Presente lo tengo

Verdes que te quiero, verdes

Verdes que te quiero, verdes
Periodismo
Enero 27, 2021 20:31 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

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Quienes amamos los libros, y más aún los libros viejos, nos poníamos felices cada vez que hallábamos en alguna librería uno de aquellos preciosos ’clásicos verdes’ que editó Vasconcelos cuando fue secretario de Educación en tiempos de Obregón. Le ayudó en la tarea nuestro ilustre -y excéntrico- paisano saltillense Julio Torri. Esos libros son joyas de bibliófilo; se atesoran con afán de avaro.

’Habent sua fata libelli’. Los libros tienen su destino. La frase es de Terenciano Mauro, quien la puso en su copioso libro ’De litteris, syllabis et metris’, capítulo 1, verso 286. Tienen su destino, sí, los libros; pero también tienen su nacimiento. El origen de esos famosos y queridos ’clásicos verdes’ es muy interesante.

Vasconcelos reía cuando los intelectuales bolcheviques y los políticos comunistoides de su tiempo le decían que eso de editar a los clásicos era tarea de burgués para deleite de burgueses. (De fifí para fifíes, se diría ahora). A fin de mostrarles cuán equivocados estaban solía contarles de dónde sacó la idea de poner las obras de los grandes autores al alcance del pueblo.

Poco antes de hacerse cargo de la SEP, el inquieto Vasconcelos, que todo lo quería leer, leyó ’El Capital’, de Marx. No sé de nadie que haya leído completa esa fatigosísima obra, excepción hecha del inolvidable don Casiano Campos, sapientísimo señor. Alguien me dijo que la lectura de ese voluminoso volumen era muy buena para conciliar el sueño, mejor que cualquier sustancia hipnótica o papaverácea. En efecto, leí media página y me dormí como un bendito, aunque no cuadre la palabra con la obra. Pero me acometieron tremendas pesadillas en forma de monstruosos pejes –perdón: quise decir peces-que me acometían para devorarme. Sería el libro, sería una mala digestión, el caso es que en mi sueño vi esas criaturas desasosegadoras. No vaya a ser premonición.

Los pocos amigos de Vasconcelos que intentaron leer ’El capital’ lo dejaron en las primeras páginas, y aun a ésas les entendieron menos que si hubiesen estado escritas en finés antiguo o chino mandarín. Don Pepe, en cambio, gran conocedor de Hegel, entendió perfectamente las enredadas tesis del marxista Marx. Que le hayan aprovechado. A mí el único Marx que me gusta es Groucho, a más de sus hermanos.

Escribió Vasconcelos acerca de ese libro:

’... En realidad ‘El Capital’ no tiene nada de oscuro y sí mucho de retrasado. Se funda en dos filosofías caducas: la de Hegel y la de Comte. Tomarlo como nuevo era imposible si se quería tomar en cuenta el abecé de la cultura general de la época. Y menos con la tendencia de crear una sociedad marxista. Esa pesadilla hay que obsequiarla a los que, por ignorantes, no ven otra cosa y andan desesperados, o a los pícaros que de ella se sirven para lucrar...’.

Como quiera la lectura de Marx le sirvió a Vasconcelos para poder conversar de igual a igual con marxistas tanto de Estados Unidos como de México. Por ellos se enteró de las novedades políticas en la Unión Soviética y de lo que se estaba haciendo ahí en materia educativa bajo la dirección de Máximo Gorki, el autor de ’La madre’. Algo le llamó profundamente la atención: los comunistas soviéticos sentían un gran respeto por la cultura clásica. El saber de la antigüedad no lo consideraban adorno vacuo para uso de burgueses: pensaban que el conocimiento de las grandes obras del pensamiento universal era elemento esencial para conformar la nueva sociedad proletaria.

-Gorki -decía Vasconcelos- era proletario, pero un proletario genial que se acordó de los suyos y supo que leer a los clásicos no debía ser privilegio de los ricos. Había que abaratar las ediciones de los grandes autores para que el pueblo pudiera conocer su obra.

Añadía el gran oaxaqueño:

’... Humildemente confieso de dónde tomé la idea para mis ediciones, que constituyen lo que más me enorgullece y satisface de todo lo que hice en Educación, y vaya que hice muchas cosas importantes. Me criticaron esa obra muchos ‘revolucionarios’ callistas, que es lo mismo que decir reaccionarios huertistas: Portes Gil, Ortiz Rubio, Almazán... Calificaron de ‘aristocrática’ mi medida para editar a precios populares los mejores libros de la Humanidad. Pero mi edición de los clásicos llegó al pueblo, y de paso fue la mejor propaganda en favor de México, pues no se había hecho nada igual en castellano, y no existe persona culta de habla española que no haya admirado la colección o la haya bendecido por el bien que hizo a los humildes y por la honra que dio a la patria...’.

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