Opinión

Santos y pecadores /A de B

Santos y pecadores /A de B
Periodismo
Abril 13, 2019 06:57 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com

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Si alguien imaginó que, ante los días por venir, este pecador irredimible ha visto la luz, o que ha optado por convertirse en una especie de Girolamo Savonarola, aquel monje dominico del siglo XV-XVI, quien lanzaba anatemas a los impenitentes y alababa a los creyentes, permítanos desilusionarlo. El titulo de este artículo corresponde parcialmente al del libro ’Saints and Sinners in the Cristero War. Stories of Martydorm from Mexico’ (2019), aparecido bajo la firma del sacerdote católico, James T. Murphy. Nos enteramos de esta obra a través de nuestro profesor Michael S. Mayer quien, sabedor como pocos de nuestra postura acerca del tópico, nos recomendó leerla y elaborar un comentario sobre ella. Procedamos.
Para abrir boca, Murphy trata de convencernos que durante tres centurias la iglesia solamente buscó el bienestar de los aborígenes al evangelizarlos y que hasta buscaba instruirlos, lo cual únicamente vale para los asuntos de rezos y canticos religiosos, pues a principios del siglo XIX, el noventa y ocho por ciento de la población mexicana era analfabeta. Eso sí, ni quien vaya a argüirle que en el periodo comprendido entre la mitad del siglo XVI y la del siglo XVII, se construyeron 11,800 catedrales, iglesias y capillas, una universidad y 32 colegios. Ni mucho menos vamos a discutir que nuestros ancestros hispanos buscaron amalgamar sus creencias religiosas con las de nuestros antecesores indígenas para crear un sincretismo religioso que tuvo los resultados por todos conocidos. Por supuesto que Murphy justifica la riqueza que la iglesia amasó a lo largo de tres centurias ya que dice se dio buen uso a ella. La pregunta es: ¿En beneficio de quién? Al término de la colonia, la aplastante mayoría de la población vivía en la miseria. Para que no haya duda de por donde andan sus admiraciones, alaba a un par de personajes, Agustín Cosme Damián De Iturbide y Arámbula y a Antonio María de Padua Severiano López de Santa Anna y Pérez de Lebrón. Al primero porque al entronizarse como ’emperador,’ el obispo celebró una misa consagrada. Al segundo, porque cuando Valentín Gómez Farias (a quien no menciona por su nombre), en funciones de presidente, emitió disposiciones para poner en orden a la iglesia, el gallero regresó de Manga de Clavo y restituyó el viejo orden favorable a los clérigos. Asimismo, el sacerdote alaba que la Constitución de 1824 estableciera el monopolio religioso del catolicismo y se mantuvieran los fueros. Lo que olvida es que cuanta Constitución se promulgó entre ese año y 1856 anotaban que para poder ser ciudadano mexicano debería de profesarse la fe católica y por supuesto no podía haber ninguna otra. En igual forma, trata de justificar el contenido del Silabario de Errores (Syllabus Errorum) que, el 8 de diciembre de 1864, emitiera el ciudadano Giovanni Maria Mastai-Ferretti, el papa Pío IX quien, entre otras cosas, se declarara enemigo de la libertad de pensamiento y decretaba que la iglesia determinaría cuales eran los libros que pudieran o no leerse. Para nada reprocha la bendición papal, ni la intervención de la clerecía mexicana, en apoyo a la venida de Maximiliano y toda la desgracia que esto acarreó al país.
Por el simple título es fácil imaginarse que se trata de un análisis maniqueo entre los buenos y malos. Cual, si fuera un combate de lucha libre, el ciudadano Murphy divide a los personajes centrales de su obra entre los técnicos (los llama santos) y los rudos (para él son los pecadores). En el primer grupo, incluye a Anacleto González Flores, Francisco Orozco y Jiménez, Toribio Romo González y José Ramón Miguel Agustín Pro Juárez. En el bando opuesto coloca a José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santísima Trinidad Ocampo Tapia, Plutarco Elías Calles, José Reyes Vega y Tomas Garrido Canabal. Una vez definidos los grupos, Murphy inicia con un argumento destinado a las almas castas, indicando que el conflicto religioso dio inicio como una rebelión espontanea de un grupo de católicos rurales desorganizados. Esta afirmación se cae con un soplido.
La reyerta inútil, mejor conocida como La Cristiada, fue un movimiento que nada tuvo de espontaneo. Se fue armando a través de los años, encubierto primero por lo dispuesto en la encíclica Rerum Novarum emitida, en 1891, por Vincenzo Gioacchino Raffaele Luigi Pecci, el papa León XIII. Este documento es Don Vincenzo, de cuya capacidad intelectual no hay duda, comprendió cuan importante era que la iglesia católica se involucrara en los procesos sociales sin que aquello pareciera que aspiraba a tomar el mando politico de los gobiernos. El tema es tratado por Murphy indicando que permitió revivir al catolicismo en México, incluida la celebración de un buen umero de congresos católicos, durante el mandato del presidente José de la Cruz Porfirio Diaz Mori. Sin embargo, deja de lado que en esa resucitación estuvo involucrado el contubernio entre la clerecía y los hacendados, lo cual permitió que el sometimiento continuara. Murphy indica que, en 1908, cuando Diaz anuncia que México estaba listo para un partido de oposición, los católicos estaban prestos para ello. Esto nos da la razón a quienes hemos mencionado que todas las acciones realizadas al amparo de la Rerum Novarum nada tenían de religiosas, sino que su objetivo era inminentemente político. Ejemplo de ello es que, tras constituirse, en 1911, el Partido Católico Nacional compitió con mucho éxito, en las elecciones de 1912 y consolidó sus apetitos de poder político que para el año siguiente aumentarían. Tampoco nos dice nada acerca de como en la enciclica Iniquis Afflictisque, emitida en noviembre de 1926,Ambrogio Damiano Achille Ratti, el papa Pío XI, felicitaba e incitaba a sus fieles para irse a matar a quienes no pensaran como ellos, bueno él decía a defender sus creencias. Murphy, también, olvida lo referente a la petición que los miembros de La Liga Nacional para la Defensa Religiosa les hicieron a los obispos mexicanos a finales de noviembre para que les dieran su aprobación de ejercer la violencia contra sus adversarios. Aun cuando no hubo permiso explicito, les dijeron que todo aquel sacerdote que quisiera irse de capellán a la reyerta no tendría problema.
Pero, antes de entrar en los detalles de la obra, vale apuntar el maniqueísmo que prevalece en el escrito de Murphy. Al inicio de cada capítulo presenta la versión sobre cada personaje. Si simpatiza con él, lo victimiza o enfatiza sus virtudes. En caso contrario, emite un juicio sumario y lo condena. Este tipo de análisis indudablemente es poco objetivo y apela a las fibras sentimentales del lector, lo cual cualquier historiador que se respete no puede aceptar salvo que quiera convertirse en propagandista de un a u otra causa. El compromiso de todo aquel que incursiona en esto de la historia, independientemente que nunca negaremos que todos tenemos nuestras filias y fobias, es presentar los hechos con positivos y negativos y tras de ello fijar sus conclusiones sustentadas en datos duros y no en arrebatos propagandísticos. Pero vayamos a la narrativa de ’Saints and Sinners,’ de la cual en esta colaboración nos ocuparemos de los ’santos’ dejando para la segunda a los ’pecadores.’
Buscando prender al respetable, sus lectores, Murphy recurre a una cita de Girolamo Prigione, aquel personaje quien negociara con el presidente Carlos Salinas De Gortari la reanudación de relaciones diplomáticas entre el estado vaticano y el estado mexicano, bueno también se encargaba de armar negociaciones con personajes del mundo de los negocios poco claros. Según lo que declarara, el 20 de diciembre de 1991, don Girolamo afirmaba que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos era la constitución más anticatólica del planeta. Una falacia más para sustentar argumentos dudos. La Carta Magna de nuestro país nunca ha prohibido a nadie profesar la religión católica o la que más desee. Eso sí, determinó claramente la separación del estado y la iglesia y estableció el principio de educación laica, aun cuando hoy es letra muerta, mientras que precisaba algo que es muy sano, los eventos religiosos deben de realizarse en los sitios exprofesamente construidos para la oración. Para que no haya duda por donde va el escrito, don James nos receta una buena cantidad de justificaciones para los actos realizados por sus correligionarios a lo largo de la historia.
En el caso de Anacleto González Flores principia por narrarnos la forma en que fue ejecutado, un acto deleznable y sin excusas, lo cual hace que coincidamos con la critica que Murphy escribe al respecto. Sin embargo, páginas más adelante, resalta el hecho de que González Flores convocara a los católicos a tomar las armas e ir a ofrecer su sangre, y la de otros decimos nosotros, para dirimir las diferencias que tenían respecto a lo que la Constitución mexicana establecía en relación a los asuntos religiosos. Muy cuestionable resulta el argumento de don James, se vale invocar ir a matar o matarse cuando quien lo hace es de la simpatía del sacerdote, pero cuando otro salvaje, del bando contrario, actúa igual entonces es criticable. Ni uno, ni otro acto lo justificamos, el fanatismo solamente lleva al comportamiento bestial, independientemente de cual sea el ropaje con que se cubra. De las virtudes intelectuales del ’maistro Cleto,’ así recordamos que algunos lo evocaban en la Universidad Autónoma de Guadalajara, no tenemos duda alguna que las haya poseído. Sin embargo, lo que nadie puede negar es que eran obliteradas por su fanatismo religioso, lástima que no hayan sido ocupadas en causas mejores.
Cuando trata a otro de sus santos, Francisco Orozco Jiménez, nuevamente empieza por la victimización para después decirnos cuan inteligente era y que solamente buscaba defender sus creencias. Nos narra la época que pasó en Chiapas en donde lo acusan de soliviantar a los nativos en contra de la autoridad y como de ahí pasa a ser arzobispo de Guadalajara en donde se opondría a las fuerzas revolucionarias. Murphy apunta que los revolucionarios achacaban injustamente a la iglesia haber apoyado a Huerta en el asesinato de Madero, pero nunca aclara el asunto de los dineros con que la curia lo proveyó, ni el repicar de campanas al día siguiente del crimen, ni mucho menos recuerda las palabras encomiables que el sacerdote católico, Francis P. Joyce, dedicaba a su confesado Victoriano Huerta. Y en ese ambiente fue que se dieron acciones en contra de los clérigos y le costó a Orozco ser expulsado del país. Una vez promulgada la Constitución de 1917, misma que fue repelida por el ciudadano Giacomo Paolo Giovanni Battista della Chiesa, el papa Benedicto XV, quien explícitamente indicó a los obispos mexicanos que la combatieran, un acto intervencionista de un poder extranjero en un estado soberano, lo cual Murphy evita mencionar. Asimismo, trata de hacer creer al lector que, cuando Orozco permanecía escondido al tiempo en que la reyerta inútil estaba en marcha, en nada soliviantaba a los fanáticos para que fueran y destruyeran a sus semejantes. ¿A poco vamos a creer que se encontraba en estado contemplativo?
Por razones que desconocemos, Murphy no se atreve a mencionar el nombre del padre jesuita francés creador, en 1913, de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) desde donde, juntamente con Orozco Jiménez, soliviantaba la conspiración para enfrentarse al estado mexicano. El nombre de dicho sujeto era Bernard Bergoen quien años después, insatisfecho de haber llevado tanto creyente al matadero, participó activamente en la creación de la Unión Nacional Sinarquista, la versión mexicana de los camisas cafés.
Un tercer santo lo es Toribio Romo González cuyas acciones de apoyo para que unos y otros se destrozaran en afán de dirimir diferencias ideológicas, fue motivo para que el santificador a granel, el ciudadano Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II, lo elevara, junto con veinticuatro otros promotores de la reyerta inútil, a la categoría de santo. Eso, recordémoslo, sucedió en mayo del año 2000 un poco mas de un mes previo a que el ignaro con botas, de filiación jesuita-sinarquista, se alzara con el triunfo en la contienda presidencial, lo que vino a ser la derrota del estado mexicano moderno que naciera durante los 1910s-1920s. Pero volvamos a Toribio. Para abrir boca, el sacerdote Murphy busca presentárnoslo como el santo patrono de aquellos que ante la miseria no tienen otra opción sino largarse para irse a jugar la vida tratando de cruzar la frontera México-EUA por la vía ilegal. Ante ello, nos narra don James, estos ciudadanos optan por colocarse en un lado del calzado una fotografía con la imagen del ciudadano Romo para evitar ser mordidos por alguna víbora. Vaya alegoría, no se le ocurrió al escritor nada mejor que utilizar el símbolo del pecados según lo califican los católicos. Asimismo, nos dice que la imagen del personaje aludido también es situada por las madres de quienes se van a tratar de obtener mejores condiciones de vida a otro país, en las mochilas para que ello impida que nada malo les suceda, algo que ha tenido mucho éxito. Ante esto, no podemos dejar de preguntarnos: ¿Si el ciudadano Romo González es tan efectivo en eso de hacer milagros, porque no les consigue que su vida en nuestro país sea exitosa o acaso solo opera en medio de los desiertos de Arizona? Al igual que lo hace con los otros personajes, Murphy nos relata la vida del ciudadano Romo González ponderando sus virtudes y su fe inquebrantable en la religión católica, lo cual nada tiene de criticable. Asimismo, nos narra su vida en la clandestinidad durante la reyerta inútil ejerciendo su monasterio y, decimos nosotros, soliviantando el fanatismo en lugar de buscar como acabar aquella pendencia entre mexicanos que concluiría por llevarlo a ser ejecutado salvajemente como lo fueron tantos otros de uno y otro bando.
Para conformar el cuartero angelical, Murphy nuevamente recurre a la victimización e inicia el capítulo dedicado a José Ramón Miguel Agustín Pro Juárez, enfocando la narrativa sobre la fotografía en donde el sacerdote jesuita aparece frente al pelotón de fusilamiento. Una vez más, apela a calificarlo de un acto atroz dado que no hubo un proceso judicial para llevarlo hasta ahí. Si lo juzgamos como un hecho aislado, pues tiene toda la razón. Sin embargo, como el propio Murphy relata en páginas más adelante, eso fue la consecuencia de una cadena de eventos suscitados al calor de una contienda en donde los dirigentes y miembros de ambos bandos quedaban en la disyuntiva de me mata o lo mato. Si bien, el escrito nos muestra las acciones que en pro de su religión realizaba Pro Juárez, las cuales siempre serán encomiables, mientras no se incite a la violencia, también nos indica como Pro organizaba a los integrantes de las ACJM para que actuaran en contra del gobierno. Aunado a ello, Murphy busca desligar a Miguel Agustín, y a su hermano Humberto, de las acciones que realizaba Luis Segura Vilchis, un malnacido nigropetrense que esperamos nunca a alguno allá por el pueblo se le vaya a ocurrir glorificarlo, quien intentó asesinar al expresidente Álvaro Obregón Salido. Los hermanos Pro y el tal Segura terminarían en el paredón y hoy a toda costa, aun cuando Miguel Agustín ya se encuentra en estado de beato, no ha concluido su proceso de santificación.
Hasta aquí dejamos este comentario sobre un cuarteto de ’santos’ todos dispuestos a impulsar la violencia como medio para dirimir diferencias. La semana próxima revisaremos lo que el ciudadano James T. Murphy escribió sobre el otro cuarteto, el de los ’pecadores.’ vimarisch53@hotmail.com
Añadido (1) Los más antiguos de la comarca seguramente lo recordaran. Entre 1964 y 1965, la promotora del Olympic Auditorium de Los Angeles, California, Aileen Eaton, decidió reinventar al boxeador Ricardo ’Pajarito’ Moreno. Durante ese lapso, el de Chalchihuites, Zacatecas, noqueó a 21 rivales, todos debidamente seleccionados para que el zacatecano luciera. Tras de ello, en marzo de 1966, resolvieron ponerle enfrente a un peleador de calidad mediana, el mexicoamericano Raúl Rojas. Tres rounds bastaron para exhibir que la grandeza del plumífero no era tal, había volado hacía rato. Pero como el globo aun daba para más, tres meses después los volvieron a trepar a un cuadrilátero y, en el segundo round, el ave colgó el pico. Eso le sucedió por acostumbrarse a enfrentar rivales a modo.
Añadido (2) Al observar la alineación de los Yankees de New York, plagada de jugadores mediocres, de pronto nos pareció que estábamos en la primera mitad de los años setenta.
Añadido (3) Crearon las llamadas ’ciudades santuario’ para que ahí puedan vivir sin problemas quienes entraron ilegalmente a los EUA. Ahora, ante la posibilidad de que les envíen ahí todos aquellos que estén bajo esa condición, protestan enojados y no quieren recibirlos. Ya no entendemos nada.


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