Transparencia política
Erwin Macario
Entre los eufemismos —para no parecer duro o malsonante con la delincuencia—, el neolenguaje notarrojero —quizás por respeto de género— y la protección más al criminal que la víctima, los medios han cambiado.
Llamar a los criminales no terroristas sino ’provocadores de violencia’ muestra, sino la presunta connivencia, sí la política de abrazos protectores, ya garantizados en la reforma judicial.
Por menos, los estudiantes del 68 éramos perseguidos: el delito de disolución social —artículo 145 bis penal— nos consideraba provocadores contra la soberanía nacional y el orden público. El 2 de octubre. El 10 de junio, hubo balazos y no abrazos.
Ahora, la nota roja, traslapada de las últimas planas de la prensa escrita, a las primeras planas: y de los últimos minutos de los noticiarios, a las primeras notas, no sólo confunde, sino que se pierde en el argot policiaco, firmado por los reporteros. Así, ya no son víctimas hombres o mujeres, sino masculinos o femeninos, tal vez para destacar lo varonil o lo femenino.
Leo el domingo: ’El cuerpo de un masculino que tenía las manos atadas a su espalda y con evidentes huellas de tortura fue localizado en la Ranchería El Macayo entre los límites de Chiapas y Tabasco. Además, se presume que fue estrangulado con una cuerda que le dejaron en el cuello’.
Lo peor es que ahora se ha exacerbado proteger a criminales y no a las víctimas. En la novela El cristal ardiente, de Frank de Felitta (Editorial Pomaire, 1975) encuentro cómo era la nota roja antes que yo fuera periodista profesional.
’Dos personas muertas y otras dos heridas en un accidente de automóvil. Harriburg, PA (UP).- Una mujer y su hija pequeña fallecieron, y otras dos personas sufrieron heridas leves, cuando sus coches chocaron en la calle Turpike, Pennsylvania, durante una inesperada tormenta de granizo.
’La policía no revelará la identidad de la mujer y la niña muertas hasta no haber comunicado su fallecimiento a los familiares’.
La nota del Pittsburgh Post Gazette (4 de agosto de 1964, pág. 6), dio a Frank De Felitta, su novela en la que narra la reencarnación de la pequeña Audrey Rose. Otra historia. Quizá otra columna.