Opinión

Si la ciencia es lo que produce riqueza, ello debería servir como un poderoso antídoto contra la tradicional autocomplacencia mexicana

Si la ciencia es lo que produce riqueza, ello debería servir como un poderoso antídoto contra la tradicional autocomplacencia mexicana
Política
Junio 10, 2022 00:47 hrs.
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Raúl De La Rosa › diarioalmomento.com

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Hoy en día sabemos, disfrutamos o padecemos de los descubrimientos que nos ayudaron a entender más el mundo y el Universo donde vivimos, permitiéndonos con ello transformar a la naturaleza en nuestro beneficio. Pero, ¿quiénes estuvieron y están detrás de esos grandes hallazgos? Las y los científicos.

Sin embargo, esos descubrimientos y hallazgos se han concentrado, en los últimos 500 años, en 100 ciudades o zonas del mundo... y ninguna está en Latinoamérica. Más aún, en los últimos 80 años, de las 100 ciudades productoras de trabajos científicos del mundo, 56% se encuentran en Norteamérica, el 33% en Europa, y el 11% en Asia. Nada en Latinoamérica. Ello nos prueba que la brecha entre los países ricos y pobres no está disminuyendo en el campo de las ciencias y las tecnologías, en contrario, cada día se hace más grande en realidad. Ya que hay un universo de distancia entre tener acceso a ciertos conocimientos científicos y tecnologías, con respecto a poder crear esos conocimientos científicos y tecnologías. Y se traduce en países desarrollados o países bananeros.

Si bien es cierto que la problemática de la educación científica y tecnológica es mundial y establece retos al desarrollo de la ciencia y la tecnología (tecnociencia) de una sociedad, ello no puede ser el eterno justificante de la dependencia científica y tecnológica, de México en específico, con respecto a Norteamérica, Europa y Asia.

Distintos países latinoamericanos han hecho diversos estudios para comprender la dimensión de nuestra dependencia científica y tecnológica (y en consecuencia la política y económica) y sus posibles soluciones. Por eso es que llegamos a ver objetivamente que la enseñanza tradicional de las ciencias hace que en las pruebas TIMSS, PISA y LLECE, Latinoamérica no supere el promedio internacional y muestre heterogeneidad dentro de la región (los promedios en Argentina, Brasil, Chile, Cuba y México son mayores que el resto de Latinoamérica), lo cual además de provocar deserción y actitud negativa hacia la ciencia, configura que la generación de profesionales, patentes, productividad y publicaciones tecnocientíficas, sea diez veces menor de lo que sí se produce y promociona en el área de las humanidades. Una explicación posible es que las universidades latinoamericanas, mexicanas en especifico (UNAM, BUAP, UAEMex, UAM, UV, etc.), son bastante buenas en humanidades, pero no están entre las mejores del mundo en ciencias e ingeniería, según nos muestran los ranking de las mejores universidades del mundo por materias, publicados por distintas calificadoras de universidades, el más reciente es el QS World University Rankings.

Un ejemplo, en Filosofía hay cuatro universidades latinoamericanas entre las mejores 50 del mundo (la UBA de Argentina, la UNAM de México, la Universidad de São Paulo y la de Campiñas, ambas de Brasil), pero no hay una sola universidad latinoamericana entre las mejores 50 del mundo en Física, Química, Ingeniería, Astronomía, o Ciencias de la Computación, donde sí se incluyen a varias de China, India, Corea del Sur y Singapur.

Tal problemática involucra para México en específico aspectos epistemológicos, políticos-administrativos, académicos, culturales, socio-científicos y económicos-productivos; todos ellos dentro de nuestro contexto tecnocientífico de los últimos 200 años. Y lo que se ha planteado una y otra vez es un tratamiento más integro-transversal que el sólo hecho de trasferir la solución exclusiva al campo educativo. Cierto es que debe ser el de mayor esfuerzo, pero no el único que lo puede solucionar. Así, es incuestionable qué no es un asunto de un gobierno, sino del Estado mexicano, en sus tres niveles y ordenes de gobierno, sociales, productivos, educativos y económicos. En ese sentido lo que hoy hace el CONACYT y sus homólogos estatales no es más de lo que ya se hizo y no ha dado los resultado requeridos.

Estamos en una economía global basada en el conocimiento, es decir, las ciencias y tecnologías determinan cada vez más la riqueza de las naciones. Eso nos debería hacer comprender que si en el pasado, la ciencia era un reflejo de la riqueza de un país, ahora la riqueza de un país es el reflejo de su producción científica y tecnológica. Y ello debería ser el mejor antídoto contra la autocomplacencia social y gubernamental que vivimos en México.

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