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Victoreando

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Periodismo
Junio 25, 2019 21:51 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

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En mis tiempos la calle de Victoria era la calle de Victoria. En estos de hoy la calle de Victoria ya no es la calle de Victoria.

¡Qué calle aquella de los años cincuentas y sesentas! Era una especie de Quinta Avenida o Beverly Hills de Saltillo. Quiero decir que era una calle exclusiva y elegante. No que se necesitara permiso especial para pasear por ella, no, pero la de Victoria era la rúa de la buena sociedad. Los niños y niñas bien –fifís ahora- noviaban en ella. Los jóvenes de clase media, en cambio, empezaban sus amores y amoríos en las serenatas de la Plaza de Armas los jueves y domingos.

Había una columna en la página de sociales del periódico ’El Sol del Norte’ destinada a hacer la crónica de lo que en la calle de Victoria sucedía. Ese artículo se llamaba ’Victoreando’, y lo escribía un amable muchacho, alto delgado y soltero permanente, que se llamaba Eduardo Martínez Perales, y le decían Lalito. Él se desesperaba por las erratas que frecuentemente aparecían en su columna, pues tales yerros lo ponía en difícil situación ante sus amistades que le daban información para escribir su artículo. En cierta ocasión un cierto personaje de quien se decían ciertas cosas le comunicó que iba a ir a un balneario de aguas termales a someterse a una cura de descanso recomendada por los doctores que le estaban tratando la fatiga crónica que padecía. Lalo escribió: ’Fulano de Tal irá al bello balneario Comanjilla, en Guanajuato, a fin de recuperarse de su excesivo agotamiento’. En la columna apareció: ’Fulano de Tal irá al bello balneario Comanjilla, en Guanajuato, a fin de recuperarse de su excesivo ajotamiento’. En otra ocasión, tras de la boda de una chica algo gordita, Lalo escribió: ’La novia lucía muy elegante’. Salió en su nota: ’La novia lucía muy elefante’.

Pero vuelvo a la calle de Victoria. Ésa sí que era calle. Ahí estaba ’El Churumbel’, donde se elaboraban y vendían unos pastelillos franceses un poco mayores que una moneda de 20 centavos, pero que costaban 50, cuando en cualquier panadería se podía comprar una concha de tamaño heroico por una pepa, o sea 5 centavos. Ahí estaban las casas de los señores ricos, entre ellos -el principal de todos- don Isidro López Zertuche. Ahí estaba el Colegio Saltillense, al que asistían las niñas de buena sociedad. Ahí estaba el Cinema -que no cine- ’Palacio’, donde se exhibían solamente películas americanas. Las cintas mexicanas pasaban en el Teatro ’Obrero’. Nótese la diferencia: ’Palacio’… ’Obrero’… Cines los dos, pero, como decía el inolvidable Salvador Flores Guerrero: ’Todo es pan; la diferencia está en el precio’.

La gente de la calle de Victoria jamás iba al Teatro ’Obrero’, ni aunque dieran una película de Pedro Infante. Decía una señora: ’Afortunadamente todavía hay clases sociales’. Yo, que venturosamente jamás he hecho caso de eso de las clases sociales, sí iba a ese cine. Ahí me hice columnista. Sucede que con mis amiguillos asistía a la función de matiné de los domingos. Comprábamos el boleto de galería –se llamaba ’alta’-, que era bastante más barato que el de luneta, y tan pronto se apagaba la luz para dar principio a la función nos deslizábamos con agilidad de acróbatas por las columnas de metal que sostenían la segunda planta, y nos reuníamos en ’baja’ con las muchachitas a las que habíamos dado cita ahí, en el cine. Con lo que habíamos ahorrado del boleto las agasajábamos comprándoles una Coca y palomitas, y luego nosotros nos agasajábamos. ¡La gloria!

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