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Un saltillense muy saltillense

Un saltillense muy saltillense
Periodismo
Marzo 09, 2020 18:07 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

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Maestro reconocido, orador de altos vuelos castelarianos, el licenciado José María García de Letona dejó memoria imborrable en sus discípulos.

En el Ateneo Fuente glorioso tuvo como alumnos a Artemio de Valle Arizpe, a los Alessio Robles, a García Rodríguez, a Carlos Pereyra; a muchos más que en páginas emocionadas rindieron tributo de admiración a su maestro.

En los principios del pasado siglo no había ocasión cívica o patriótica; no había funeral de gran relieve ni fiesta escolar de campanillas que no contara con el licenciado García de Letona como principalísimo orador.

Días y días, nos dice don Artemio, se pasaba don José María puliendo y repuliendo su discurso. Pero más pulía y repulía su persona cuando llegaba el día de la presentación. Atildado como era, García de Letona cuidaba su atavío con esmero, y llegaba al acto vestido con traje de última moda; almidonada camisa con cuello y puños de quita y pon; zapatos de brillantísimo charol; polainas y bastón. Y su peinado… ¡Ah, su peinado! Con prolija minuciosidad y arte exquisito peinaba el licenciado su cabello, Lo arreglaba en airoso copete y en caireles que le enmarcaban el rostro con aparente naturalidad, pero que en verdad eran resultado de concienzudo trabajo que había tomado casi una hora en realizarse.

Solía contar don José García Rodríguez, supereminente narrador, que en cierta ocasión el licenciado García de Letona iba a decir un discurso en el Teatro ’García Carrillo’. Llegó luciendo, como de costumbre, su alto cuello de pajarita y sus albos puños desmontables. Comenzó su peroración con tono majestuoso; la voz llena de sonoridades e inflexiones, ya grave como campana de basílica, ya cantarina como esquila de iglesia provincial. Y todo lo que decía lo subrayaba con amplios ademanes, alzando los brazos al cielo, moviéndolos con velocidad de látigo.

En uno de esos ademanes violentos don José María sacudió el brazo derecho para enfatizar una frase. ¡Oh desgracia! El puño de la camisa se le desprendió y salió disparado por el aire. Viajó con velocidad de vértigo y le pegó en pleno rosto a un severo señor que en la primera fila escuchaba muy serio el discurso de don José María. Ahí se acabó toda solemnidad. El público no pudo contener la risa; muchos graves caballeros y empingorotadas damas casi se hicieron de las aguas en su afán de contener las carcajadas, que por fin estallaron triunfalmente, con lo que terminó la vibrante arenga del señor Letona.

Gajes del oficio, como se dice, que no pusieron mengua al talento de aquel gran saltillense inolvidable a quien nadie ya recuerda.

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