Presente lo tengo yo

Las toñas

Las toñas
Periodismo
Noviembre 17, 2020 20:36 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

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Famoso borrachín era el tal Pancho. Sus embriagueces no tenían fin. Sin embargo él afirmaba que en toda su vida se había emborrachado nada más una vez, cuando tenía 18 años. La borrachera que traía ahora, a los 40, era la misma.

Cae que no cae iba Pancho todos los días desde la cantina Lontananza, en la calle de Victoria, al bar Cuauhtémoc, por Allende, y luego al Jockey Club, frente a la Plaza de Armas. Remataba su cotidiana peregrinación en los Bajos, famosa cantina que estaba en el sótano del Hotel Coahuila, de donde no podía ya salir a causa de la escalera empinadísima, que a esas alturas -o bajuras- se le hacía más difícil de escalar que el Anapurna o el Everest.

Nunca traía dinero Pancho, pero bebía de todo. Caía en gracia a unos; inspiraba lástima a otros; lo apreciaban todos. El caso es que no le faltaba nunca quien le invitara ’la otra’. En el peor de los casos, cuando no hallaba a nadie, los cantineros le obsequiaban las toñas, infame bebistrajo que resultaba de vaciar en un recipiente lo que quedaba en las copas de toda la clientela. En ese inmundo pote se revolvían horriblemente sobras de tequila y de ron, de cerveza y de brandy, de aguardiente, ginebra y mezcal.

A un misionero norteamericano le dio por redimir al pobre Pancho. Se apesaraba el buen predicador al verlo ir por las calles midiendo paredes. Así se decía de los borrachos tambaleantes que se iban deteniendo de las paredes para no caer, y parecía que las iban midiendo a brazadas. Le dolía al piadoso yanqui ver a aquel hombre sin ventura, perdido en los humos de su borrachera, inútil para todo lo que no fuera buscar las copas con que saciaba su constante sed.

Cierto día el americano se enteró de que Pancho, que hacía un rato le había pedido unas monedas ’pa’ comida’, con la promesa firme de que no las gastaría en beber, se había ido en derechura a una cantina. No tuvo empacho el misionero en entrar a aquel lugar de vicio, pensando que ahí hallaría ocasión de ejercitar su ministerio. Halló a Pancho, en efecto, en compañía de otros briagos a quienes con júbilo había invitado a beber con el dinero recibido. ’A cuenta de lo de Texas’ –les dijo con orgullo.

-Pero hombre, Pancho- le dijo el misionero después de exhortarlo inútilmente a salir de la taberna-. ¿No saber ousté que el vino ser muy malo? Apenas ayer leer yo en la revista Atalaya que cada año morir 50 mil americanos víctimas del alcohol.

-Pos eso allá los gringos -replicó Pancho-. Yo soy puro mexicano.

Salió el misionero meneando tristemente la cabeza, y todavía al salir oyó que en la radiola comenzaban a sonar los acordes de la conocida canción ’Amor perdido’. También escuchó un grito destemplado de borracho que proclamaba a voz en cuello:

-¡Viva México, cabrones!

Ciertamente la vibrante y patriótica proclama no hacía juego con esa canción, que es de mucha melancolía y hondo sentimiento.

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