Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
El Presidente de los mexicanos se ha distinguido, entre otras cosas que sólo transparentan su baja estofa, por contar con un sentido de la amistad inexistente. Ni siquiera bajo. En el caso de su administración, sólo cuenta con obedientes servidores, no de los mexicanos, sino suyos. Esta circunstancia reditúa porque quienes así se comportan son hasta felicitados por su pésimo desempeño y por sus actos de corrupción, con un constante ’yo confío en él’.
Parece diseñado para traicionar.
No soporta la más justificada desobediencia o siquiera que no festejen con amplias sonrisas sus pésimos chistes. Hay que celebrarle todo lo que hace, por regla general mal, para estar en su gracia.
De otra manera, su rabia no se hace esperar.
Al inicio de su sexenio contaba con muchos supuestos amigos que ya no lo son. De esta situación pasaron al lado opuesto y ahora están convertidos en enemigos. Tal es el caso del empresario Ricardo Salinas Pliego, con quien compartió sonrisas y alabanzas y hoy están plenamente distanciados por algunas inconveniencias derivadas de desacuerdos en ciertos manejos políticos.
Durante la pandemia, Salinas Pliego se opuso a las medidas del gobierno de resguardarse. Aseguró que el virus era muy contagioso. Todo mundo se enfermaría sin consecuencias lamentables porque era de baja letalidad y las medicinas muy avanzadas. Se negó inclusive a cerrar su empresa Elektra.
Después, criticó duramente los libros de texto de la SEP, con aquello de que sólo buscaban un adoctrinamiento y el consumismo y, por lo tanto, evitaría a toda costa que se distribuyeran en su colegio Humanitree.
El más grande desencuentro ocurrió cuando fue conminado a pagar impuestos por 63 mil millones de pesos por la concesión de un campo de golf en Huatulco, Oaxaca, por el que inclusive le propusieron pagar equis cantidad. Volvió a criticar a su ’amigo’, el Presidente, por querer dilucidar el problema en sus mañaneras y no en los tribunales, como debe ser.
La corte resumió los hechos con una resolución a favor de Salinas, pero un día después, fue dispuesto que la Guardia Nacional arribara al campo de golf y se apoderara de él. El Presidente defendió con el argumento de que la medida fue para declarar el área como zona natural protegida.
Sin embargo, hay otro caso en situación parecida que inquieta, pero en Sinaloa. Data de 2022 y se refiere a la mina de San Ignacio, ubicada en la localidad de El Patole.
El empresario Abraham Reyes Flores, propietario de la empresa Ángeles Mine Corp, hizo una propuesta para explotarla, pero la Secretaría del medio Ambiente y Recursos Naturales (semarnat) le cerró la puerta.
La situación fue aprovechada por el Cártel de Sinaloa, que decidió echar a andar un proyecto de explotación, pero sin pedir permiso y ahora se encuentra en sus manos. De haber sido concedido a la empresa, seguramente se hubiera comprometido a pagar los impuestos necesarios e inclusive, a pagar el derecho de piso que obligadamente le hubiera aplicado el mismo grupo delictivo.
La diferencia entre la empresa y la organización que la explota, estriba en que la primera hubiera utilizado técnicas viables para la explotación, que en su momento explicó profusamente, mientras que el cártel usa técnicas rudimentarias y por lo mismo, demasiado contaminantes.
¿Quién es el valiente que ha intentado persuadir a esta agrupación, aunque sea con palabras dulces, que abandone su proyecto? Ni el gobernador ni el Presidente, que prefiere pelear contra un empresario por otro caso y por motivos diferentes, pero que convergen en el pago de impuestos.
Uno desea arreglar el problema ante las autoridades. Otro ni siquiera ha recibido una leve amonestación por haberse adueñado de la mina para explotarla a su antojo sin dar cuentas a nadie. Sin recibir siquiera la más leve invitación a pagar los impuestos generados desde hace dos años. ¿Cómo se llama esto? ¿Miedo, tolerancia, amistad? Bueno, otra amistad llegó a su fin.
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