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Alberto Carbot
México A la memoria del doctor Nuren Mohamed Sabir Banafunzi, sembrador de futuro desde la ciencia y de Andrea Alicia Álvarez Ursúa, incansable promotora de la alimentación digna en los hogares de México Nuren Banafunzi, el científico somalí y Andrea Alicia Álvarez Ursúa, la mexicana que transformaron la alimentación rural LA HISTORIA OLVIDADA DE LA SOYA MEXICANA; UNA SEMILLA, DOS VIDAS Desde la Montaña de Guerrero, un científico africano y una mujer mexicana lograron que la soya dejara de ser forraje para convertirse en alimento cotidiano. Él la modificó desde la genética; ella la tradujo en leche, pan, milanesas o cebiche. Con respaldo político y trabajo de campo, su proyecto fue una alternativa a la desnutrición. Sin alardes, cambiaron la forma de comer de miles de familias. Esta es una breve historia de esa semilla, de esas dos vidas, y de lo que puede lograrse sin ruido ni artificios Alberto Carbot A mediados de los años setenta, en Guerrero, el genetista africano Nuren Mohamed Sabir Banafunzi, nacido en Somalia el 28 de julio de 1942, inició una transformación real en la historia agrícola y alimentaria del país, desarrollando una revolucionaria variedad de soya y fomentando su cultivo. Formado en genética nuclear y con experiencia en instituciones como la Universidad de Hawái, el doctor Banafunzi llegó a México invitado por el gobierno federal, en el marco de un programa promovido por el presidente Luis Echeverría Álvarez, decidido a impulsar la autosuficiencia alimentaria nacional. El gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, respaldó de inmediato la propuesta del científico. Desde su llegada, Banafunzi se propuso un objetivo puntual: crear una soya accesible, de alto rendimiento y con un sabor aceptable para las familias mexicanas. Esa meta derivó en la variedad BM-2, una semilla elaborada para consumo humano que no requería procesos industriales complejos y cuyo sabor suave permitió su integración directa en la cocina cotidiana. El cultivo del frijol de soya en México tiene raíces más antiguas de lo que suele creerse. Existen indicios de su posible llegada a Acapulco desde Manila hacia 1585, transportada por comerciantes chinos en los galeones españoles. Sin embargo, fue hasta 1911 cuando se registra el primer cultivo formal. La soya, un viaje milenario de Asia a las Américas Pero la historia de la soya abarca milenios. De alimento venerado en el Lejano Oriente, se convirtió en uno de los cultivos esenciales para la alimentación y la agricultura en el mundo. Su expansión fue lenta, pero constante, hasta arraigarse con fuerza en América, particularmente en México y América Latina. Originaria del sudeste asiático, fue mencionada en el año 2853 a.C. por el emperador chino Sheng-Nung como una de las cinco plantas sagradas. Entre los siglos XVII y XI a.C., ya era domesticada en el oriente de China, donde se conocía como shu. La elaboración del tofu —uno de sus derivados más antiguos—, aparece documentada durante la dinastía Han, hace unos dos mil años. Aunque llegó a Corea y Japón antes de nuestra era, la soya permaneció durante siglos dentro del ámbito asiático, debido a que se consumía sobre todo en forma de miso, tofu y salsa fermentada, no como grano entero. La expansión hacia otras regiones se aceleró con la Era de los Descubrimientos. Exploradores europeos comenzaron a registrar su existencia y sus usos. Una hipótesis plantea que en 1565 pudo haber llegado a Acapulco, a través del intercambio comercial del Galeón de Manila. Aunque no existen pruebas concluyentes, esa conexión transpacífica hace plausible su arribo temprano a la Nueva España. Sin embargo, la consolidación de su presencia en América ocurrió mucho más tarde, durante el siglo XIX, impulsada por investigaciones científicas y necesidades agrícolas. En América Latina, comenzó a establecerse con más claridad a partir de 1882 en Brasil, gracias al agrónomo Gustavo D’Utra, y en 1921 en Paraguay, por obra de Pedro Ciancio. En 1923, tanto Argentina como Paraguay ya desarrollaban programas de cultivo. La década de 1920 fue clave para Brasil, con ensayos dirigidos por Rhoad y Carneiro en São Paulo. Paralelamente, en 1930, circuló en español la traducción del artículo ’Utilización de la soya’ de William Morse, publicado en Cuba, lo cual contribuyó a su difusión en México y otros países hispanohablantes. Durante los años treinta, México inició plantaciones experimentales en Veracruz (1932-1935), evaluando la viabilidad del cultivo. En 1940, el antropólogo Manuel Gamio impulsó su integración en comunidades indígenas, no sólo como opción agrícola, sino como elemento nutricional en regiones con carencias alimentarias. La escasez de alimentos provocada por la Segunda Guerra Mundial amplió el interés en la soya. En Ecuador, por ejemplo, se promovió como sustituto de carne, leche y huevo. Aunque no se dispone de cifras claras sobre México en ese periodo, el entorno regional favoreció su paulatina introducción. A partir de 1946, Brasil se consolidó como primer productor regional. En las décadas de 1960 y 1970, Argentina se sumó con fuerza. Hoy, ambos países figuran entre los mayores productores del mundo. En América Latina, la soya abastece la demanda de aceite y harina, sostiene cadenas agroindustriales y participa incluso en la producción de biocombustibles. El recorrido de esta planta —desde los campos ceremoniales de China hasta los ejidos y sembradíos latinoamericanos—, confirma su capacidad de adaptación y su importancia estratégica en el desarrollo alimentario del continente. El esfuerzo de Nuren Banafunzi en Guerrero, para el desarrollo de la soya en México Sólo a partir de los años sesenta, con el impulso del gobierno federal y el aumento de la producción nacional —que pasó de 13 mil toneladas métricas en 1961 a más de 800 mil en 1987—, la soya adquirió un papel relevante en la política alimentaria mexicana. En esa época, el Seguro Social distribuyó harina de soya como complemento nutricional, aunque con poco éxito debido a la falta de conocimiento sobre su preparación. La población mexicana, acostumbrada a cocer frijoles suaves que generan caldos espesos, encontraba la soya dura y amarga. Fue precisamente este obstáculo cultural y culinario el que el doctor Nuren Banafunzi, logró superar con su variedad BM-2, y facilitar su integración en preparaciones tradicionales. La BM-2 nació a partir de un objetivo sencillo: crear un alimento que pudiera enfrentar directamente la desnutrición infantil y mejorar la ingesta proteica en hogares con bajos ingresos. Los especialistas coinciden en que la buena alimentación durante la infancia determina en gran medida la salud adulta. De ahí la importancia de proteínas accesibles, y por ello la BM-2 se concibió como una alternativa vegetal económica, nutritiva y culturalmente viable. Instalado en el Instituto Superior Agropecuario del Estado de Guerrero (ISAAEG), en Iguala, Banafunzi —en colaboración con varios de sus destacados alumnos y colaboradores, entre ellos el doctor Sergio Roberto Márquez Berber—, propuso desarrollar una soya comestible, económica, adaptada al trópico mexicano y que pudiera integrarse sin dificultad a la dieta popular. Así nació la variedad ISAAEG-BM 2, producto del cruce entre una línea Kahala y Lee 68. Se trataba de una soya resistente a enfermedades, tolerante a la sequía, de ciclo corto, con sabor suavizado y alto rendimiento. Ideal para pequeños productores y cultivos comunitarios. El propio Banafunzi sintetizó doce variedades experimentales de soya, aunque sólo algunas se presentaron públicamente. La BM-2, por su perfil alimentario, logró ser la más relevante. Su resistencia, su sabor moderado y su capacidad para producirse en condiciones de escasez hídrica la convirtieron en candidata natural para programas de combate a la desnutrición. En cultivos asociados —por ejemplo, con maíz—, resistía incluso cuando este último sucumbía por falta de agua. Su apoyo a las viudas de Atoyac, en palabras de Carlos Alarcón Nava, uno de sus colaboradores La trayectoria del doctor Nuren Banafunzi en México no sólo puede reconstruirse desde sus logros científicos, sino también a partir de quienes lo acompañaron de cerca. Uno de ellos fue el ingeniero agrónomo Carlos Alejandro Alarcón Nava, exalumno suyo en el Instituto Superior Agropecuario del Estado de Guerrero. Durante varios años convivió con el investigador africano y fue testigo directo de sus rutinas, de su disciplina inquebrantable y de su relación cotidiana con las comunidades donde germinó el proyecto de la BM-2. Alarcón recuerda a Banafunzi como un hombre brillante y exigente, capaz de trabajar a cualquier hora. Dormía poco, salía de madrugada a tomar muestras en los campos y distribuía tareas con precisión quirúrgica entre sus discípulos. La parte estrictamente científica recaía en colaboradores como Sergio Roberto Márquez Berber y Antonio Mena Baena —este último su acompañante más cercano en el diseño y perfeccionamiento de la variedad BM-2—, mientras que él asumía la conducción intelectual del proyecto y la visión social que lo acompañaba, apoyado en la sapiencia culinaria de Alicia Álvarez Ursúa, para innovar en la elaboración de los platillos a base de soya. Su relación con las familias de Iguala fue estrecha. Alarcón cuenta que el científico se instaló inicialmente en una casa perteneciente a su hermana Celinda, en la colonia La Floresta, y que tanto él como su esposa, Carmen Peralta, ofrecieron apoyo constante al investigador durante aquellos años. Ella, en particular, participó en la dinámica doméstica y experimental que articulaba cocina y ciencia —un entorno que Nuren consideraba parte esencial del proceso para introducir la soya en la vida cotidiana—. Esa cercanía convirtió a la familia Alarcón en uno de los vínculos más íntimos que el científico mantuvo en México. El ingeniero también reconstruye episodios poco conocidos, como la labor silenciosa que Banafunzi realizó en apoyo a viudas de la guerrilla en Guerrero. Con un equipo de estudiantes, entre ellos el propio Alarcón, cosechaban y procesaban soya para llevar alimentos directamente a las familias. Aquella intervención comunitaria —hoy prácticamente olvidada—, fue coherente con la convicción del somalí: la ciencia debía traducirse en beneficios tangibles para los sectores más vulnerables. Otra faceta que Alarcón subraya es la relación del científico con su propio cuerpo. Tras ser diagnosticado con cáncer de próstata en Houston, se negó a ser operado. Se escapó del hospital, volvió a México y puso en marcha un protocolo personal de desintoxicación, caminatas extenuantes, dietas rigurosas y sudoraciones inducidas. Según el testimonio del ingeniero, logró controlar la enfermedad en un lapso de tres meses, lo que reforzó su convicción de que el cáncer debía tratarse como una infección y de que la disciplina alimentaria era parte del tratamiento. Esa misma disciplina la aplicó con pacientes cercanos. Alarcón relata el caso de su suegra, una mujer diabética en estado delicado, a quien Banafunzi estabilizó mediante un estricto sistema de alimentación y rutinas cotidianas. Fue un ejemplo más —dice—, de su capacidad para trasladar la ciencia a la vida real, sin discursos ni solemnidades. Su método, aun heterodoxo, dejaba una impresión profunda en quienes lo conocían. Sus últimos años estuvieron marcados por experimentos cada vez más severos con su propio cuerpo, lo que provocó dificultades nutricionales y episodios confusos. Fue atendido por el DIF en Cuernavaca y trasladado posteriormente a Acapulco, donde murió el 2 de noviembre de 2014, lejos de los reflectores y sin reconocimiento oficial. Su cuerpo fue acogido por Antonio Mena Baena, su colaborador más fiel, quien lo sepultó en las criptas de su propia familia. Según Alarcón, en sus últimos momentos Banafunzi pedía que llamaran a ’Toño’ Mena y a ’Carlos’ Alarcón, un gesto que resume la dimensión humana de un investigador que dio a México una de sus contribuciones agrícolas más significativas. Alicia Álvarez Ursúa: creó más de 250 recetas y dirigió 500 cursos en comunidades rurales Sin embargo, la historia de la soya en México tampoco puede entenderse sin el nombre de Andrea Alicia Álvarez Ursúa, nacida el 9 de diciembre de 1928 en Tetipac, municipio de Taxco, Gro, figura esencial en el aterrizaje práctico del proyecto. Titular de la cocina experimental en el Colegio Superior Agropecuario del Estado de Guerrero (CSAEGRO) durante más de dos décadas, ella convirtió la investigación científica en una herramienta cotidiana. Elaboró más de 250 recetas y dirigió más de 500 cursos dirigidos a comunidades rurales, amas de casa, promotoras del DIF y personal de salud. Su propósito fue claro: dignificar la dieta popular sin romper con la tradición culinaria del país. La variedad BM-2 facilitó esa tarea. A diferencia de otras soyas cuyo sabor generaba rechazo, la BM-2 podía procesarse sin necesidad de maquinaria especializada. Un kilogramo de grano rendía cerca de diez litros de leche y dos kilogramos de masa, lo que permitió introducirla en hogares con economías reducidas. Gracias a su trabajo, la soya dejó de ser un ingrediente lejano o sospechoso. Transformó la BM-2 de Nuren Banafunzi en pozoles, tamales, horchatas, chorizos vegetales, tortillas, croquetas y soufflés. Sus preparaciones se presentaron en universidades de Chapingo, Morelos, Guerrero, Aguascalientes, y en instituciones como el DIF nacional, la Asociación Americana de la Soya y las instalaciones de PEMEX en Tampico, impulsadas por el dirigente petrolero Joaquín Hernández Galicia. Con el respaldo del gobierno estatal, se desplegó una campaña de difusión que penetró hogares, escuelas y centros comunitarios. Doña Alicia fue el rostro cotidiano del programa, mientras el científico africano defendía su rigor técnico ante foros especializados. En noviembre de 1975, la American Soybean Association (ASA) patrocinó la histórica Primera Conferencia Latinoamericana sobre Proteína de Soya, celebrada en la Ciudad de México. Más de 300 personas, provenientes de distintos países latinoamericanos, participaron en ese encuentro que marcó un punto de partida para el intercambio técnico y científico sobre este cultivo. Cinco años después, en 1980, la ASA inauguró el Centro de Nutrición Humana en la Ciudad de México y organizó la Conferencia Mundial sobre Procesamiento y Utilización de la Soya, esta vez en Acapulco. Asistieron más de 600 especialistas de 42 países. Una fuente vegetal completa de proteína Fue en ese foro donde el científico somalí presentó los resultados del trabajo realizado en Guerrero con la variedad BM-2, que ya empezaba a despertar interés más allá de México. La BM-2 fue evaluada en Venezuela, Nicaragua, Bulgaria y Estados Unidos, como una opción viable para mejorar la dieta en regiones con escaso acceso a proteínas animales. Según consta en el libro History of Soybeans and Soyfoods in Central America (1877–2009): Bibliography and Sourcebook (Soyinfo Center, 2009), compilado por William Shurtleff y Akiko Aoyagi, Blanca Domínguez de Diez Gutiérrez, investigadora y promotora de la alimentación con soya en los años ochenta, destacó que el doctor Nuren Banafunzi ’contribuyó mucho a México, creando la variedad BM-2 sin olor ni sabor a frijol, para que la leche de soya fuese aceptada’. En los análisis bromatológicos para determinar su composición nutricional, realizados por el Instituto Nacional de Nutrición, se determinó que esta variedad contenía un 22.49 por ciento de aceite, niveles elevados de metionina —un aminoácido esencial poco común en leguminosas—, además de vitamina B12, tiamina y caroteno. Estos datos la consolidaron como una fuente vegetal completa de proteína. Estudios estadounidenses reforzaron esta valoración. En ellos se comparó a dos grupos: uno alimentado exclusivamente con soya durante un mes y otro con carne. El primero mantuvo niveles normales de colesterol; el segundo presentó incrementos. Cuando se invirtieron las dietas, los niveles se ajustaron de nuevo, demostrando que la soya podía sustituir a la carne sin efectos nocivos y con notable ventaja económica. A diferencia de otras variedades que requerían industrialización compleja, la BM-2 podía procesarse en casa, sin más tecnología que una olla y un molino. Esta accesibilidad fue parte del éxito del programa. Con una mínima inversión, cualquier familia podía producir leche, masa, germinados, croquetas o sopas. Este enfoque práctico, desarrollado desde la cocina experimental de Alicia Álvarez Ursúa, permitió que la soya pasara del campo al plato, sin intermediarios, con recetas adaptadas a la gastronomía tradicional mexicana. En las instalaciones del ISAAEG, el propio Banafunzi, acompañado de Álvarez Ursúa solía demostrar el proceso completo: desde el cultivo hasta los platos terminados. La leche producida con esta variedad mantenía un perfil gustativo similar al de la leche animal, algo que no ocurría con otras soyas y que facilitó su aceptación comunitaria. El desarrollo, con precisión y creatividad, de un cuerpo de recetas Andrea Alicia Álvarez Ursúa fue mucho más que una colaboradora del científico somalí.
Fue la artífice operativa, la pedagoga incansable y el alma cotidiana del proyecto. Durante más de dos décadas encabezó la cocina experimental del CSAEGRO, donde desarrolló con precisión y creatividad un cuerpo de recetas que hoy sigue siendo referencia para la nutrición en sectores populares. Su experiencia la llevó a compartir su conocimiento en universidades, centros comunitarios, hospitales y organismos públicos, desde Chapingo hasta PEMEX. Madre de cuatro hijos: Norma Inés, Gina, Janet y Carlos Felipe, ella falleció el pasado 18 de mayo en la ciudad de Puebla, a los 97 años. La reseña no alcanza a dar cuenta de su verdadera dimensión. Su carácter era firme y dedicado. No buscaba reconocimiento, y sin hacer ruido, llevó la soya del laboratorio a las cocinas domésticas. Gracias a ella, muchas familias mexicanas incorporaron este alimento a su vida diaria, sin renunciar a sus costumbres culinarias. Ciertamente, ni el doctor Nuren Banafunzi ni doña Alicia Álvarez tienen una estatua o una placa de reconocimiento, pero están presentes en cada mesa donde la soya dejó de ser una idea lejana y se volvió alimento.
Su historia es un cruce entre saber y acción, entre laboratorio y cocina, entre voluntad política y trabajo de base. Representan una forma de entender el progreso, sin desligarse de lo esencial: lo que comemos. En homenaje a su legado, junto con el economista y periodista Juan Campos Vega, esposo de su hija Janet, hemos decidido reeditar su recetario, como un acto de reconocimiento y justicia, para ponderar su aporte, práctico y profundo, al fortalecimiento de la alimentación popular en México. Su legado, vivo en comunidades, recetarios y generaciones de mujeres formadas bajo su consejo y supervisión, debe reconocerse con el mismo respeto que se da a los grandes nombres de la ciencia aplicada. Este relato sobre ambos personajes no es una elegía, sino una lección. Cambiar el mundo puede empezar también por cambiar el plato de comida. Sólo hace falta saber crear, dónde sembrar y con quién caminar.