuelva lo conveniente. No obstante, todo esto, la historia que prevalece sobre la captura de Maximiliano es la de que López lo traicionó, algo que este ultimo negó hasta el día de su muerte. En todo esto, hay un elemento que nunca debemos de olvidar, el general José de la Cruz Porfirio Díaz Mori buscó, a toda costa, ser reconocido como el gran héroe militar en el triunfo sobre los invasores y, en ese afán, pudo haber sido quien ayudó a fomentar la idea de la traición como un medio para opacar las acciones de los generales Escobedo De La Peña y Corona Madrigal a la hora de la captura de aquel crédulo a quien todos terminaron traicionando pues no cumplía con las expectativas que abrigaron cuando fueron a traerlo. Al final, no eran más que una partida de sinvergüenzas, unos de frac, otros de kepi, y varios de sotana y bonete que encontraron en Maximiliano al crédulo-ambicioso que buscaban. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (21.19.62) Alguien podrá decir que aquellos eran los tiempos del presidencialismo, pero no sobra recordar la cita que Miguel Alemán Velasco realiza en ’No siembro para mí. Biografía de Adolfo Ruiz Cortines’ (1997). Narra lo que en una ocasión este mandatario le comentó a su jefe de prensa, Humberto Romero Pérez: ’El presidente, don Humberto, no puede, ni debe de ser un editor en jefe de la prensa nacional, porque la palabra presidencial debe de ser muy pesada, muy meditada, muy analizada, muy bien dicha, muy de vez en cuando, y con un sentido definitivo, porque tiene una gran importancia. La palabra presidencial debe de ser escuchada con mucha atención por todos y tomada verdaderamente en serio y, sobre todo, que sea la ultima que se tenga que decir sobre la vida política y constitucional del país.’

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