Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Después de las elecciones que dieron el triunfo a Claudia Sheinbaum, alumna del Presidente desde que inició su carrera política con el primer cargo público que el tabasqueño le confirió en el año 2000, como secretaria del Medio Ambiente del Distrito Federal, cuando fungía como jefe de Gobierno de la Ciudad de México, han surgido sueños de diversos politólogos y analistas políticos que expresan una ilusión que seguramente quedará en un buen deseo.
Inclusive desde antes de los comicios del 2 de junio pasado, se escribieron columnas en las que se habló de que, de ganar las elecciones, la señora podría estar dispuesta a sacudirse el yugo autoritario que seguramente le impondría el Presidente, ávido de poder y dispuesto a no perderlo por el hecho de terminar su gestión.
Más bien de preservarlo con la imposición como candidata del funcionario menos dispuesto a ofrecer resistencia con tal de llegar al máximo poder.
El Presidente no tuvo empacho en deslindar de esta posibilidad a quienes habían acumulado méritos suficientes para ser tomados en cuenta. Sin duda, Marcelo Ebrard fue quien tenía esos merecimientos, por haberle mostrado una fidelidad a toda prueba y por haberse hecho a un lado en el segundo intento de buscar la candidatura desde el PRD. Se suponía que esta actitud le confería el mérito de relevarlo en esta ocasión, una vez finalizada la tarea.
En la mente del Mandatario existía otra figura que comenzó a tener presencia a partir de su asunción a la Primera Magistratura: la de Claudia Sheinbaum, seleccionada desde el principio como la fiel caja de caudales capaz de guardar todos los secretos del hoy Presidente, como los gastos en la construcción de los puentes viales, hasta hoy bien resguardados, amén de otros.
Era la idónea para continuar en la Presidencia desde el rancho chiapaneco. La señora decidió copiar en todo a su jefe o al único que podría convertirla en su sucesora. Mostró docilidad y hasta falta de iniciativa, porque, al fin y al cabo, lo único que tenía que hacer era copiar al jefe sus actitudes.
Cada gesto. Cada palabra. Esto no requiere inteligencia ni preparación especiales. Remedar es fácil, aun cuando el consejo popular dice que nunca, segundas partes fueron buenas.
Desde poco antes de los comicios y hoy, muchos han pensado —inclusive un servidor— en la remota posibilidad de que la señora pudiera asumir un papel similar al de Lázaro Cárdenas frente al jefe del Maximato, Plutarco Elías Calles, habida cuenta de que, quien ejerce el cargo de Presidente no puede ser títere de quien lo deja. El poder es indivisible y quien lo ejerce debe operar de acuerdo con su propia visión. Con sus propias decisiones, aciertos y errores.
Los días después del triunfo, advierten que eso no será posible. El señor ha endurecido sus acciones como el único y seguro jefe del nuevo Maximato, aunque aún no sepamos cuánto dure.
Y Claudia ha mostrado estar dispuesta a respetar las decisiones del maestro, como sumisa heredera del poder que le hicieron el favor de conferirle, con la condición de permitir la intromisión de su benefactor.
Ha repetido estar de acuerdo con uno de los actos más nefastos en la vida de cualquier país democrático: la reforma al Poder Judicial, que permitirá la elección de jueces, magistrados y ministros por voto popular, como un acto de venganza y no con miras a hacer funcionar esa institución para bien de México.
Esto, sin reflexionar en que dicha acción es ya rechazada inclusive por la comunidad internacional y que podría implicar desavenencias con otros países, sin ninguna necesidad de fabricar enemigos por fabricarlos o tan sólo por dar gusto al quien apunta a dirigir sus actos de gobierno.
La ha regañado por atreverse a conferir nombramientos y la ha placeado en diferentes entidades, después del triunfo, los fines de semana, como para hacer notar que le debe el favor y que es quien permanecerá al frente del destino del país, como jefe de la misma Presidente. Ha iniciado pues, una andanada de imposiciones, no con la complacencia, sino con el sometimiento de la señora.
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